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Cultura

Las aventuras de Genitalia, Normativa y Fernández Porta

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 14 de septiembre de 2021

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Un célebre consejo de Hegel dice que si quieres que tu hijo sea libre debes hacerlo súbdito de un estado con buenas leyes. La admonición, con todo su eco pitagórico, es tan lúcida como contraintuitiva: la existencia de normas objetivas (prohibitivas, permisivas y obligatorias) es la condición de posibilidad de un espacio de libertad subjetiva (del sujeto). Si se admite la imagen burda y hoy passé: Messi puede jugar gracias a la existencia del árbitro, la falta y la tarjeta roja. Lo mismo ocurre en los clubs swingers, ese entorno kitsch de estética romana y sexo fantasioso que los socialdemócratas llaman liberal.

Esta es solo una de las aparentes paradojas de lo normativo, pero el nuevo ensayo de Eloy Fernández Porta, Las aventuras de Genitalia y Normativa, publicado originariamente en Polity Press (Nomography) y ahora en la colección Argumentos de Anagrama, no se mueve en el campo más tradicional de la sociología jurídica ni en el hoy desbordado, pero todavía bastante canónico, ámbito de la iusfilosofía sino más bien transita con personalidad propia en un nuevo terreno jurisprudencial, entre la pop-filosofía o el After Law de Laurent de Sutter, la tópica de Derrida, la crítica cultural y las propias obsesiones y estilemas del autor de Homo Sampler.

Fernández Porta

“Las aventuras de Genitalia y Normativa”, Eloy Fernández Porta

Esto es, aunque los primeros capítulos incidan en el proceso de codificación originado en la Francia del XVIII, haya en ciertos pasajes un atronadora elipsis de Carl Schmitt y, en otros, una genealogía de la transgresión de acuerdo con la lectura de Nietzsche de Pierre Klossowski, creo que el nuevo ensayo de Fernández Porta oscila entre algunas de las prioridades temáticas del responsable de Polity Press y las singularidades (con toda la potencial ambigüedad del término) de este autor de Barcelona caracterizado precisamente por una extraordinaria sensibilidad sintomatológica, la experimentación formal, la falta de límite y disciplina (aquí disciplina en su sentido castrante) y un embalado sentido epocal Afterpop.

La primera evidencia de lo anterior es el ninguneo inicial a la clásica Nomografía de Jeremy Bentham para dar paso a una nueva y poderosa definición convulsiva que se revela pronto jugosa tanto para una antropología del espacio urbano (posturbano) –una suerte de fisiología (el género francés del XIX) de los nuevos consumidores (nosotros)– como para la comprensión del proceso de normativización en clave realista (del realismo escandinavo de Alf Ross). Valgan dos acotaciones del autor a modo de ejemplo: (1) Hecha la trampa, hecha la ley (la entrevista de Berth Mirton, creador de la revista hardcore Private con el ministro de cultura sueco. Pregunta: ¿qué no puedo hacer? Respuesta: Usted vaya haciendo y cuando llegué el caso regularemos la limitación y (2) A mayor relacionalismo (explicitación de la densidad social por el vínculo) mayor reglamentarización.

Por apurar la cuestión del etiquetaje de este ensayo (de ese key word que fustiga mentalmente a los privilegiados que trabajamos en la universidad), es cierto que quien busque en Las aventuras de Genitalia y Normativa una filosofía de la norma en clave ius se encontrará perdido, pero intento insistir aquí en que esa desorientación no solo es bienvenida sino beneficiosa para la filosofía jurídica post-constitucionalista. Es decir, entiendo que el interesado en la reflexión crítica de la norma y sus temas clásicos (la obediencia) debe asomarse a estos agudísimos textos, precisamente, porque meten la lengua ora en la parte íntima de lo clásico –Lo normal y lo patológico de Georges Canguilhem, la Historia de la sexualidad de Foucault, la juridicidad difusa de Kafka, la imaginación de la norma en relación con la norma de desnormativización, los próximos giros entre la ética y la estética, la novísima construcción de la subjetividad, etc.– ora en las más actuales  disquisiciones sobre la norma en relación con la publicidad, el consumo de afectos, la música pop y la moda.

Fernández Porta

Sesión de spoken word/live coding con Eloi ElBonNoi ©Johanna Marguella.

En esa exploración de solares postmodernos es donde Fernández Porta se mueve tan cómodo como Werner Herzog en la cima de un volcán. Desde los desechos postindustriales (los del gran solar de las tendencias) se abren espacios de un ingenio desencantado y jovial que hubiera fascinado a George Simmel. Destaco aquí tanto «The torpe aliño indumentario Cibeles fashion show» (estoy dando un salto en el orden del ensayo) con todas sus invectivas amables sobre el «estilo de nadie», la lógica de Desigual y la diferencia, el repliegue de los árbitros de elegancia o el normcore, como las líneas de pensamientos reversibles (Sexy is normie. Normie is sexy) que ya ocuparon las páginas finales (y en mi opinión las más clarividentes) de €®0$, uno de los últimos ensayos del autor.

Otra cualidad de este ensayo –a pesar sus exuberancias semánticas y de cierto neologism dropping (para bien o para mal una seña formal muy reconocible del autor)– es que echa luz sobre algunas ideas de obras anteriores que ahora se benefician de una mayor explicitación, así en «Por qué lo llaman “sexo” cuando quieren decir “la dimensión ética de la doctrina relacionalista”» el capítulo sobre el capitalismo efectivo que abordó en el ensayo ganador del premio Anagrama, la oscura definición de la «doctrina relacionalista» como superstición laica caracterizada por la mistificación del lazo social, la performatividad comunitarista y la confianza excesiva en las cualidades diplomáticas del lenguaje verbal se desvela mejor como creencia (ciega) en el valor del vínculo per se en su relevancia para generar identidad y en su dimensión sociopolítica.

La feliz imagen de los imperativos genitales (genitalidad de la norma y normatividad de los genitales), el hacer lo que le sale a uno de la norma, los códigos de interacción microsituacionales y el pavor de la anomia (semejante al horror vacui y a eso que a uno mismo le recordaron ciertas sobreregulaciones espontáneas sobre el acceso a los reservados y al WC en el invierno de la pandemia: «entrar solo en caso de verdadera necesidad») dan paso a agudos, ingeniosos o simplemente divertidos flashes sobre la pornomografía o la autofoto postcoital. Estas y muchas otras estimables renovaciones subtemáticas confirman esa posición de avanzadilla entre los ensayistas de la generación post-tapón (feliz término el de «tapón» acuñado por Josep Sala i Cullell para la promoción de pensadores del último cuarto del siglo XX –Argulloll, Savater, Trías, De Azúa et al.– y que Albert Jornet analizaba recientemente en un estupendo texto en Quimera).

Fernández Porta

Sesión de spoken word/live coding con Eloi ElBonNoi ©Johanna Marguella

Hacia mitad de esta obra breve, pero no leve, tales fogonazos de una sutileza muy excitada en el pensar vuelven a alumbran respuestas a cuestiones iniciales –¿Y si el acto verdaderamente gozoso no fuese transgredir una norma sino erigirla? ¿Y si la creatividad consistiera en enunciar, con el pretexto de conculcarla? ¿Y si resultara que tú, que dices preferir las excepciones, solo hablas de ellas porque te permiten imaginar las reglas?– que  dejan entrever (en la mejor tradición del género del ensayo) respuestas inquietantes, o, en mejor aún, preguntas aún más profundas. Tal es la fertilidad de los campos que hilan estas aventuras: el capitalismo emocional, la pospornografía, la disección (deconstrucción o mejor desmontaje) semiológica de las imágenes en la era de la estetización de un mundo terminal en el tono gélido y un tanto deshumanizador de Cronenberg (hijo) o de Haneke con algunos puntos de contacto con las reflexiones sobre hauntología de Los fantasmas de mi vida, uno de los mejores ensayos del ya desaparecido Marc Fisher.

Entre la post-posmodernidad y the end of the world as we know it, cuestiones como ¿soy normal? aún parecen hallar la mitad de su respuesta tentativa entre la biopolítica (de Butler a Agamben), Los anormales de Foucault y las (finas) invectivas cargadas de mordacidad y la sátira antes que en la Better Regulation o la teoría del derecho (la cuestión de las lagunas jurídicas) de Bobbio.

La imaginación nomográfica, la ironía de la emprendeduría moral, la compulsión normópata, la derridiana fuerza de la ley, el artista «supernormal», el estado de los síntomas mórbidos (una reverberación de Gramsci), las diatribas sobre la normalización y la normativización (en un inteligente juego de equivalencias) llevan al planteamiento de la homogeneización y a los procesos de subjetivación física y cognitiva entre la singularidad tan particular de Fernández Porta, los apuntes libertarios del primer Escohotado (lo lúdico-transgresor), la deriva del «Do it yourself», el vértigo taxonómico, pero también el mundo desjerarquizado (en mi opinión, el triple talón de Aquiles del posmodernismo: sus patologías de la facultad de juzgar, la subsiguiente aversión a todo sintagma que contenga la palabra «élite» y su dificultad para evidenciar las posibilidades reales de resistencia).

Desde ese posmodernismo, con todas sus fallas y aciertos, el ensayo se sumerge en aguas obscuras en la aproximación nada sistemática de la construcción de la subjetividad entre la aceptación o el seguimiento de la norma y la excepción (quid de la singularidad en mi opinión) mientras las líneas dedicadas al reglamentismo toman el relevo temático de algunos de los mejores capítulos de La distinción de Pierre Bourdieu o del libro que algunos tenemos como básico para la comprensión de la adhesión normativa: Proceso de civilización de Norbert Elias, sin que el lector (es una pena) tenga la posibilidad de verlos enfrentados. Otra cuestión: si cayéramos en la tentación de la crítica psicoanalítica, ¿no supone su propio estilo (el de Fernández Porta), exuberante y experimental que al nacer era provocativo y al consolidarse caerá del lado de lo admitido o de lo tendencial, otra dinámica entre lo normativo y lo transgresor?

Mérito final de este ensayo, por momentos críptico, mayusculista (y con cierta y feliz inmadurez en los conceptos) pero siempre astuto (sutilmente astuto) es su estupenda capacidad para sugerir nuevos planteamientos y cuestiones a ese lector que encajaría en el hoy abusado territorio de lo interdisciplinar: desde del campo «arte y derecho», («De la norma considerada como una de las bellas artes») a partir de la idea de la inversión de la norma ética como norma estética (por eso, en mi opinión ni la cocina es arte, ni los toros son cultura) a la lógica de la tautología perfecta (Boris Groys); de la renovación de lo obvio y la desatención cortés de Erwing Goffman a la potente imagen del placer de dar la norma (donde uno bosqueja el voto particular del magistrado como actividad masturbatoria o vislumbra, sumado a la terna de prototipos míticos de jueces según François Ost, a un juez Holmes, el otro Holmes…).

Uno ha disfrutado, en fin, de las aventuras de Genitalia y Normativa, estos dos Bouvard y Pécuchet conceptuales como disfruta de la venturosa biografía intelectual de Fernández Porta: iluminaciones, dogmas postmodernos (demonización de las ordenaciones) fogonazos, neolengua cargada de resonancias, burbujas en la obsolescencia, deudas pagadas con Judith Butler (Gender is burning), cortesía con José María Valverde, pulsiones, enorme alboroto y jaleo con la policía interior: esa que ya no piensa, sube al balcón y señala.

Hermosos: Ensayos de E. F. P.

Malditas:  pulsiones de hiperegulación.

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