A punto de estrenarse The Visit, el último film de M. Night Shyamalan, proponemos algunos apuntes para disfrutar en clave política las fábulas del director y guionista indio, autor de la clarividente El bosque (The Village).
Frente a la Utopía, ese lugar que no existe pero que tal como lo imaginó Tomás Moro es bueno o deseable, la distopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. La filosofía política (de Platón a Moro, de Campanella a Bacon) fue, antes de que la ciencia ficción (de H. G. Wells a K. Dick) lo retorciera todo, el seno donde se recogió la descripción de lugares que no existen.
La utopía (como luego la distopía), aunque hable de lugares que no existen, es un recurso para criticar a los que de hecho existen y se padecen. La utopía es el reverso, pero también, de una retorcida manera, la madre del término que, acuñado por Stuart Mill, conocemos como distopía.
La ciudad del sol (Tomasso de Campanella, 1602) o La nueva Atlántida (Francis Bacon, 1626) son precedentes muy conocidos del pensar utópico. Al cabo del tiempo, y de la misma manera que el cine de fantasía y ciencia ficción quitó espectadores a la Iglesia, la novela distópica se adentró, desde el menos rígido planeta de la literatura, a esa labor político-imaginativa que con lógica candidez y temprana ranciedad inauguró la República de Platón.
Efectivamente, La isla del Dr. Moreau (1896) de H. G. Wells, Un mundo feliz (Brave New World, 1932) de Aldous Huxley, 1984 (1948) de George Orwell, Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, Congreso de futurología (1971) de Stanislaw Lem, El cuento de la criada de Margaret Atwood (1985) o mucho más recientemente Cosmopolis (2003) de Don deLillo y, sobre todo, el espeluznante supermercado sociológico (cruce de fascismo y sociedad de consumo) de J. G. Ballard, Kingdom come (2006), son todas ellas distopías como escenarios (no necesariamente lejanos), donde un modelo de orden social evidencia su inviabilidad moral, su injusticia o su fealdad.
El cine de ficción lleva décadas (a rebufo de la creciente desigualdad socio-económica que caracteriza nuestro mundo) reflejando un futuro polarizado hasta el extremo (Los juegos del hambre, Elyseum, Snowpiercer…). Hace tiempo que nadie habla del futuro como tiempo de confort robotizado. Se proyecta, más bien, la obsesión por la eficiencia genetista (Gattaca o La isla), la ausencia de libertad y sobre todo los excesos gubernamentales en nombre de la seguridad: Minority Report, 12 monos.
Wayward Pines es una serie de televisión estadounidense con mucho del sello del director indio M. Night Shyamalan. Emitida originalmente en la cadena FOX y basada en la novela homónima de Blake Crouch, Wayward Pines retoma algunas reflexiones sobre la tensión entre libertad y seguridad que Shyamalan había apuntado con no poca lucidez en el film The Village, antitéticamente traducido en España como El bosque.
El bosque era un ensayo sobre la obsesión por la seguridad frente a los “otros”: Una comunidad aislada del mundo rodeada de un bosque que esconde una amenaza invisible. Una vez hablamos sobre ello: El bosque es el refugio pero también es la frontera. La villa se preserva de la amenaza exterior, aunque para ello recurra constantemente a la mentira. Wayward Pines, la serie de 10 episodios de Shyamalan, insiste en ese dilema: ¿Hasta qué punto puede levantarse una sociedad sobre la amenaza y el miedo? ¿Qué estamos dispuestos a hacer en nombre de la seguridad?
Una novedad podemos adelantar cuidándonos de no caer en el spoiler: en Wayward Pines el guionista Shyamalan profundiza en el diseño del orden (las 7 reglas) y en la distopía: Si la transparencia tiene que ver con la democracia y con la libertad, el miedo -unido al secreto y la mentira- engendra fascismo. La violencia del fascismo, la felicidad compulsiva, la extensión de lo penal como instrumento privilegiado de protección del individuo (frente al “otro”) y de prevención de sus miedos múltiples, nociones atávicas de pertenencias colectivas, segregaciones de lo distinto… el retorno a las fórmulas primitivas de impartir justicia (Ley del talión o como se dice en la serie: Castigar “claro y severo”) o el peligro de la razón de Estado son todos temas sobre los que la serie da que pensar.
Europa se ha convertido en el paraíso (en la utopía, si se quiere así) de la gente de mucho dinero, de las corporaciones y empresas financieras millonarias, y, paralelamente, en la distopía de quienes buscan refugio o depositar sus esperanzas ilustradas (igualdad, libertad, solidaridad) en ella. Dicho de otra forma, Europa se está llenando de vallas, desde el este (Erdine, entre Grecia y Turquía) hasta Calais: Millones de euros de alambre de espino y cámaras de seguridad, imágenes de una distopía ya realizada.
Wayward Pines, como la reciente filmografía de Shyamalan (de la que últimamente solo se salvan esas atmósferas tan particulares de El protegido, La joven del agua y, de distinta forma, El incidente) apenas contiene elementos de gran interés (alguna buena idea, algunas estupendas interpretaciones, un fantástico final) pero recomendamos al lector de EL HYPE que reflexione sobre los temas que aborda: ¿Quiénes son nuestros “otros”? ¿Qué hay de verdad en la amenaza que supuestamente representan? ¿Qué sería de una sociedad (no solo la de Wayward Pines) que no habla claramente del pasado?
Hermosas: Utopías
Malditas: Mentes llenas de verjas de alambre y espino
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