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Cultura

La cultura del narcisismo o la rara clarividencia de Christopher Lasch

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 6 de junio de 2023

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

En 1979 se publicó La cultura del narcisismo, el ensayo del sociólogo norteamericano Christopher Lasch y también se estrenó Manhattan, el film de Woody Allen y ambas referencias culturales tienen el mérito, bajo cierta perspectiva, no solo de suponer ácidos retratos de la transición socio-emocional de una época sino de anticipar más específicamente una suerte de quiebra en las nuevas subjetividades –desde la neurosis al narcisismo– que tendría su particular reflejo político las décadas siguientes: crisis de la referencias, mutaciones profesionales como preludio de la precariedad estructural, fragmentación de la vida social, subjetivismo (el efecto del relativismo en la práctica del conocimiento), decadencia del superyó.

Hace falta un enorme poder de clarividencia para anticipar una deriva social y política a partir del análisis de distintas condiciones culturales en ciernes (un rastreo de las huellas del individuo que se hace un selfie antes del selfie, por así decir) y esa es una de las primeras claves para leer y disfrutar de La cultura del narcisismo, La vida en una era de expectativas decrecientes recientemente editada en nuestro país por Capitán Swing.

Narcisismo

La metodología del ensayo es la crítica cultural de cuño psicoanalítico (el narcisismo primario que comienza con el nacimiento y la paulatina constatación de que ni la madre ni el mundo son extensiones de nuestra voluntad), por eso (por «ello») aunque la imagen del teléfono móvil en la cubierta del editorial madrileña sea oportuna y no del todo improcedente, esta ilustraría solo una de las aristas del fenómeno analizado por Lasch, un hecho multicausal presidido por un enfoque freudiano donde la categoría del narcisismo no refiere tanto el egoísmo ensimismado más actual o la vanidad del selfie, sino un síntoma más o menos patológico de las tendencias culturales que incidían en la negación de la separación público-privado, en el rechazo a la dependencia del vínculo social, y por tanto en cierta crisis de la economía política, la escuela y la familia norteamericana de finales de los años 70.

La cultura del narcisismo contiene toda una lectura de la marcha de la historia en los últimos doscientos años como mutación de ese superyó que observa nuestros pasos.

En lo que toca a las transformaciones en la subjetividad, el ensayo de Lasch parte en gran medida de la observación (la misma que algunos haríamos hoy) de esa gente normal que manifiesta de pronto rasgos de la personalidad propios de cierto narcisismo patológico. El diagnóstico del profesor de Historia de la Universidad de Rochester apuntaba entonces a la devaluación del pasado (magnífica la reconstrucción de un capítulo local de la historia de las ideas), la crisis de la ética laboral de origen puritano, al dominio de las grandes organizaciones burocráticas, a la mutación del ámbito escolar, a los medios de comunicación de masas, a la deriva emotivo-identitarista de la izquierda, a la (entonces aún en boga espiritualidad new age), a la imparable rentabilidad de la «visibilidad» y a la pérdida de una serie de valores más o menos tradicionales (algunos resultarán al lector más antipáticos que otros) que tienen que ver con la estructura y el rol de la familia.

Narcisismo

Óleo en lienzo atribuido en 1913 a Caravaggio.

Las tendencias descritas por Lasch ocupan en realidad dos siglos de historia (básicamente norteamericana) aunque un mérito del autor es su familiaridad con autores «entre océanos» (Tocqueville o Santayana) o directamente europeos como Marx, Freud o Guy Debord (y su sociedad del espectáculo), y tienen que ver con cuestiones tan distintas como la degradación de los valores de la vieja perfección moral acorde con la ascesis puritana, cierto repecho del sistema meritocrático, los vacuos sistemas gerenciales, lo que llama «nuevo paternalismo», la degradación del deporte, el declive del hombre público en los días de desvinculación con el talento y con el pasado (en cierta coincidencia con Richard Sennett y de distinta manera con La muchedumbre solitaria de David Riesman), las relaciones entre sexos.

La sociedad es narcisista no porque el individuo se haya convertido en un ser vanidoso sino porque el mundo se ha convertido en un espejo pulido.

El ensayo se puede leer también desde un enfoque comunitarista (enfrentado en filosofía política al individualismo de corte liberal), de ahí las páginas dedicadas a la crítica del sentido de pertenencia, de los significados estables del bien común o de la forma en que el ascenso profesional (un eje de la cultura norteamericana) habría pasado a depender menos de la capacidad profesional y mucho más de la visibilidad (de la apariencia): un diagnóstico nostálgico que pudimos encontrar mucho más tarde, por ejemplo, en la crítica de la meritocracia de Michael Sandel.

Hoy, cuando se ha hecho patente el descrédito del experto y la gente no admite otro conocimiento del mundo más allá de su experiencia personal, cabe retener con Lasch que la sociedad es narcisista no porque el individuo se haya convertido en un ser vanidoso sino porque el mundo se ha convertido en un espejo pulido. Dicho de otra forma, lo esencial de la imagen no es que Narciso se enamore de sí mismo, sino que no reconoce su propio reflejo porque carece ya de toda noción de una diferencia entre él y su entorno.

Narcisismo

Christopher Lasch.

La cultura del narcisismo contiene toda una lectura de la marcha de la historia en los últimos doscientos años como mutación de ese superyó que observa nuestros pasos. La búsqueda del placer, el recreo vacuo e instrumental en la mera apariencia y la auto-afirmación entre cápsulas de individualidad es solo un correlato de la pérdida de sentido de la continuidad de la existencia (una idea fusilada por Byung-Chul Han en El aroma del tiempo). Y es aquí donde sigue maravillándonos la capacidad profética o anticipadora de Lasch, en la manera en que observa que ese manejo de la imagen crece como una clave no solo cultural sino sustitutiva de lo real (ver el antepenúltimo capítulo de Succession).

Narcisismo

Nuestra lectura recomendada es por último una exploración de la dimensión macro-psicológica de los virajes a largo plazo de la autoridad cultural: explicación del presente ensimismado (con toda su revuelta anti-ilustrada o simplemente anti-racional hoy en boga en medio mundo), ciertos chirridos rancio-conservadores sobre el nuevo papel de la mujer, descripción (y a diferencia de Lipovetski) condena del vacío en el capitalismo avanzado, gruñidos casi siempre atinados de un tipo enfadado, fina diagnosis de un futuro presidido por individuos emocionalmente inmaduros que no reconocen la existencia separada del yo, pataleta de abuelo sabio (el capítulo dedicado al descrédito de la vejez como anticipación del edadismo es uno de los más acertados y hermosos), lucidez de un crítico cultural que resulta más imprescindible cuando más parece que esté dejando de fumar. Algo que todos deberían hacer.

Hermosos: límites a nuestra libertad y sueños anticipatorios del peso cultural de las celebrities.

Malditas: referencias rancias a la «mujer castradora» o a la relación de la familia con «otras entidades de control social».

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