Vuelve James Gray a nuestras pantallas con El sueño de Ellis. Ergo: vuelve el clasicismo del cine norteamericano en su acepción más rutilante. Con sólo cinco películas, este director ha levantado una filmografía personal y rotunda en la que abundan momentos de gran cine. Uno de ellos se lo debe en buena parte a Blondie.
Estamos aún por acabar de decidir si colocamos ya a James Gray en el mismo escalafón que Martin Scorsese, Francis Ford Coppola o Michael Cimino o si creemos que aún le falta algun peldaño por subir. Porque el tipo apunta a golden boy tardío. Un post-clasicista que se ha especializado en relatos criminales de ceño fruncido y en melodramones de tonalidad mate. De sus cinco películas hasta la fecha, las dos últimas, Two lovers y El sueño de Ellis, de inminente estreno, se inscriben claramente en la segunda categoría.
En el primer grupo, entran sus tres primeros films, Little Odessa, La otra cara del crimen y La noche es nuestra: una trilogía, quizá involuntaria, quizá no, que actualiza el género noir prestando más atención a la sangre como sinónimo de atadura familiar que como líquido que brota del ser humano al recibir un disparo. Y hablando de fluidos… pocas escenas recientes más lúbricas se me ocurren que la que abre La noche es nuestra; esa en la que suena Heart of glass de Blondie y, por muchas ocasiones en la que la hayamos escuchado antes, parece que la estemos descubriendo por primera vez.
La cosa empieza con Joaquin Phoenix metiéndole mano a Eva Mendes a saco. Y aquí ya podría dejar de escribir, porque ¿qué más queréis? Pero es que encima suena Heart of glass (un título que casa muy bien con el carácter sentimental y quebradizo de muchos de los personajes de Gray) y esta cima del pop discotequero de 1978 envuelve las imágenes en un aura de purpurina, sofisticación y voluptuosidad. De repente, nos sentimos elegidos: nos han invitado como voyeurs a un reservado de una discoteca old school de Brooklyn (la acción de esta película del 2007 transcurre en 1988).
Somos testigos de la trastienda del hedonismo, en la que tienen lugar situaciones quizá igualmente hedonistas, pero mucho más íntimas. Porque si a muchos ya nos hubiera agradado pisar el mítico Studio 54 de finales de los setenta para codearnos como Debbie Harry con Andy Warhol, Truman Capote, Jerry Hall o Paloma Picasso, más aún nos hubiera gustado colarnos en las bambalinas de aquel paraíso discotequero de Steve Rubell. Aunque, a tenor de la escena de apertura de la noche es nuestra, nos conformamos con el behind the scenes de un club de barrio en una época de menos esplendor.
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