Antes de que el propio Dylan se apropiase de la conocida frase de Walt Whitman, Todd Haynes ya era más que consciente de que Robert Allen Zimmerman contenía multitudes, voz de una generación, poeta eléctrico, marido y esposo, falso profeta, estrella de rock, misógino o vagabundo, así que ya sabía que era imposible retratar al artista bajo el tosco esquema de un biopic al uso. De esa manera, influido por el propio artista, decidió entregar I’m Not There, una película tan poliédrica como el personaje, un caleidoscopio en el que Dylan se desdoblaba en seis figuras distintas, interpretadas por otros tantos actores, para intentar resolver un acertijo imposible ¿quién es Bob Dylan?
No sé si lo consigue del todo, pero desde luego es un concepto fascinante, acercarse a alguien tan elusivo como Dylan de esta manera es brillante, un tipo que siempre se escondió, incluso utilizando un seudónimo, y al que le gustaba inventarse su propia biografía se merecía una película tan maravillosa como esta, una en la que un niño negro le da vida de joven y una mujer en su momento de apogeo artístico. Como decía el propio Dylan, y repite Cate Blanchett al final de la película: Estas cosas están tan llenas de misterio… contradicciones… caos, relojes, sandías, todo. La gente piensa que tengo algún tipo de imaginación fantástica pero eso me vuelve muy solitario (…) Creo que lo sagrado es la falta de sentido. Aun así, también creo que I’m Not There tiene todo el sentido del mundo y está cerca de recoger el espíritu contradictorio de Dylan y su música.
Y es que, como no podía ser menos, su música y sus palabras también tienen un papel importantísimo en todo esto, desde las grabaciones del propio Dylan a las versiones específicas que se hicieron para la película, como el “Pressing On” cantado por John Doe de X a la escalofriante versión del “Going To Acapulco” de Jim James de My Morning Jacket con Calexico.
Y luego está la composición de I’m Not There, circular, como si fuera una canción, uniendo hilos y dejando otros abiertos, utilizando hechos de la vida del propio Dylan pero cambiándolos a su antojo. La película comienza con el famoso accidente de moto que puso fin a su fase imperial eléctrica. No hace falta conocerlo, en la película el accidente se convierte en la muerte literal de Jude Quinn —interpretado mágicamente por Blanchett, con una actuación que le consiguió el premio como mejor actriz en el Festival de Venecia—, la estrella de rock, el hombre que ametralla a los intransigentes puristas del folk con su rock & roll tocado jodidamente alto. Será ese Dylan, el de verdad, el que cierre la película tocando un solo de armónica en su mítica gira de 1966.
Luego pasamos a Woody Guthrie, interpretado por el joven Marcus Carl Franklin, que se sube a un tren en marcha armado únicamente con una guitarra que, como la del verdadero Guthrie, tiene el lema Esta máquina mata fascistas. El joven de 11 años tiene una enorme imaginación y canta canciones folk y blues sobre la Guerra Civil y otros acontecimientos del pasado, el gran consejo que le darán será que cante sobre su propio tiempo, su historia terminará en el hospital visitando a un moribundo Woody Guthrie. El actor elegido es afroamericano porque las raíces de Dylan y de la mayoría de la música popular americana también lo son y porque, como bien sabe el propio Dylan, nadie canta el blues como Blind Willie McTell. Poco antes del final de la película, el actor encargado de dar vida al Dylan mayor, Richard Gere, se subirá a otro tren en marcha donde encontrará la guitarra del joven Guthrie, la gira de nunca acabar no se puede detener y todos los Dylan posibles, aunque no sepan muy bien quién son, terminan por encontrarse en la carretera.
También tenemos al joven poeta Arthur Rimbaud, interpretado por Ben Whishaw, vestido como el francés pero que es el encargado de dar las citas más directas de Dylan a través de una falsa entrevista en blanco y negro, es el mismo que respondía cuando en la cima de su fama le preguntaban si se consideraba un poeta que más bien se consideraba alguien que cantaba y bailaba.
Y nos quedan los tres Dylan más interesantes, el que interpreta Christian Bale, el artista folk Jack Rollins, considerado la voz de su generación, del que se pierde noticia hasta que aparece reconvertido en un cristiano renacido y convertido en el pastor Father John que reniega de su pasado y ahora canta góspel. Lo mejor de esta parte de la película es que está contada como si fuera un falso documental en el que van apareciendo personas hablando de él, como Julianne Moore interpretando a un personaje muy parecido a Joan Baez.
Y luego está ese duelo actoral que es el corazón de la película, la nombrada Blanchett haciéndose cargo del Dylan más mítico, el de la trilogía Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde On Blonde, al que nos presentan desenfundando sus guitarras/ametralladoras en el festival folk de Newport, poco después suena la respuesta de Dylan a todos esos que le abuchearon, mucho más acertada y cruel que el haters gonna hate, en “Positively 4th Street”: Desearía que solo por un rato pudieras estar dentro de mis zapatos, entonces te darías cuenta de lo coñazo que es verte.
Blanchett está perfecta, la escena sobre la creación de “Ballad Of A Thin Man” es puro arte y el guiño al A Hard Day’s Night de los Beatles también, es el Dylan más neurótico y especial, el tipo que escupió “Like A Rolling Stone”, “Desolation Row” y “Sad Eyed Lady Of The Low Lands”, pero que tenía bien claro que, aunque le hubieran puesto la etiqueta de profeta, no tenía todas las respuestas, aunque estas siguieran soplando en el viento.
Pero puede que el corazón de la película esté en la parte de Heath Ledger, dando vida al actor Robbie Clark que salta a la fama interpretando a Jack Rollins. Su relación con el personaje de Charlotte Gainsbourg, una mezcla entre su novia Suze Rotolo, la que aparece en la portada de The Freewheelin’ Bob Dylan, y su mujer Sara Lownds es lo más auténtico de esta película y, a diferencia de la mayoría, no duda en ser dura con su protagonista. Y es que Clark tiene claramente carisma pero es también un gilipollas misógino, probablemente algo de eso también haya en el Dylan auténtico, suponiendo que exista algo tal como un Dylan auténtico…
Pero su relación es también muy bonita y está encuadrada por algunas de sus mejores canciones, del amor absoluto que se desprende de “Sad Eyed Lady Of The Low Lands” al furioso desprecio de “Idiot Wind”, viento idiota soplando cada vez que mueves los dientes. Eres una idiota, nena, es una maravilla que aún sepas cómo respirar. Ledger, en el último papel antes de su suicidio, y Gainsbourg, saben vender una relación enmarcada por la Guerra de Vietnam, sirviendo también como una metáfora del final de los 60 y sus ideales.
En mi opinión I’m Not There no es solo el mejor biopic jamás realizado, yendo mucho más allá del reducido ámbito de su género y siendo, sencillamente, una de las mejores películas de lo que llevamos de siglo XXI. Una obra perfecta para hablar de un tipo al que, si sus pensamientos se pudieran ver, posiblemente pondríamos su cabeza en la guillotina, aunque lo más seguro es que, para cuando llegara ese momento, ya no estuviera ahí, se hubiera ido, quien sabe si al paseo de la desolación, a Mobile con el blues de Memphis o de polizonte en un tren de carga.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!