Vaya tela, Inriquito, Where is my mind. Y perdona por la confianza pero es que yo también ando un poco INRI.
Anoche me bebí buena parte de la bodega de la Embajada española en Delhi –ellos lo llaman “las sobras”- y, a hora de ahora (hoy, Domingo de Resurrección y también de Ramos, supongo, aunque eso lo sabrá mejor su señora, Pilar Rubio), tengo a la sección de metales del jodido Orfeón Donostiarra ensayando dentro de mi cabeza.
Pienso, en este lamentable estado de cielo plomizo que son las resacas (todo lo hieren), que tal vez no fue una buena idea estrecharle la mano al embajador al grito simpático de “vaya potra tenéis”, porque resultó ser de la Real Sociedad y un gran aficionado al fútbol, deporte que me resbala y sobre el que no puedo opinar más allá de “es una disciplina de contacto”, “vaya nenaza”, “ese Ronaldo pierde un poco de caldo”. Y ese tipo de cosas. Por molestar, básicamente. Y por tener una opinión formada sobre cualquier asunto –técnica futbolística en este caso, aunque bien podría ser sobre física cuántica o arte etrusco, qué más da-, con el fin de no quedarme desplazado socialmente entre la élite de tanto expatriado con pasaporte español.
En realidad, yo estaba allí porque el encuentro para ver la final de la Champions League entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid había sido convocado en el Instituto Cervantes, donde tengo una exposición de fotos recién inaugurada, y hay que estar porque hay que estar; moviéndose; con una mano en el corazón, la otra en la cartera y la mirada en todas partes. Así son las cosas y así somos los españoles o los periodistas made in Spain. O te buscas tú mismo la vida o poco apoyo recibirás. Parece que no son buenos tiempos para celebrar la alegría ajena y menos si viene con lírica.
Y es que últimamente no paro de acordarme de los días que pasó en Delhi, por trabajo, un periodista español basado en Estambul. Generalmente, cuando dos periodistas sin nómina coinciden por primera vez en suelo ajeno, el primer trato suele ser de bastante cautela y cierta (o también bastante y en ocasiones muy cierta) desconfianza. “Suele”, en cualquier caso. Y quien diga lo contrario miente o sólo ha trabajado en su casa o en Bután.
La cosa es que la primera vez que comimos juntos aquel periodista nos preguntó cómo nos llevábamos, entre la prensa española, aquí en India. Supongo que le contestamos vaguedades. Aunque, en realidad, no lo supongo: Le contestamos vaguedades. Nos contó que en Turquía había bastante buen rollo entre ellos, que se apoyaban mucho independientemente de nóminas y/o cabeceras. Y esto es de lo que no paro de acordarme últimamente. Supongo, y esta vez sólo supongo, que de alguna manera aquello se quedó grabado en mi inconsciente y ahora, tras la inauguración de mi expo, ha regresado a mi memoria.
Qué le vamos a hacer. Así es nuestra condición. Todos periodignos y solidarios salvo con nuestro vecino. Me descojono. Aunque qué te voy a contar a ti del ego que tú no sepas. En cualquier caso para ser feliz (y ser feliz es una obligación, no un derecho), hay que saltar, como el de la imagen que ilustra este post, una de las cien Indian PALabras fotografiadas con un teléfono móvil que cuelgan de la sala de exposiciones del Instituto Cervantes de Nueva Delhi hasta el próximo 13 de julio, tratando de crear un nuevo paisaje boscoso de “momentos decisivos posibles”, flanqueados por dos proyecciones con sonido ambiente grabado en los mercados de Nueva Delhi, que escupen a una imagen por segundo todo mi curro desde que pisé India por primera vez hace ya más de un lustro. Cuando uno cree en algo hay que saltar, haya o no haya agua en la piscina “de la vida”, que dirían los poetas de la escuela tugsténica del Torrezno Tardío. Los descalabros se curan. Lo que se pudo hacer y no se hizo, no. Esas heridas quedan para siempre.
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