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“La ciudades invisibles”, el XXXIV Ravenna Festival

En Música martes, 25 de julio de 2023

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Ravenna es una ciudad llena de historia. Pese a ser una ciudad pequeña tuvo un papel fundamental durante el declive del Imperio Romano por su posición estratégica de comunicación entre Occidente y Oriente. En el 402, Onorio, hijo de Teodosio I, decidió hacer de esta ciudad nada menos que la capital del Imperio Romano de Occidente hasta convertirse en el siglo siguiente en la capital del Reino de los Godos que invadieron Italia. Gracias a la centralidad que adquirió en esta época, la ciudad (que poseía uno de los puertos marítimos más relevantes de la antigüedad) vio una proliferación de las artes, sobre todo en lo referente a la arquitectura y al mosaico, que jamás volvería a suceder. Por eso ahora entre sus calles y a las afueras (donde un día existió el puerto de Classe) se pueden apreciar nada menos que ocho monumentos paleocristianos declarados por Unesco patrimonio de la humanidad desde 1996.

Una ciudad entre lo visible y lo invisible y que entra de lleno en el lema elegido para la trigésima cuarta edición del Ravenna Festival, Las ciudades invisibles, título de una famosa novela del escritor italiano Italo Calvino del que se celebran los cien años de su nacimiento. En el tercero de sus nueve capítulos nos encontramos en la ciudad de Ipazia (la ciudad de los signos). Una ciudad donde todo va al revés y donde el visitador que busca alimento y estímulo para su espíritu lo busca en los cementerios donde los músicos se esconden y donde De una fosa a la otra se responden trinos de flautas, acordes de arpas. En la ciudad visible de Ravenna, durante el festival, la música se encuentra contrariamente por doquier haciendo dialogar, como es habitual desde más de treinta años, música clásica, musical, jazz, teatro, danza clásica y moderna, exposiciones y charlas de carácter filosófico en una un abanico de manifestaciones artísticas siempre impagable.

XXXIV Ravenna Festival

Martha Argerich y Mischa Misky durante un momento del concierto. Foto Credits © Zani-Casadio.

La serie de conciertos dedicados al repertorio de la música clásica se abrió en el inmenso Pala de Andrè el 8 de junio, con la inolvidable actuación de la pianista Martha Argerich y el violoncelista Mischa Maisky, dos veteranas figuras, ya monumentales, del panorama concertístico de los últimos cincuenta años. Amigos y colaboradores desde los años ochenta, Argerich y Maisky comparten una unidad de intentos interpretativos extremadamente consolidada y compacta y que se ha reforzado a lo largo de los años como demuestran sus varias grabaciones para el sello de Deutsche Grammophon. Algo que se pudo apreciar plenamente también en el concierto de Ravenna con un programa que veía al centro tres obras centrales del repertorio para violoncelo y piano.

En la Sonata n. 2 op. 5 de Ludwig van Beethoven, que abrió el concierto, los dos intérpretes consiguieron enmarcar perfectamente el cambio de paradigma que supuso esta obra, dejando atrás la idea de un solista acompañado por el piano para dar espacio a uno dialogo paritario y complejo entre los dos instrumentos. Algo presente también en la compleja Sonata n. 1 en re menor para violoncelo y piano escrita por Claude Debussy en 1916, que cerró la primera parte del concierto, y de la que Argerich y Maisky consiguieron evidenciar la carga modernista, como al mismo tiempo el sofisticado homenaje a la tradición del clasicismo. Cerró la velada la Sonata op. 65 de Frédéric Chopin, una de las últimas obras del compositor polaco, caracterizado por un primer movimiento formalmente muy enredado y con matices casi brahmsianos que los dos intérpretes desarrollaron perfectamente gracias a una interpretación modélica en todo momento, como modélico fue también la Phantasiestücke de Robert Schumann que ofrecieron como propina.

XXXIV Ravenna Festival

Leonidas Kavakos durante un momento del concierto en San Apollinare in Classe. Foto Credits © Zani-Casadio.

No menos impactantes fueron los dos recitales titulados Sei Solo, del violinista griego Leonidas Kavakos (Atenas, 55 años), del 14 y 15 de junio. Sendas veladas nocturnas para escuchar todas las Sonatas y partitas para violín solo, de Johann Sebastián Bach, en el marco incomparable de la Basílica de San Apolinar in Classe. Colocándose en la escalinata del altar mayor con su Stradivarius Willemotte de 1734, frente al deslumbrante mosaico absidal de la basílica, Kavakos empezó en el preludio de la Partita núm. 3 en mi mayor, BWV 1006. Fue el inicio de una serie de interpretaciones siempre brillantes y fluidas de estas obras claves de repertorio para violín sólo. Sin la menor señal de tensión el violinista griego ofreció constantemente un dominio de los recursos técnicos como de una personal inclinación para introducir adornos y notas de paso en las repeticiones de las danzas de las Partitas así como en las secciones de las Sonatas, terminando la serie con una admirable ejecución de la famosa Chacona de la Partita n. 2 en re menor.

XXXIV Ravenna Festival

Anne Sophie Mutter y los Mutter Virtuosi al finalizar el concierto. Foto Credits © Zani-Casadio.

El violín fue igualmente protagonista en el concierto del 22 de julio, otra vez en el Pala de Andrè, que tuvo como protagonista a Anne-Sohie Mutter y los Mutter’s Virtuosi. Entre las iniciativas de la Mutter destaca la Freundeskreis der Anne-Sophie Mutter-Stiftung (Asociación de Amigos de Anne-Sophie Mutter), creada por ella en 1997 que se ocupa de la formación y el apoyo de jóvenes músicos dotados que tocan instrumentos de arco. Es con algunos de estos jóvenes que la violinista creó los Mutter’s Virtuosi, comprometiéndolos en giras que los llevan a actuar en todo el mundo. La de Ravenna fue la única etapa italiana de la gira actual, para la que se eligió un programa compuesto con música de Vivaldi, Bach, Previn y, perla rara, el Concierto para violín y orquesta de Joseph Bologne: desde el Barroco hasta nuestros tiempos, por lo tanto, con la conclusión en estilo clásico de Bologne, personaje singular originario de la Guadalupa que fue definido en París como el “Mozart negro” pese a que sus obras se quedan muy lejos de la genialidad del gran compositor austriaco.

Después de un brillante Concierto para tres violines de Antonio Vivaldi, el punto más alto de la noche fue sin duda el Concierto en la menor para violín y orquesta BWV 1041 de Bach, del que la gran violinista iluminó cada nota con un fraseo cautivante y rico en matices, articulado con extrema sabiduría gracias a su prestigioso Stradivarius. Siguieron el interesante Nonet escrito por el director y compositor André Previn en 2014 para el conjunto de la Mutter y una equilibrada interpretación del Concierto de Brademburgo n.3 de Bach (el más corto de la serie) antes del ya citado concierto de Joseph Bologne. Saludados por los cálidos y agradecidos aplausos del gran público, Mutter y sus trece jóvenes músicos concedieron dos bises, el Presto final (la tormenta) del Verano de Vivaldi y un tema de John Williams de la banda sonora de la película Schindler’s List, renovando el entusiasmo de los espectadores.

XXXIV Ravenna Festival

El concierto de Muti para “Le vie dell’amicizia” en el Pala de André de Ravenna. Foto Credits © Zani-Casadio.

El 20 de julio se cerró la sección de música clásica del festival con el habitual concierto de Riccardo Muti al frente la Orquesta Juvenil Luigi Cherubini fundada por él mismo en 2004. Antes, entre el 7 y el 11 julio el director napolitano protagonizó también tres impresionantes conciertos en Ravenna, Jerash (Jordania) y Pompeia dentro del marco del anual Concierto “Le vie dell’amicizia” en colaboración con el Ravenna Festival. En la velada de Ravenna sobresalieron la intensidad dramática del segundo acto del Orfeo ed Euridice de Christoph Willibald Gluck, que tuvo como protagonista al contratenor Filippo Mineccia, el lirismo de la “Casta Diva” de la Norma de Vincenzo Bellini a manos de una soberbia Monica Conesa y sobre todo una asombrosa interpretación (por intensidad y un gobierno perfecto del fraseo) del Canto del Destino de Johannes Brahms con el Coro Cremona Antiqua. No faltó tampoco la emoción con las tres piezas de la compositora jordana Dima Orsho inspiradas en la tradición de la Siria oriental y ejecutadas a la perfección por algunos artistas locales acompañados por elementos de la Orquesta Cherubini.

XXXIV Ravenna Festival

Riccardo Muti al frente de la Orquesta Cherubini. Foto Credits © Zani-Casadio.

El concierto del 20 de julio fue protagonizado por la música del siglo XX: en la primera parte escuchamos dos obras de Nino Rota —famoso por sus bandas sonoras, sobre todo para las películas de Fellini. Abrió el concierto una emocionate y crepuscular interpretación de la Suite de la música para El Padrino de Francis Ford Coppola, pero lo más interesante fue el poco conocido Concierto para violoncelo escrito en 1972. Solista fue el primer violoncelo de la Filarmónica de Viena, Tamás Varga, que basó su interpretación del concierto valorizando el cálido sonido del instrumento, la belleza de las melodías y el impresiónate diálogo con las diferentes secciones de la orquesta, perfectamente equilibrada bajo la batuta de Muti che ofreció un tapiz sonoro y un contra canto en perfecta sintonía con el solista.

La segunda parte fue dominada por una abrumadora versión del famoso Bolero de Maurice Ravel que una vez encaminado en su impresionante crescendo llegó a exaltar no solo a la audiencia sino a los mismos músicos. Lo precedió la Suite n. 2 del Sombrero de tres Picos de Manuel de Falla. La obra del compositor granadino resultó adamantina bajo la batuta de Muti que fue además capaz de sacar a luz por la vertiente modernista de la obra dentro de los temas de inspiración ibérica, como la famosa jota. Impecable la actuación de la orquesta Cherubini que cada año conforma la excepcional maestría de sus jóvenes músicos, verdaderas esperanzas para el futuro musical no sólo de Italia.

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