La diosa Śītalā

En Cultura lunes, 25/08/2025

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

En la India del norte, Bengala y Nepal, la viruela es atribuida por tradición a la diosa Śītalā, que se sienta sobre un burro y porta un cántaro y una escobilla. El cántaro contiene, según unos, granos que al caer al suelo se convierten en las pústulas de la viruela; con la escoba esparce la temible enfermedad entre las gentes. Otros creen, en cambio, que el cántaro es de agua fría que alivia los dolores y que con la escoba barre este y otros males. Aun otros dicen que con el cántaro cura y con la escoba mata. Estas interpretaciones contradictorias reflejan una dualidad quizá intrínseca a una diosa de la enfermedad. ¿Es la frialdad que da nombre a Śītalā («La Fría») la de su mortal castigo o la del agua sanadora? ¿Es cruel y vengativa o una madre salvadora? ¿No será la enfermedad que se le asocia una expiación necesaria, una prueba de fe…?

Durante siglos, Śītalā puso a prueba a los habitantes del subcontinente índico con los dolorosos estigmas de la viruela, pero a partir de los años sesenta esto cambiaría. Entre 1966 y 1980, la Organización Mundial de la Salud se embarcó en una campaña de vacunación de enormes proporciones, con el objetivo de erradicar la viruela del planeta. Los vacunadores se enfrentaron a las resistencias de ciudadanos indios que consideraban la enfermedad una bendición de Śītalā. Tanto era así que quien la padecía era visitado por familiares, conocidos y amigos con fines de veneración, lo que, desde el punto de vista de los científicos, podría contribuir a propagar el contagio, o la «bendición». La campaña, sin embargo, tuvo éxito e hizo desaparecer la viruela de la faz de la tierra, lo que se sospechaba podía hacer peligrar el culto a esta diosa montada en un animal que en muchos países corre el mismo destino…

Shitala

Vacunando niños en la India en 1974.

La viruela fue universal y aparece en los panteones de culturas muy distantes. En China, la diosa de la viruela se llamaba, al parecer, T’ou-Shen Niang-Niang, y sus devotos trataban de apaciguar su ira refiriéndose a las pústulas que los cubrían como «bellas flores». En Japón, se pensaba que la traían unos demonios que, por alguna razón que solo ellos conocían, abominaban del color rojo. Esta creencia de que objetos, ropajes o amuletos rojos son un remedio contra la viruela se da también en Turquía y en la Europa medieval, e incluso en la religión yoruba el dios de la viruela, Sopona, tiene el rojo entre sus colores; aunque por supuesto no es lo mismo abanderar el rojo que huir de él.

El folclorista James George Frazer escribe que en el distrito de Mysore (India del Sur) existía la costumbre de forzar al demonio de la viruela a introducirse en una talla de madera que, con nocturnidad y alevosía, era trasladada a la aldea vecina. Los habitantes de esta hacían lo propio con sus vecinos, hasta que, de pueblo en pueblo, el demonio terminaba lanzado a un río. La etnia ewé, de Togo y Ghana, prefería construir fuera del pueblo una figura de arcilla por cada uno de sus habitantes. Para asegurarse de que el espíritu de la viruela se ensañaba con las estatuillas, y no con sus referentes de carne y hueso, construían una barricada en el camino al poblado.

Con independencia de lo que pensemos de estos dioses de la viruela, hemos de reconocer que su modelo explicativo no dista tanto del científico como pudiera parecer. La ciencia contemporánea sostiene que el «culpable» de la viruela es un virus del género Variola, es decir, una entidad invisible al ojo humano que contagia a los seres vivos y los infecta a través de células también invisibles. Sin la ayuda del sofisticado aparato científico y técnico que nos ha permitido descubrir la existencia de los virus y las células, los hindúes de hace siglos llegaron a la conclusión de que la causante era una entidad invisible al ojo humano que contagia a los seres vivos y los infecta a través de un karma también invisible; esto es, la diosa Śītalā. No debemos tomarnos a la ligera sus esfuerzos de dotar de coherencia y razones a la experiencia humana, pues no estamos nada seguros de que, sin las muletas de un corpus científico que en su conjunto resulta incomprensible e inabarcable para un solo individuo, lo fuéramos a hacer mucho mejor.

Shitala

Minamoto no Tametomo ahuyentando a los demonios, de la serie Thirty-six Ghosts, de Tsukioka Yoshitoshi.

Ni siquiera tenemos la certeza de que ambas explicaciones sean incompatibles. A primera vista, diríase que la inteligencia social del ser humano está tan desarrollada que antropomorfiza todo lo que toca. En especial, aquello que supera su comprensión y su competencia. Tras las potencias de la naturaleza, que le maravillaban y atemorizaban, como el sol, la luna, la montaña imponente, el caudaloso río o la incurable enfermedad, así como tras los conceptos que, de modo análogo, conforman su paisaje interior (la sabiduría, la justicia, la locura, la compasión…), el ser humano habría colocado, cual celosos vigías y guardianes, a sus respectivos dioses. Pero quizá los dioses encierren un sentido sobre estas cosas que de otro modo se nos escapa…

La desaparición de la viruela es recordada como un hito en la historia de la ciencia, de lo más cercano a un milagro en sus anales. Cuarenta y cinco años después, no se ha conseguido erradicar ninguna otra enfermedad humana a escala global. Nos cuentan que el Programa para la Erradicación de la Viruela se vio forzado a imprimir, para convencer a la población india, estampas de Śītalā blandiendo una jeringuilla. ¿Estarían propiciando ellos también a la diosa…? Tras la desaparición de la enfermedad, muchos entendieron que Śītalā había favorecido con su amor maternal el programa mundial de vacunaciones (contaba también con las bendiciones del influyente gurú Neem Karoli Baba). Algunos devotos incluso empezaron a adorar las jeringuillas. Pese a temores iniciales, el culto a Śītalā sigue vivo y en buena salud. Pues ¿quién si no la diosa de la viruela podía conseguir que nuestro imposible intento de erradicarla llegara a buen puerto?

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ŚītalāT’ou-Shen Niang-Niangviruela

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