El Jueves apareció el jueves. Como en las buenas películas de miedo, un hecho tan simple como ése esconde el principio de uno de los episodios más terribles que ha vivido la prensa española y, en particular, su necesaria libertad de expresión.
Tras décadas alterando el orden natural de las cosas llegando a los quioscos los miércoles pese a la evidencia de su cabecera, El Jueves llegaba un día más tarde. En estos tiempos de acelerón informativo, la cosa hubiera pasado casi desapercibida si no hubiera sido por las pérfidas redes sociales: alguien se dio cuenta de que la revista distribuida por toda España era ligeramente distinta a la anunciada apenas un día antes por twitter. Bueno, ligeramente no. Totalmente: Pablo Iglesias llenaba la portada cuando lo que se esperaba era un ácido y lúcido chiste de Manel Fontdevila sobre el tema que ha monopolizado durante esta semana los medios de comunicación: un rey con pinzas en la nariz pasaba una hedionda corona llena de mierda a su hijo.
Las redes comenzaron a hervir y la editorial de la revista satírica comenzó a dar explicaciones que hablaban de problemas debido a que no se podía haber cambiado la portada prevista por lo súbito de la abdicación real. Pero internet ha conseguido que aquél refrán castizo que dice que antes se coge a un mentiroso que a un cojo alcance cotas inauditas en el siglo XXI, así que apenas unos instantes después la red ya sabía que se habían destruido 60.000 copias ya impresas y que se estaba gestando una revuelta interna sin precedentes en el consejo de redacción de la revista.
Los anuncios en twitter del abandono de dos históricos de la revista, Albert Monteys y Manel Fontdevila, abrían un incendio en las redes que pronto daría la versión real de los hechos: RBA, el grupo editorial propietario de El Jueves, había obligado a la sustitución de la portada crítica con la corona y, además, había prohibido que cualquier tema sobre la familia borbónica fuera portada durante los próximos días. Una agresión directa a la libertad de expresión que tuvo respuesta inmediata por parte de los aficionados y que dio lugar al abandono de la revista de algunos de sus más reconocidos colaboradores: Guillermo, Manuel Bartual, Isaac Rosa, Malagón, Paco Alcázar, Bernardo Vergara y Luis Bustos.
El Jueves ya había tenido en 2007 un encontronazo directo con los borbones con la famosa portada protagonizada por Felipe y Letizia que fue secuestrada por orden del juez Del Olmo, pero la situación que se ha vivido esta semana es muchísimo más grave: es un caso de autocensura incompatible con la libertad de expresión que precisa la prensa y, más, una publicación satírica.
Es indiferente cuál sea la causa que ha dado lugar a la censura de RBA: si, como se ha argumentado, el movimiento de la editorial obedece a presiones externas desde la Casa Real, es intolerable porque la editorial siempre tuvo la opción de no aceptarlas y respetar la libre creación de unos autores que, como han demostrado fehacientemente, asumen las consecuencias de su ejercicio de la libertad de expresión. Si no existieron las presiones -como aseguran las fuentes oficiales- y la razón es un exceso de prudencia por parte de los editores, peor, porque es signo de una inaceptable cobardía o, peor, sugiere –sobre todo si consideramos las consignas lanzadas- que es un vergonzoso intento de lograr futuras prebendas alegando el bien conocido “hoy por ti, mañana por mí”.
Pero en cualquier caso lo que sí que es palpable y evidente es la consecuencia del cambio de portada: RBA ha dado una puñalada de muerte a la revista. Son muchos los ejemplos que demuestran que el humor y la sátira en este país han sabido sobrevivir con ingenio y osadía en épocas de durísimas restricciones a la libertad, de censura previa y de persecución. Sin embargo, están completamente ahogados si nacen capados desde la propia editorial.
El paso al frente de los dibujantes que han dejado la revista es un ejemplo de dignidad y valentía, pero no debe hacer olvidar la terrible situación en la que se queda el consejo de redacción de la revista y los autores que permanecen en la revista, completamente ajenos y víctimas de la decisión, pero que tendrán que afrontar una nueva etapa de la revista en continua sospecha de seguidismo y falta de independencia.
Una maniobra de despachos puede dar al traste con la larga trayectoria impoluta de una de las mejores revistas satíricas que ha tenido España, pero da pruebas evidentes de que la generación de autores que alumbró no sólo es la más brillante, sino también llena de dignidad y grandeza.
El Jueves ha muerto. Larga vida a los reyes del humor.
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