Primero regresó Joy Williams (una de las mejores escritoras de nuestro tiempo) con ese rabioso, triste y maravilloso testimonio del ecocidio que es La rastra (Seix Barral, 2022), su vuelta a la novela después de 21 años. La búsqueda por parte de la niña (luego adolescente) Khristen de una madre que es parte de una generación ahogada entre la inacción, las teorías disparatadas, el presente carente de sentido y un sinfín de cócteles de Martini me pareció al principio que tenía algo de Vineland, mi novela preferida de Pynchon y El guardián entre el centeno.
Pronto, el registro de solares tras el desastre medioambiental y los pensamientos que sobre ellos vagan como viejos pájaros en el Jardín de Epicuro, el tesoro de recursos estilísticos, la inocencia pagando la culpa de los depredadores, el humor pese a todo, la cómica inversión de roles, la adjetivación tan precisa o el entrañable lirismo del renacimiento del mito en un raro hábitat sin viento empezaron a sobrecogerme.
A continuación, casi sin darme cuenta, cuando ya sabía que esta era mi novela preferida de este año, la tierna aflicción por un planeta estropeado, las originalísimas formas de diálogo, el club de ancianos terminales dispuestos a llevarse a algún ecocida por delante, la invención literaria frente a la sinrazón arrogante, el talento de Williams y sobre todo, el amor por el conocimiento, el acierto en hacer depositarios de él a los más jóvenes, las hordas de niños como «efectos colaterales», la emocionante sensibilidad para lamentar la pérdida de la belleza, los ecos de Kafka y de Lucrecio, el amor por el agua y por los peces que nadan, por el aire fresco y las plantas que florecen me conmovió hasta el punto de desear pegarme yo también con una barra de Imedio al marco de un cuadro de Goya en el Museo de El Prado.
Luego, para sobrellevar tanta tristeza impotente (el calentamiento global es nuestro Don’t look up!) y por ser más exactos, en la mítica hora embrujada de la noche de Halloween, bailé en mi autocine preferido, con «Haunted House», el simpático tema del último disco de los Pixies, Doggerel, cuyo regreso siempre da forma a un pasado (el mío) basado él mismo en cierto pasado de la forma. Uno de los comienzos más hermosos entre los libros de Carlos Pérez de Ziriza, el primer capítulo de No olvides las canciones que te salvaron la vida (Efe Eme, 2019), es precisamente el dedicado a «Debaser», promesa de códigos subterráneos, canal para la desazón y la rabia contra la humanidad, todo «un big bang para un adolescente impresionable» que me recuerda el tan bien fabuloso inicio de Vynil, la serie de Terence Winter, Martin Scorsese, Mick Jagger et al, en particular el encuentro del enfarlopado Richie Finestra (Bobby Cannavale) con el concierto de los New York Dolls (aquí).
El regreso de El reino, la mítica serie de Lars von Trier, 25 años después, acaeció tras la oportuna (en el mejor sentido del término) revisión de las dos temporadas anteriores en Filmin. A los que seguimos El reino (Hospital Kingdom) en los años noventa (aún pude ver algunos episodios en VHS) no nos pareció mal que el terror fuera derivando en una salvaje exploración de los cuadros médicos en clave de comedia socio-laboral. En efecto, la tan traída batalla entre el bien y el mal se convirtió en una despliegue de mala baba y sátira desbocada. Entre lo mejor destacan las puyas contra el vicio edificante de los suecos, y la irónica, y un tanto gruesa, crítica a los tics de la corrección política y la nueva sensibilidad (de nuevo, como sucedía en la escena del sexo interracial de Nymphomaniac, el estereotipo del negro y ahora como novedad la falsa denuncia por acoso sexual). Hemos echado de menos la presencia del director en los títulos de crédito finales. En palabras del propio von Trier, tan aquejado de problemas de salud (debería cuidarse en el Rigshospitalet), se debe a un presumido sentido de su propia imagen. Seguro que es por eso.
Por último, regresó Jürgen Habermas cuyo estudio de la esfera pública (el recurrente Öffentlichkeit) en 1962: Historia y crítica de la opinión pública siempre he encontrado mucho más real e inteligente que la famosa (y un tanto lovecraftniana) teoría de la acción comunicativa. Solo hemos podido leer algún adelanto, pero en este tiempo de deterioro acelerado de la comunicación y de la opinión pública, deseamos que la continuación de su análisis y las distinciones entre opinión pública (crítica y manipulada) incluya esa nueva categoría hipócrita (cínica al decir de su rival Sloterdijk) con la que se apoya socialmente tanto a la nueva mentira (hoy bajo el rótulo de posverdad) como a los viejos estafadores (demagogos) de toda la vida.
Hermosos: Joy Williams, Lars von Trier, Pixies y Jürgen Habermas en el el otoño de sus vidas.
Malditas: misoginia, discriminación y falta de libertades en Qatar.
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