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Entrevistas

Igor Paskual: “El eslogan fácil está bien para la música, no para la política”

En Música, Entrevistas lunes, 27 de enero de 2020

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Con más de dos décadas de carrera musical, en las que ha alternado trabajos a nombre propio —y con Babylon Chat, el grupo con el que se dio a conocer— y otros ejerciendo de mano derecha de Loquillo, Igor Paskual (San Sebastián, 1975) sigue siendo uno de los rockeros más singulares, polifáceticos (ahí están sus artículos en prensa, sus libros, su comisariado de exposiciones) y vehementes de la escena estatal.

Aprovechando que está de gira para presentar su tercer álbum, La Pasión según Igor Paskual (Warner, 2019), seguramente el más completo de los tres que ha publicado en solitario hasta ahora, charlamos con él durante una jugosa media hora. Estará el viernes 31 de enero en Imágenes Club (Valencia), el 1 de febrero en La Yesería (Murcia), el 7 en Rock & Blues (Zaragoza), el 8 en Sidecar (Barcelona), el 14 en Santa Cecilia (Avilés), el 20 en Copérnico (Madrid), el 27 en Cripta-Covent Garden (San Sebastián) y el 28 en Shake (Bilbao).

En general, estamos ante un álbum muy variado a nivel sonoro, ¿no? “Nuevo bautismo” tiene un ritmo casi funky, “Waterloo” es casi una balada, “Ratas” es punk, “Cansado de la vida” o “Cristo de los mineros” son más pop, “El Gavilán” es como una suite de nueve minutos… ¿puede decirse que es tu disco más variado hasta ahora?

Siempre he intentado que todos mis discos lo fueran, lo que pasa es que en este es donde realmente lo he conseguido. Siempre he tenido una faceta más pop, otra más punk y otra en la que trabajo con programaciones electrónicas mezcladas con guitarras, que es algo que siempre me interesó mucho, me gusta esa diversidad sin dejar de que sea rock. Me gusta esa vena del rock que nace como género mestizo, y lo bien que mezcla con otras cosas. Me da a veces rabia no utilizar eso más. Eso sí, que el disco quede heterogéneo, pero no disperso, ya requiere años de trabajo. Y también me gusta recorrer todas las facetas del ser humano, es decir, la parte más noble que tenemos, la más sucia y fea… que estuviera el sexo, que estuviera el amor, lo religioso, lo más irreverente… cada una requería de un estilo musical distinto. Lo que sí he conseguido es hacerlo más extremo: que las canciones más tranquilas fueran más tranquilas y más épicas, y las que fueran duras, muchísimo más duras.

Igor Paskual. Foto: David Jarl.

Igor Paskual. Foto: David Jarl.

De todos esos ingredientes que menciones, quizá el de la religión sea el más presente, al menos en canciones como “Nuestra señora de la consolación”, “Cristo de los mineros”, “Dios es colombiano” o “Nuevo bautismo”, y desde un enfoque algo subversivo, ¿no?

En general, siempre he hablado de cosas como el pecado, el perdón, son cosas que aparecen con cierta frecuencia. Lo que pasa es que, a la hora de narrarlo, toda la imaginería católica que nos rodea por cultura, seamos creyentes o no, me resultaba muy útil a la hora de contarlo. Porque en el Mediterráneo, tanto en España como otros países como Italia, vivimos la religión de una manera muy carnal, muy corporal. La religión judía está más basada en la palabra, y la nuestra es como muy táctil. Las procesiones, las imágenes, todo nuestro arte, todo es muy visual y también muy artístico, por tanto. Eso me permitía jugar con cosas que, además, todos conocemos, porque no deja de ser parte de nuestra cultura. San Sebastián asaeteado, por ejemplo, es algo que todos reconocemos; o el jardín del Edén, es algo muy evocador, que facilita hacer metáforas y resulta fácil de entender.

He leído que el disco nace también de la muerte de una amiga tuya, Jessica de la Paz, antigua bajista y ayudante de producción. ¿En qué medida te ha cambiado la percepción de las cosas o te influyó a la hora de que este disco tenga la forma que tiene?

Lo que sucede es que en ese aspecto yo siempre he tenido mucha suerte. Creo que es la primera persona muy cercana que se me muere. Hay gente a quien se le muere un padre, una madre o un hermano antes de tiempo, ese tipo de cosas yo nunca las he pasado, afortunadamente, y toco madera. Mi relación con la muerte era muy lejana, ni siquiera era algo sobre lo que me interesara escribir. Es un mundo que me resultaba muy ajeno y no quería saber nada de él. Y cuando alguien se muere con 35 años, en la flor de la vida, y más tal y como era ella, y luego ves que todos los grandes dictadores que en la historia han sido, duran tantísimos años, lógicamente eso hace que unas cuantas preguntas más te salgan.

Te preguntas por qué el mal se impone a veces con tanta facilidad. Y eso fue dando forma al disco, nació a través de ese impulso, que era negativo en primera instancia, pero lo fui convirtiendo en algo más vitalista. La apuesta es esa: que los que estemos aquí lo pasemos bien porque hay gente que no lo puede hacer. Que merecerían estar aquí y no están. Y es algo que les debemos también a ellos. Me influyó su muerte, claro que sí. Pero me influye todo. Cuando tuve hijos, por ejemplo, en vez de hacer discos mucho más reposados, como si fueran la apariencia de la madurez, a mí me pasó lo contrario: eso me pedía más furia (risas), más ganas de vivir todavía. También es verdad que soy una persona optimista. O vitalista, más bien.

El videoclip de “Dios es colombiano” también resulta muy impactante. ¿Ves el rock como confrontación, como una forma de poner a prueba al oyente, incluso de irritarle? ¿El rock como provocación, como algo que no te debe dejar indiferente, que te remueva el estómago? ¿Crees que eso es lo que le queda hoy en día, en que tanto se le pone en cuestión como el género dominante que fue?

Es verdad que el rock no es un género joven, digamos. Si entendemos por joven alguien que está entre los 14 y los 20. Porque la gente de 30 y de 35 años sigue yendo a conciertos de rock, y de todo tipo. Lo que pasa es que tendemos a despreciar o a considerar poco influyentes las franjas de edad más adultas. Y demográficamente tienen un peso bastante más importante que el de la juventud. Ya no es como en la época de nuestros padres, más o menos siguen yendo a conciertos. Posiblemente siempre de las mismas bandas, no te lo niego, pero siguen estando ahí. Y como género el rock en sí no es nada. No es que no sea nada, es que un sonido al que dotamos de contenido. O no.

Hay artistas de trap absolutamente conservadores, o de hip hop, sobre todo los que muchas veces llegan a España, y luego cuando vas a Puerto Rico a veces te encuentras con artistas de mismo estilo que tienen discursos mucho más provocadores. Entonces, el rock ni es provocador ni deja de serlo, ni tampoco el hip hop. Es un sonido que nos emociona y nos vuelve locos porque tiene un poder inherente, una fuerza sísmica de primera magnitud. Eso, bien utilizado, es muy conmovedor. Para mí, el rock tiene todavía bastante que decir. Es un género que en España ha estado siempre un poco arrinconado, a veces por los propios músicos de rock, porque es muy permeable, se mezcla bien y permite juntar un montón de cosas. Para mí, debería ser provocador todavía. Si no, se convierte en una especie de eslogan. O de anuncio. El tema es no quedarse solo en la provocación, sino que haya algo detrás.

Me llama la atención la línea Tu puta bandera… la clase obrera ni está ni se la espera, que cantas en “Dios es colombiano”. ¿Crees que en esta guerra por ver quién tiene la bandera más larga, ya sea en la estelada —que defiende con más cerrazón precisamente un partido de extracción burguesa— o en la rojigualda —que creen monopolizar partidos de origen tan poco proletario como Vox— la clase obrera al final siempre es la más olvidada?

La guerra de banderas, como bien apuntas, es mucho más que nacionalista. A mí lo que más rabia me da es que se le tome el pelo a la clase obrera, que se la utilice con tan poco pudor. Los partidos lanzan eslóganes fáciles, sencillos, emotivos, que están bien para la música, pero no para la política. Esta cosa tan a flor de piel, donde la razón apenas tiene lugar, contamina al que menos tiene y al que menos tiempo tiene de reflexionar, al que menos herramientas tiene, que normalmente es la clase obrera. A la cual se la ha anulado como clase, se la ha aislado, roto, dejado sin tiempo libre, casi sin esperanza. Me duele mucho cuando veo a parte de la clase obrera así. No es del todo cierto que la clase obrera haya votado a Vox. Hay una parte que sí, pero no en la medida que se nos ha querido contar. Y creo que el electorado catalán, cuanto más humilde es, menos interesado está en la cuestión independentista, eso es cierto.

La clase obrera ha dimitido de sus derechos, pero todo se ha hecho para que fuera así. Las clases dirigentes la han dividido. Antes una empresa entraba en huelga y paralizaba una región. Yo lo he vivido en Asturias. Mi padre era ferroviario, y los intereses comunes de su gremio eran compartidos. Ahora no, van cada uno por un lado. Los maquinistas no tienen nada que ver con el interventor, y este nada que ver con el de las taquillas. Es una separación para que nadie se sienta parte de una comunidad. Y es algo que está muy pensado. Da muchísima pena, porque eso hace que mucha gente se arrime al discurso más fácil y más simple, que ya sabemos cuál es. En el caso de mi canción, es más una descripción que una crítica. Da rabia, porque acabo de llegar de Chile y veo los estragos que puede causar una sanidad en manos de cuatro, un agua privatizada o una sola universidad pública.

Para mí el rock n’ roll para tí el indie-pop, cantas en “Maquiavelo iba en serio”. Obviamente, no debes tener un concepto muy positivo del indie, o de lo que hoy en día se entiende como indie.

Muy buena diferenciación (risas). No sé muy bien cómo responderte. Lo de indie de ahora es distinto a lo que se entendía por independiente. De hecho, antes se le llamaba noise, si te acuerdas, a principios de los 90, por lo menos en Asturias, luego ya se les llamó indies. Al igual que ya en los ochenta estaban los grupos independientes como Los Bichos o Surfin’ Bichos. Lo que luego se convirtió en indie pop fue como la parte mainstream de todo eso, y el rock and roll no deja de ser una nota a pie de página, al menos a nivel de ventas. No digo esa frase con desprecio, pero sí que creo que hay diferentes maneras de estar en el mundo y sobre un escenario. Son actitudes distintas que reflejan también condiciones distintas, a veces también por clase social, y creo que se nota. Hay una manera de contar, de decir, con furia o sin furia. Con rabia o sin rabia. Y en el indie pop hay gente que compone increíblemente bien, eso no lo voy a negar jamás, y con una capacidad de comunicar increíble, pero su música también es fruto de una España más acomodada, que carece de cierta rabia con la que yo crecí. Hay una manera de estar distinta, que yo puedo compartir en lo musical pero no en la forma de estar. No me gusta esta palabra, pero creo que lo define muy bien: actitud. Y eso ya me pasaba a principios de los noventa, ¿eh?

Igor Paskual. Foto David Jarl.

Igor Paskual. Foto David Jarl.

¿Es cierto que “Cansado de la vida” se iba a llamar “Canción para Thom Yorke”?

Sí, un poco por darle sentido del humor (risas). Hay discos de Radiohead que me gustan muchísimo, me compré Pablo Honey (1993) cuando salió, y OK Computer (1998) me parece una obra maestra, pero hay algo en la manera de estar, de contar, de Thom Yorke, en algunas de sus declaraciones, que es para partirle la cara. Si eres un multimillonario privilegiado de Oxford, como es él, y te pones a decir que te da igual estar vivo que muerto, que te daría igual estar en una cárcel, esas cuestiones de quejarse de la vida desde el punto de vista occidental, como emisor para tener prestigio, esta cosa romántica del arte que parece que tiene que validarte a través del sufrimiento, me parece directamente como escupirle a la vida. Es una actitud que no soporto. De hecho, si vas a las favelas de Rio de Janeiro, tienen la música más alegre del mundo. Es algo que me enfurece a nivel personal. Ese regodearte en la tristeza lo veo poco ético, hay algo en ello que me desagrada, y no sé exactamente qué es, me parece como un insulto a la gente que no lo puede disfrutar. Hay un punto en el que hay que pararse, y decir ya está bien (risas)

Prometes entregarte al 200% en cada bolo. ¿Cómo se motiva uno hasta ese punto tras estar acostumbrado a tocar ante miles de personas en los conciertos con Loquillo durante casi dos décadas?

Es un acto de puro respeto. Quiero decir, que a mí el hecho de tocar con Loquillo durante muchos años en grandes conciertos, en lugar de quitarme la pasión por la música o dejar de interesarme, me pasa al revés, no me ha mitigado las ganas de girar o de subirme a un escenario. Antes, como tenía carencias de formación, tiraba mucho de energía, de recursos que están bien a cierta edad pero que luego tienes que hacerlos crecer y mejorarlos, no puedes basar toda una carrera en eso. Ahora tengo un repertorio mejor amueblado, más solvente, y eso me motiva para hacerlo mejor. Y el público que viene, con todas las ofertas culturales que hay hoy en día, si va a echar una hora, o dos o tres, coger el coche, aparcar, pagar una entrada… que te dediquen media hora hoy en día para escuchar un disco me parece un acto casi de resistencia, heroico. De verdad. Tardo mucho en sacar los discos porque hay muchas cosas en la vida por hacer, luego grabo más de veinte canciones de las que hago una criba que da finalmente lugar a lo que es el disco, así que considero que si alguien me dedica media hora de su vida, tengo que darles lo mejor. Tengo que hacerles sentir que ha merecido la pena. No solo que estuvo bien, o que fue entretenido. Es una cuestión de respeto.

¿En qué medida se retroalimentan tu trabajo tocando y componiendo para Loquillo con el trabajo a tu nombre, si es que lo hacen?

No sé muy bien de qué manera dialogan, la verdad. Con Loquillo he aprendido muchísimo, eso está claro. Con él, con los músicos y con los productores con los que he tenido la suerte de trabajar, que han sido unos cuantos, y todos de bastante nivel. Pero hay una parte en la que me gusta mantener los discursos separados, porque mi posición en la banda de Loquillo es muy diferente a la que tengo en solitario. Y tenemos maneras distintas de mostrar lo que es el rock. A él yo le considero un artista de rock and roll, pero por edad, por formación, por vivencias e incluso por gusto musical, tenemos una manera muy distinta de reflejarlo. Lo que hago con Loquillo y lo que hago en solitario dialogan bien en la raíz, pero luego difieren respecto al tronco y a las hojas. Partimos del mismo sitio pero vamos a lugares distintos.

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