Bien podría ser una de las películas revelación de la temporada. Transmite pasión, veracidad y cierta irreverencia. Köln 75, estrenada en la última edición del Festival de Berlín y a punto de hacerlo en nuestras salas, es un emotivo tributo a la música y a la libertad. Dicho así, suena algo genérico. Incluso naïf. Pero es que lo es. La historia de Vera Brandes (interpretada por una arrolladora Mala Emde), la jovencísima productora y promotora alemana que, con solo 18 años, se las ingenió para traer al legendario Keith Jarrett a tocar el piano en su ciudad, en lo que luego sería una de las grabaciones más vendidas de la historia del jazz y de la música popular (el álbum The Köln Concert, de 1975, registrado en el Opera House de Colonia), merecía ser contada. Y reivindicada: pocas veces la figura de un promotor musical, con su dosis de desatado idealismo y espíritu pionero, ha sido tan bien plasmada en el cine. Y además era mujer, en este caso. Doble dificultad. El responsable es el director israelí-norteamericano Ido Fluk, quien me atiende por zoom desde su casa en Nueva York.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Köln 75 pone el foco en la figura del promotor. Promotora, en este caso. Los grandes olvidados por los medios de masas, cuando en realidad son artífices esenciales y muchas veces pioneros.
IDO FLUK: Es interesante, porque siempre que hacemos películas sobre músicos, los ponemos al frente, en el centro de la acción. Puede haber algunas escenas en las que aparezca algún promotor, pero sin apenas protagonismo. Y ya era hora de contar una historia que no se centre en el artista torturado: es algo que hemos visto muchas veces. Sin esta mujer, Vera Brandes, la historia de la música habría sido diferente. Y la suya es una historia que no se había contado nunca. Para mí era muy refrescante la idea de abordarla. Y también la suya es una acción feminista. Nunca obtuvo el crédito que merecía, nunca se le tributó el homenaje que se le debía, incluso de parte de los artistas. Nunca obtuvo atención ni gratitud por todo lo que hizo.
De hecho, ya que hablas de feminismo, incluso sabiendo que una ciudad como Colonia en los años setenta era más progresista que la media europea de su tiempo, la prensa etiquetó a Vera como “la loba del jazz”, un titular denigrante que no se le hubiera aplicado a un hombre.
Sí, fue una época muy interesante porque a mediados de los setenta había una nueva ola de feminismo que llegaba, pero aún así, las expectativas de sus padres eran otras acerca del trabajo al que debía dedicarse, y hay como un tira y afloja acerca de lo que se supone que una mujer joven puede hacer en la sociedad, a qué se debe dedicar. Lo cool de Vera Brandes es que vivió sin escuchar a los demás, sin hacer caso a quienes le decían si podía hacer esto o lo otro. En ese sentido, hay algo acerca de la juventud que encuentro muy inspirador, y es ese desafío a los límites, ese deseo por ir cuanto más lejos, mejor, tan propio de la edad. La idea de que no haya un final para cualquier abanico de posibilidades. Creo que eso lo vamos perdiendo un poco conforme nos hacemos mayores. Claro, lo que hacía ella era visto como una locura, especialmente en aquel momento.
En alguna entrevista previa he leído que defines esto como una película punk rock. ¿Por qué?
Porque trata sobre alguien que no obedece las reglas. Y esa es la ética del punk. Romperlas. Ella encarna eso. Lleva una vida salvaje. Y lo que vemos en la película es lo que ocurrió de verdad. Llevaba una doble vida, llamando a los agentes de conciertos desde el teléfono de la clínica dental que su padre tenía en la parte baja de su casa familiar y alquilando luego un piso para poder utilizarlo como oficina. Y todo mientras aún iba al instituto. Tomando riesgos y apostando fuerte. Y sin escuchar a nadie: si lo hubiera hecho, no lo habría logrado. Y si creía que Keith Jarrett podía agotar las entradas en un recinto tan grande como la Ópera de Colonia, a las once de la noche de un viernes frío de invierno, lo hacía. Y lo logró. No hay nada más punk rock que eso. Y la banda sonora de la película, que trata sobre un concierto de jazz, es punk rock: Alemania occidental era un auténtico festín musical en aquel momento, y el punk formaba parte del menú.
En la escena del concierto no se oye ni una sola nota del directo de Keith Jarrett, aunque se le ve tocar el piano: en su lugar escuchamos “To Love Somebody”, de los Bee Gees. Es algo que contraviene por completo el clásico final de biopics musicales a los que estamos acostumbrados, esas historias de superación personal tan manidas.
Lo típico es aburrido. Si alguien quiere ver algo así, tiene mucho donde elegir. Mi trabajo como cineasta y artista es hacer algo nuevo. Ya hemos tenido suficientes películas con la misma estructura y trama y con un concierto al final, y resulta aburrido. Prefiero intentar hacer algo fresco, rompiendo las reglas del mismo modo en el que Vera Brandes las rompió. Contar la historia de un modo especial y focalizar la atención en ella, pese a que Keith Jarrett merezca todos nuestros elogios. Lo mejor de esta película es que, después de verla, cuando la gente llega a casa, hace dos cosas: googlear si esto ocurrió de verdad y ponerse de nuevo el disco del directo de Keith Jarrett, y puedo prometer que suena completamente distinto tras haberla visto. Eso para mí es más importante que poner treinta segundos del concierto en el film.
¿Cómo entraste en contacto con la historia y qué fue lo que te atrajo?
Me enamoré de la historia cuando leí un reportaje sobre Vera Brandes. Mi conocimiento de la música de Keith Jarrett era muy básico. La historia de una mujer sin demasiada experiencia que organiza un concierto con un piano inservible y tiene que apresurarse para conseguir otro o que lo arreglen: pensé que era un punto de vista interesante, desde el que no se explica nunca la música. Luego ya vino la búsqueda de información y documentación, y de dar con Vera Brandes, quien me contó toda la historia con gran generosidad. Así llegué. No desde Keith Jarrett, cuya música respeto y he disfrutado, obviamente.
Dos de los personajes rompen la cuarta pared muy pronto, dirigiéndose al público.
Intenté escribir sin reglas, como si fuera un músico de jazz improvisando, de forma que la película sea como el sujeto que retrata. No quise hacer un guion que siguiera una estructura muy definida ni unas líneas maestras. Me encerré durante el confinamiento por el coronavirus aquí en Nueva York y simplemente escribí, sin eliminar los errores ni las imperfecciones. No quise marcarme reglas ni como guionista ni como director. Los actores hablan a la cámara. Utilizamos material documental y ficcionado. Rompemos la línea temporal. Perdemos a la protagonista durante un tramo muy importante de la película hasta que vuelve. Hablamos de música, damos como una charla sobre jazz. Todo esto hace que la película se sienta como algo libre. En línea con el espíritu punk: ¡que les den a las normas! ¡Que les den! Ella solo seguía su arte y su pasión.
Hay una reivindicación clara por parte del personaje que interpreta Michael Cernus, el periodista musical norteamericano Michael Watts, que me parece interesantísimo, de los errores como algo creativo: menciona ejemplos históricos de discos de Bob Dylan o The Cramps.
Los errores y los obstáculos son las dos cosas más importantes. Sobre todo hoy en día, con el concepto de IA y esa idea de perfección. Cuadros perfectos, obras de arte perfectas… pero lo cierto es que el arte no va sobre la perfección. Sino sobre fallos, errores, inicios en falso, y abrazarlos. Sobre cómo moverte alrededor de los obstáculos. Esta historia es perfecta para explicarlo.
¿Fue fácil el casting?
No, porque yo vivo en Nueva York y el proyecto era alemán, lo que me supuso mucho estudio del lenguaje y del mundo del cine en Alemania, y de ver muchas películas alemanas contemporáneas para dar con la intérprete adecuada, que debía ser joven, porque en la película tiene 18 años, aunque va diciendo que tiene 25. Actores, gente que no había actuado nunca, tuve que sopesar muchos perfiles y audiciones. Nos volvimos un poco locos, pero es que esa era la decisión más importante en esta película. Cuando Mala (Emde) entró, le dije “es tu película, yo te sigo con la cámara a donde vayas, pero es tuya”. Y formamos un gran equipo.
¿Esperabas tan buena acogida?
Hemos encontrado mucho amor. Creo que es un film inspirador, revitalizante y especialmente emocionante para la gente joven que está buscando su lugar en el mundo y siente que hay factores que se lo impiden. Músicos, productores, cineastas, artistas… me dicen que esta película les da esperanza y les permite reimaginarse a sí mismos como personas que hacen lo que su instinto les demanda. Es como si hoy en día mucha gente se sintiera como encerrada dentro de un tarro, dentro del que se revuelven, pero no son capaces de hacer saltar la tapa. Por muchos golpes que se den contra ella. Y se olvidan de que pueden saltar más alto. Estamos acostumbrados a tener demasiados techos. Y me he encontrado también con gente, como te decía, que confiesa que la película les ha cambiado la forma en la que escuchan el disco de Keith Jarrett. Y eso es muy importante.
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