En verano a la ciudad se le ve la tripa o como hubiera dicho Cívico: por dentro todo está lleno de bichos. No me conocéis. Soy valenciana. No añado nada más. Me cuelo aquí con osadía o por amor. No volverá a ocurrir. En Valencia hay cosas y personas poco HYPE. Ingrid, nena, te lo tenía que decir.
Querida Ingrid,
Te escribo desde Valencia, lo hago a través del blog de Cívico en EL HYPE: “Hermosos y malditas”, ¿que qué?
¿Original, verdad? Sí. Se me ocurrió, Ingrid, porque sé que sigues desde Alemania este nuevo Culture & Entertainment Magazine. Vi que Cívico, ese chico tan gracioso que nos dio la brasa con que Las correcciones de Jonathan Franzen es bastante mejor que Libertad, con que todos deberían leer al jurista fiorentino Luigi Ferrajoli, con lo emocionante que resulta el disco Kaputt de Destroyer, con lo perfecto que es el guión de A touch of sin, el film de Jia Zhangke (estos días en Babel).
Bueno, que Cívico colabora en El HYPE y suele dejarse abierta la sesión de Internet en el locutorio de Ruzafa al que siempre va. Sólo tuve que seguirle y esperar a que se marchara. También dejó abierto “Steps and Numbers”, la puerta del baño mientras se peinaba y la web del New York Times. Qué distraído se le ve. Qué buenos son The Appleseed Cast.
Te escribo, Ingrid, porque me dijiste que lo hiciera, que te escribiera. Dijiste que te contara cómo iban las cosas aquí, dijiste “X, cuéntame cómo van las cosas allí”.
En primer lugar quería decirte de parte de Manuel, que lo que dejaste a deber en el after lo pagó él, Manuel. Que no le des las gracias. Que no tuvo elección, que unos señores le acompañaron al cajero. Ingrid, es verano y el verano aquí es torturante, las aceras de Ruzafa sudan grasa, los viejos pagan la hipoteca de los jóvenes, los ricos cada vez más ricos, los pobres casa vez más fuera y ni se dimite, ni llueve jamás.
Siempre que llueve me pongo, igual que Cívico, a pensar en Londres, pero como no llueve, apenas pienso en Londres. Pienso en aquello que dijo ese novelista del alma que fue Graham Greene: quien se cansa de Londres está cansado de la vida. Yo tengo, Ingrid, ganas de vivir, estoy, por decirlo de alguna taxidermista manera, llena de vida. Si no pienso más a menudo en Londres es porque no llueve. Y es el calor, este calor, sobre todo es el calor, precisamente el calor y la falta de lluvia lo que hace que no pueda dormir. Pienso en ti, en el calor, en el sombrero de copa que mi marido se pone para dormir, en la imposibilidad de que Valencia se parezca a Londres y en llevar mi imaginación hasta allí, en tus gestos, en tus huecos, en los bichos, en el roto que le hicimos a Manuel, en que te mentí.
Te mentí.
Ingrid, quiero deshacer mi maleta, el hielo que no cabe en este vaso de Jim Beam y algunos malentendidos que te llevaste junto con mi inclinación y mis afectos a Berlín. Tengo poco tiempo, Cívico es posible que regrese. Los enumeraré:
1. El aeropuerto de Castellón no es una intervención en el espacio.
De regreso del FIB, cuya crónica leímos de Carlos Pérez de Ziriza, te propuse correr con los brazos extendidos por una pista de aterrizaje. Me dijiste emocionada que no veías algo así desde las esculturas de acero patinable de Richard Serra en el Guggenheim de Bilbao. Ahora que no estás, te diré la verdad: quise que todo fuera mágico y perfecto pero aquello no era una instalación de arte moderno: el aeropuerto de Castellón no es una intervención vanguardista en el espacio.
2. En Valencia, como en otras ciudades –pero quizás más que en otras lugares–, hay malas personas.
Te dije que en Valencia no hay seres mezquinos podridos de codicia y desvergüenza, sino simplemente gente con ideas distintas sobre la naturaleza humana o no del extranjero, la urgencia de la ayuda a la dependencia, los derechos sociales, la igualdad económica o la gestión de la ayuda al desarrollo.
Te mentí.
3. La EMT no es una atracción de Parque Aventura.
Dejé que creyeras que los autobuses de la EMT que circulan por Antic Regne eran una atracción de feria, que a los valencianos nos gusta Speed o la velocidad extrema, ver a los ancianos aterrados, agarrando su vida a los asideros, haciendo sus deposiciones de pie. Dejé que albergaras, Ingrid, la idea –de acuerdo con la lectura vitalista que de Nietzsche hizo Clement Rosset– de que se trataba de valorar, hincada ya la rodilla temblorosa en tierra, por contraste la propia vida y la quietud.
Que era para que todo el mundo pudiera sentir lo que sentía Michael Douglas al final The Game.
Al fin y al cabo, ¿qué se le puede regalar a un valenciano que ya lo tiene todo?
4. Te dije que no nos gustaban pero no era verdad.
Nos gustaba el cartel del periódico Valencia- FRUITS en Hernán Cortés y lo quitaron. Nos gustaba el bar Goya, el Blockbuster, el cine Metropol. Nos gustaba ir al Martí, al Paz, al Tyris, al Rex y al Acteón y los chaparon. La tienda de las Chinas era divertida pero cuando íbamos, igual que al Underground, al parecer, los clientes se acababan de marchar.
5. No se rueda Reservoir dogs en la calle Caballeros.
Te mentí cuando te dije que aquí era normal ver a los representantes políticos en bicicleta y con un libro de Schnitzler, Emily Dickinson o Enzensberger entre las manos. Luego antes de que la realidad se empeñara en dibujar el cansancio acumulado del mundo en nuestros rostros te dije que esos señores de trajes cari-oscuros que avanzaban decididos a Les Corts eran actores del film de Tarantino.
No, eran consellers.
6. Hay gente pobre en la ciudad.
Sí, Ingrid, En verano a la ciudad se le ve la tripa. ¿Recuerdas el paseo por Velluters que confundiste con una performance sobre la sordidez? En verano en el centro se ven, sobre todo, seres que mueven las manos señalando algo. Ayudan a aparcar. La gente con mucho dinero se va. Lo gastan fuera, para ello no necesitan saber –como de hecho no saben– inglés, francés, quién es Amélie Nothomb o Tom Waits.
7. No son pogos, es mala educación.
La gente sale de los zaguanes sin mirar, como el toro más bestia del burladero. Muchos, como viste, tampoco se suelen apartar, prefieren que te apartes tú o simplemente chocar. No son pogos como bailamos las dos tan divertidas escuchando a Massive Attack en el Low de Benidorm. Si les sostienes la puerta para que pasen no dan las gracias jamás. Otros hablan por el móvil en la mesa. Yo, si hay mucha gente en la mesa hablando por el móvil pincho en un trocito de pan un tenedor, me lo llevo a la orejita y hago como que hablo también.
Eso te hacía reir.
En Valencia, como en el pogo, le gusta a la gente chocar: Abrirse paso a empujones, ritual intenso que servía para descargar adrenalina, era la esencia del pogo.
8. No actúan: son así.
Ingrid, en muchas oficinas las personas que atienden al público se muestran hostiles. Hay en ellas –no es posible dejar de advertirlo así– una propensión hacia la vehemencia, la humillación y otras formas de violencia y desvarío. Esto se acentúa en los valencianos que atienden a personas en situaciones de carencia o necesidad. No son drugos ni personajes de Peckinpah, qué va, es que son así.
9. Todo no va bien.
Por último, Ingrid, no quiero que te acuestes con una idea falsa en la cabeza, con pijama o sin pensar en mí. ¿Recuerdas aquellos telediarios que decían que todo va bien? Me recuerdan el vacío, los días del futuro que sin ti dibujan mi destino y el chiste aquel, ese del optimista que salta al vacío desde un rascacielos y cuando le pregunta cómo ve el futuro responde…
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