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“La maravillosa historia de Henry Sugar”, pura esencia Wes Anderson

En Cine y Series viernes, 1 de septiembre de 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Como parte de una serie de cortometrajes y un mediometraje producidos por Netflix, Wes Anderson dirige La maravillosa historia de Henry Sugar, que se ha estrenado en el 80º Festival de Venecia. La película, que tiene una duración de 37’, vuelve a adaptar un cuento de Roald Dahl, tras el excelente trabajo realizado con Fantástico Mr. Fox. Anderson condensa de un modo subyugante su talento narrativo, cuya estilización y resultado superan a su último largometraje estrenado en el pasado Festival de Cannes, Asteroid City, cuyo huero manierismo encontramos decepcionante.

La historia protagonizada por Henry Sugar es, por el contrario un ejercicio narrativo que destila aquello que reverencian u odian los espectadores respecto al estilo del director de El gran hotel Budapest. Aquí, los recursos estilísticos y sobre todo gráficos sirven felizmente a su objetivo, en lugar de convertirse por sí mismos en distractores que roban el show, como en anteriores producciones.

The wonderful story of Henry Sugar

La trama del cuento está basada en la visión extra ocular, es decir la capacidad de ver sin emplear los ojos, un concepto de la visión al que a estas alturas todavía no se ha dado una explicación única. Las hipótesis sobre la habilidad de leer, dibujar, etc. con los ojos cerrados son diversas, pero en lo que coinciden quienes la han estudiado es que es una capacidad intuitiva, que pueden activar los niños hasta los doce años. Así mismo, requiere una práctica diaria y constante, tratándose de una habilidad que disminuye con la edad. Por tanto, la magia y el misterio oriental que rodean La maravillosa historia de Henry Sugar son un envoltorio sobre una base real, y además relacionada con los niños o jóvenes adultos, principales lectores de Dahl.

El relato, que por otra parte avanza vertiginosamente, es tan autoconsciente que emplea hasta tres diferentes niveles de narración. En primer lugar, tenemos a Anderson, quien es el principal relator y que emplea al narrador original, Roald Dahl (Ralph Fiennes), autor de la obra que adapta, quien en su propio estudio nos presenta la historia y a sus protagonistas, los cuales en un tercer nivel se interpretan dentro del cuento. Henry Sugar (Benedict Cumberbatch) encuentra un libro sobre una historia fascinante, cuyo autor, el Dr. Chatterjee (Dev Pattel) actúa de narrador en primera persona, al tiempo que de personaje, incluyendo descripciones y acotaciones en sus propios diálogos. A la manera del teatro de cámara familiar, los actores interpretan a más de un personaje sin restar verosimilitud, ejercicio que se lleva al extremo en cuanto a la bidimensionalidad de los decorados, los disfraces y la presencia visible de tramoyistas y utilleros que ponen y quitan pelucas, mueven falsos fondos y atrezzo.

El Dr. Chatterjee, autor de la historia protagonizada por Imdad Khan (Ben Kingsley), un hombre con visión extraocular, enciende una chispa que ilumina la imaginación de Sugar, quien planea un uso materialista de la habilidad que está decidido a adquirir con determinación y larga práctica. El retablo múltiple tan frecuente en las películas de Anderson se convierte aquí en una serie de cajas chinas, en las que hallamos un hilo conductor, una enseñanza que se transmite y con la que Imdad Khan se gana la vida, mientras que Sugar la desea para enriquecerse. Al final, la habilidad largamente deseada y ganada con esfuerzo, recupera la cualidad de don consciente y desinteresado, cerrando un círculo y, de paso, todas las capas de la narración.

La maravillosa historia de Henry Sugar es una deliciosa muestra de lo disfrutable que puede ser el cine de Wes Anderson, y está magníficamente interpretada por un reparto que nos encandila en su totalidad, con un Cumberbatch capaz de una particular vis cómica, cuya “cara de póker” es toda una baza para la comedia.

Los otros cortometrajes de Wes Anderson disponibles en Netflix son historias de un lúgubre atractivo, con lo ese punto turbador tan característico de Roald Dahl y que el director plasma con gran acierto. El cisne, El desratizador y Veneno comparten la capacidad de fascinación convirtiéndonos en espectadores-lectores de dos cuentistas (y varios actores) excepcionales.

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