Le otto montagne, dirigida por Charlotte Vandermeersch y Felix Van Goreningen es una bella película ambientada en el norte de Italia, que trata el tema de la amistad envuelta en el contexto de los años ochenta, entre niños de diferentes extracciones sociales. La historia narra la llegada de un niño de 12 años con sus padres para pasar el verano en las montañas del valle de Aosta. Adaptada de la novela de Paolo Cognetti que obtuvo el premio Medicis en 2019, describe la relación en un edén que siendo cotidiano para Bruno, es un paraíso inesperado para Pietro. El primero vive con sus tíos, ya que su padre emigró al extranjero y él ayuda en la granja, siendo libre el resto del tiempo, mientras que el segundo es hijo de un ingeniero y una maestra y vive en Turín, teniendo pautada su vida en escuela y vacaciones como una réplica de la vida de sus padres. La audacia, camaradería y generosidad de Bruno ganan a Sandro y a su familia, que se ofrece a acogerlo durante el curso escolar. Los celos de Pietro demuestran una inmadurez que contrasta con la actitud de su amigo, que finalmente por orden de su padre debe acompañarle en su trabajo a los trece años.
El tercer encuentro entre ellos se produce furtivamente en la adolescencia, sin que lleguen a hablarse, pero será en la treintena, tras la muerte del padre de Pietro -con quien él no se hablaba hacía años- cuando volverá a la aldea de las montañas para descubrir que Sandro y la familia turinesa habían seguido su relación. Una vez más, Pietro se siente excluido y reflexiona sobre la verdadera importancia de las diferencias que le separaron de su padre -a quien había decepcionado al abandonar los estudios sin alternativa alguna-, al descubrir las excursiones de montañismo que en su ausencia habían realizado. Sus emociones son ambivalentes sin embargo, ante la apabullante humanidad y simpatía de Sandro. Finalmente, este descubre a Pietro un terreno que le dejó su padre en herencia a condición de construir una casa en plena montaña. Esa tarea veraniega une de nuevo a los dos jóvenes, a pesar de sus diferentes inquietudes, uno seguro de querer seguir viviendo en la naturaleza más bella y también más inhóspita; el otro dando bandazos en mil oficios hasta que encuentra su camino en otras montañas, las Himalayas.
La vida continúa, entre los viajes de Pietro y el asentamiento de Sandro que ha formado una familia, los momentos de paz y de desesperación ante las dificultades se suceden, pero divergen en cada uno de los dos amigos. La posición de Sandro se extrema, apartando a su mujer y su hija, y recluyéndose en la cabaña que construyó, tras fracasar su negocio de queso artesanal, mientras que Pietro empieza una carrera literaria y encuentra el amor en Nepal. Básicamente, los directores no solo muestran el alcance y lo determinante de la extracción social de ambos jóvenes, sino lo diferente de su carácter y las vías de evolución que les encaminan, pero sobre todo nos describen la profundidad de una amistad que sobrevive a la diferencia. Nos queda en el aire resolver la incógnita de qué hubiera sucedido en el caso de que la familia de Pietro hubiera acogido a Sandro, un joven inteligente y despierto, y si su formación le hubiera encaminado hacia otro destino. El determinismo de su derrotero queda lastrado en el filme por una personalidad fuerte y arraigada en un medio que es parte de sí mismo y sin la que no se le puede comprender.
Luca Marinelli (Martin Eden) y Alessandro Borghi dan brillantemente vida a los personajes adultos, en una película que ha sido recibida en Cannes con una respuesta polarizada. Por una parte, rechazando su inclusión en Sección Oficial (a la que accedió en un añadido de última hora) por considerarla una obra menor, un manual de autoayuda en un bello paisaje; pero por otra, la crítica la ha valorado como una bellísima y poética oda a la amistad y la naturaleza sin concesiones.
Le otto montagne es un viaje iniciático a partir de la infancia, desgranado en diferentes momentos, que muestra las propias y naturales contradicciones y, como una novela de formación decimonónica, filtra lo que de verdad nos representa, más allá del ruido y la confusión de las expectativas y la predestinación, pero en un escenario único, límpido y grandioso, que nos redimensiona permanentemente. La evolución interior y el paisaje se entrelazan en las diferentes estaciones de un modo poético. El valle de Aosta es el tercer personaje de la película, como un espejo que refleja si te quieres mirar para mostrarte tu propio interior, y está filmado con exquisitez, alejada de la postal, por Ruben Impens. La reflexión sobre la naturaleza y el valor que otorgamos al entorno natural tampoco está ausente del filme y se podría resumir en las palabras de quien la siente más cerca, porque es parte de ella, Sandro, quien dice a los amigos de ciudad de Pietro que la naturaleza solo existe para los que no viven en ella, y es para ellos un concepto abstracto. Mientras que para él lo que le envuelve tiene nombres concretos: árbol, montaña o lago…
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