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“It Was Just an Accident”, el sabor de la venganza

En Cine y Series miércoles, 21 de mayo de 2025

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Si un director de cine ha desafiado la persecución política, ha sufrido la prisión y el confinamiento, sin dejar de adaptar sus obras a las limitaciones que la falta de libertad le ha impuesto, ese es el iraní Jafar Panahi. Así, por ejemplo, Taxi (2015) fue su respuesta a la prohibición de dirigir películas, transformándose en un conductor para rodar un docudrama con tres pequeñas cámaras de cine Blackmagic Design Pocket. Como el director de Tres caras ha afirmado: Nada puede impedirme hacer películas, ya que cuando se me lleva a los últimos rincones conecto con mi yo interior y, en esos espacios privados, a pesar de todas las limitaciones, la necesidad de crear se convierte en un impulso aún mayor.

Cuando el acoso y la represión llegan a ser consustanciales a la labor creativa, esta debe encontrar sus propias vías de expresión, y los autores no pueden evitar incluir en sus obras, directa o retóricamente, esas circunstancias limitantes y sus consecuencias. Ese es el caso de tantos directores iraníes cuyas obras coexisten con las de otros que, sin dejar de tener esa conciencia política, prefieren no reflejarla, como es el caso de Naima Javidi y sus excelentes thrillers.

En su anterior película, Los osos no existen, Jafar Panahi describía magistralmente el exilio creativo, la denuncia y la compulsión del artista, en un juego de espejos entre lo personal y la traslación cinematográfica, mostrando la necesidad de salir y de permanecer. La autoficción funcionaba como amplificador, incorporando en los diferentes hilos narrativos la complejidad de vivir en una sociedad marcada por la censura, la delación y el retroceso en las libertades, ejemplificada en una pequeña comunidad rural y en la frontera que la separaba del resto del mundo.

It Was Just an Accident

Jafar Panahi y su equipo asisten al estreno de su última película en el 78º Festival de Cannes.

Un simple accidente, su última película, coproducida por Irán, Francia y Luxemburgo, presentada a concurso en el 78º Festival de Cannes, es una lúcida y humanista reflexión sobre el estrés postraumático de la víctima y la reacción ante su verdugo, cuando, en libertad, los papeles de cada uno de ellos tienen la posibilidad de invertirse. Panahi plasma un tema tratado por otros autores, como Roman Polanski (La muerte y la doncella, 1994), con una frescura y espontaneidad tal que convierten a sus personajes en seres cercanos, capaces de transmitirnos el horror a través de detalles sensoriales, sin la grandilocuencia de un resentimiento intelectualizado.

Todo comienza por un simple azar, por el accidente que titula la película, cuando Eghbal (Ebrahim Azizi) que viaja con su hija pequeña y su mujer, embarazada, sufre un percance en la carretera y recurre a un taller de paso. Un joven mecánico, Vahid (Vahid Mobasseri), cuya vida ha quedado marcada por su terrorífica experiencia en la prisión, reconoce un sonido anclado en lo más profundo de su ser. Sin embargo, aunque decidido a ejercer su venganza sobre el torturador, necesita asegurarse de que su descubrimiento no es un error: el primer gesto que nos habla de su humanidad y su ética. Privados de la vista, con los ojos vendados e indefensos, los prisioneros reconocen a su torturador por el sonido de su prótesis al caminar, por su olor… habiendo creado una morfología del terror individual, personal, a partir de sus propias sensaciones. Este será el grupo humano que sufrirá de nuevo la compañía de quien les atormentó, siguiendo a Vahid: el librero Salar, la fotógrafa de bodas Shiva (Mariam Afshari), los novios (Hadis Pakbaten y Majid Panahi) y Hamid (Mohamad Ali Elyasmehr), en una larga jornada en la que aflorarán los recuerdos y se permitirán a sí mismos un debate interior, para el que no estaban preparados.

A partir del “simple accidente” que desencadena una serie de fortuitos acontecimientos, Panahi describe la huella de la represión en diferentes individuos, con una magistral puesta en escena y un guion brillante, donde la solemnidad viene dada por la propia naturaleza de su tema y no por una académica y teórica reflexión. Incluyendo referencias a Godot, junto a un árbol escuálido, en medio de un descampado casi teatral, la película también está aderezada con esos genuinos toques de humor que aportan al cine de Panahi una sensación de ligereza estilística peculiar, de una ternura, un retrato de la picaresca social, que conecta con el mejor Azcona (que no renegaría del recurso al reportaje nupcial), It Was Just an Accident está protagonizada por un grupo de personajes cuyas acciones no podrían ser propias de otra clase de personas. En sus motivaciones revelan su calidad, cuando comprensiblemente podrían ser crueles y despiadados, pero Panahi nos los muestra desvalidos tanto como víctimas, como en su papel de virtuales verdugos.

Hasta la parte final de la película, el director huye de los largos parlamentos, de la confesión forzada, prefiriendo ofrecer a través de las acciones de sus personajes el planteamiento principal de su propuesta, en vez de basar su discurso en un largo diálogo trufado de macabros flashbacks, creando un clima de suspense, al que sucumbe el espectador, dudando hasta el último momento. Las historias de horror y represión política son iguales y diferentes a la vez, las vivencias no son intercambiables, pero todas permanecen agazapadas en la cotidianidad de las víctimas que, a pesar de seguir con sus vidas, conservarán para siempre las huellas de la violencia del estado. Un simple accidente es una película que interpela al espectador, que nos pone a prueba y nos obliga también a preguntarnos qué clase de personas somos, cuál sería nuestra actitud en la misma situación de sus protagonistas, para averiguar si el sabor de la venganza es tan dulce como su deseo o tan amargo como el dolor que la provocó.

It Was Just an Accident se alzó con la Palma de Oro en el 78º Festival de Cannes. (Información actualizada el 24 de mayo de 2025)

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