La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren, 2025), cinta presentada en la última edición del Festival de Sitges y ópera prima de la directora noruega Emilie Blichfeldt, presenta una interesante revisión crítica del clásico de los hermanos Grimm, La Cenicienta, desde la perspectiva feminista.
Tradicionalmente, los cuentos de hadas han sido objeto de revisión e incluso de reinterpretación, tanto en la literatura como en el cine; ejemplo de ello son las princesas de cuento, cuya concepción y roles han ido evolucionando y cambiando, según las inquietudes intelectuales y culturales de los nuevos tiempos. El caso paradigmático lo constituyen las propias princesas Disney, inicialmente presentadas como símbolo de la esposa tradicional, de jovencita inocente destinada a ser rescatada por el príncipe encantador, como en el caso de Blancanieves o Aurora, que se convierten en mujeres independientes e intrépidas, capaces de ejercer la función de salvadoras, como Pocahontas o Merida.
En La hermanastra fea, no obstante, Blichfeldt da un paso más en el revisionismo, reorientando el eje central de la historia, replanteando no solo la esencia de los personajes, sino también su papel en la historia.
La trama se estructura del mismo modo que en el cuento original de todos conocido: Otto (Ralph Carlsson), padre de Agnes (Thea Sofie Loch Næss), contrae matrimonio con Rebekka (Ane Dahl Torp), una viuda a la que acompañan sus dos hijas: Elvira (Lea Myren) y Alma (Flo Fagerli). La repentina muerte del padre hará que la madrastra tome el control de la hacienda y relegue a Agnes al papel de criada, despojándola de todos sus derechos y convirtiéndola así en Cenicienta. Mientras crece este clima de tensión familiar, el príncipe (Isac Calmroth) organiza un baile en el que elegirá a la que será su futura esposa, hecho que propiciará la aparición de una intensa rivalidad entre la bella Agnes y la poco agraciada Elvira por conquistar el corazón del heredero al trono.
Sin embargo, la originalidad de la historia la constituye el hecho de que el núcleo central de la trama no es, en este caso, Agnes, sino Elvira, la hermanastra fea. Siendo las hermanastras de Cenicienta dos personajes que, junto a la madrastra, han encarnado la villanía dentro del cuento, Elvira es presentada en esta cinta como una joven ingenua de buen corazón, no agraciada físicamente e incluso despreciada por su propia hermanastra. No obstante, Blichfeldt no busca invertir del todo los roles, otorgando el papel de malvada a Cenicienta, con un planteamiento singular en el que presenta a ambas como víctimas de un mundo en el que las mujeres son meros objetos y monedas de cambio para el ascenso social.
Así pues, teniendo en cuenta estas bases argumentales, la trama discurrirá presentándonos los esfuerzos de Elvira en su búsqueda de la belleza, de los estándares físicos socialmente aceptados, que le permitan ser la elección del príncipe, en un maratón de situaciones tortuosas para llevar a cabo su necesaria metamorfosis, que incluirán desde una rinoplastia hasta la ingesta de una tenia, entre otros muchos tormentos.
La idea de este planteamiento viene dada por uno de los capítulos del cuento original, en el que las hermanastras de Cenicienta llegan al extremo de mutilarse los pies para poder encajarlos en el famoso zapato. Blichfeldt explora el dolor del camino de la belleza y sus implicaciones psicológicas en la mente de Elvira. Sin embargo, no pretende crear una historia de terror de body-horror, como aparenta al principio, sino una situación dirigida a crear una empatía emocional en el espectador hacia Elvira, un personaje que es pasto de las burlas y el ninguneo, capaz de renunciar a su salud y a su integridad física por agradar a un hombre al que ni siquiera conoce.

El doctor Esthétique practicando una rinoplastia a Elvira, en La hermanastra fea.
Más que una cinta de body-horror, La hermanastra fea es un film que podría calificarse como body-drama, difiriendo de la intencionalidad de películas como La mosca (The Fly, David Cronenberg, 1986), en las que se plantean los cambios físicos como un camino hacia la monstruosidad, proponiendo una reflexión sobre la esclavitud de los cánones, la banalidad de la sexualidad y el uso del cuerpo de las mujeres como una mercancía, acercándose en este sentido, aunque con mucho menos efectismo, a La sustancia (The Substance, Coralie Fargeat, 2024).
Emilie Blichfeldt reconoció en la première de Sitges que, en su infancia, despreciaba y se burlaba de la figura de la hermanastra fea y que, sin embargo, posteriormente logró empatizar con ella. Todos hemos despreciado a este personaje, incluso en la segunda película de Shrek en la que se presentó como un travesti, ridiculizándola aún más. La directora logra de esta manera dar un tirón de orejas al público, propiciando que empatice con Elvira, que sienta lástima por ella, que reflexione sobre los cuentos de princesas tradicionales y haciéndolo consciente de quiénes son realmente los villanos de la historia.
Lamentablemente, la cinta no profundiza tanto en la mente de los otros personajes, como Cenicienta o Alma, la hermanastra más joven, que si bien acierta a la hora de captar bien su esencia y pretensiones, no logra profundizar al explorar aún más su psicología y armonizarla con la de Elvira.
Blichfeldt logra crear una historia alternativa sin alterar la esencia original del cuento. Huye de reinterpretaciones banales y comerciales en las que villanos son héroes, como hicieron con Maléfica (Maleficent, Robert Stromberg, 2014), obteniendo una obra adulta, madura y que invita a la reflexión. Si bien la película no busca ser demasiado sutil en su mensaje y en su estilo, logra conseguir su objetivo principal: subvertir cánones y crear una crítica efectiva e interesante al machismo y a la dictadura de la belleza normativa.
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