El western es la apuesta de Viggo Mortensen en su segundo film Hasta el fin del mundo (The Dead Don’t Hurt, 2023), una película que, en palabras suyas, toma como referente los cánones de la corriente más clásica del género, especialmente la filmografía del director Howard Hawks. Su guion (obra también de Mortensen) gira en torno a la figura de Vivienne Le Coudy (Vicky Krieps), una mujer francocanadiense de espíritu independiente que inicia una relación amorosa con Holger Olsen (Viggo Mortensen), un exsoldado danés migrado a Estados Unidos. Ambos construirán una vida juntos en una pequeña casa en el tranquilo pueblo de Elk Flats, aunque su felicidad se verá truncada cuando Olsen deba marchar al frente en la Guerra de Secesión. Esta inesperada situación pondrá a prueba el carácter y las habilidades de Vivenne, que tendrá que enfrentarse a una serie de retos de características dramáticas.
Son numerosos los elementos presentes en la película que pueden identificarse con el western clásico. En primer lugar, su cosmovisión sobre el salvaje oeste, presentándolo como un locus amoenus indómito y romántico, dotado de un profundo cariz exótico en el que todo es posible, en el que con un puñado de dólares en el bolsillo y una férrea voluntad, sus protagonistas inician una vida próspera y feliz. A ello hay que sumar el destacado maniqueísmo de sus personajes, donde la diferenciación entre buenos y villanos es muy marcada, sin ningún tipo de escala de grises.
La vinculación al western clásico es asimismo perceptible en el estilo del director, apostando por un lenguaje de cámara más sencillo, en el que prima la acción de los personajes reduciendo el protagonismo de la fotografía y el paisaje, siguiendo más el método de Howard Hawks y menos la línea del western crepuscular de John Ford. Sencillez y praxis, con un lenguaje más directo manteniendo siempre un pie en la sutileza.
No obstante, pese al más que evidente encuadramiento de este relato en el western clásico, sí que podemos ver ciertos elementos y guiños que evocan esa corriente crepuscular de Ford. El más evidente de ellos es el villano principal del film, Weston Jeffries (Garret Dillaunt), que en personalidad, diseño y estética recuerda al malvado forajido Liberty Valance, con su atuendo completamente negro, evocando a la vestimenta de los oficiales de las SS.
Pese al marcado carácter ortodoxo de la propuesta, existen variaciones en una serie de elementos puntuales, el más importante de todos, destacado por el propio Mortensen, el protagonismo de un personaje femenino, encarnado por Vicky Krieps. Por otro lado, el cambio más notable es la estructura de su propia historia, en la que siendo la narración lineal, modelo habitual dentro del western clásico, esta obra apuesta por un modelo interrumpido, estructurado en dos tramas (pasado y presente) que se van alternando a lo largo del metraje. A todas estas novedades hay que resaltar su propia temática, ya que no se trata de un filme épico cargado de aventura y acción, sino de una historia de amor entre dos almas solitarias.
A la hora de valorar la cinta, debe resaltarse el trabajo de Viggo Mortensen, ya que aquí pone de manifiesto su espíritu de polímata, ya que en la realización del film ha ejercido las funciones de director, guionista, productor y compositor. Pocas veces en el séptimo arte se ha visto a un cineasta desempeñar tantos roles y tan variados. Mortensen y Krieps encarnan un dúo interpretativo cargado de química, en el que las interpretaciones de ambos son de lo más atractivas.
La estructura del guion resulta interesante, así como inteligente, a través de un modelo alternativo de desarrollo de la historia que permite al espectador descubrir y desgranar poco a poco las claves ocultas dentro del filme, así como empatizar con sus personajes y sumergirse dentro la trama. El hecho de recurrir, además, en momentos muy concretos, al elemento simbólico y fantástico supone una herramienta más que efectiva para retratar la evolución de su personaje protagonista.
La fotografía acompaña muy bien a la historia, resaltando más los espacios interiores, que recuerdan, en más de una ocasión, a las pinturas de Caravaggio y de George de La Tour, generando en el público una experiencia completamente inmersiva, aumentando el nivel de claroscurismo según las emociones reinantes en cada secuencia.
No obstante, pese a sus más que evidentes virtudes, cabe señalar ciertas taras dentro de la película, que son paradójicamente fruto de su inmensa dependencia de los cánones del western clásico. A lo largo de su metraje, se observan numerosos tópicos de este género, pero pocas novedades. La historia, debido a su acentuado maniqueísmo, aunque conmovedora y divertida, resulta obvia y, en ciertos momentos, superficial hasta el punto de buscar contentar al público medio.
Por otro lado, la dirección manifiesta este carácter conservador dependiente del clasicismo. Aunque ciertos planos y secuencias desprendan atractivo y un soberbio ejercicio narrativo de la cámara, otros resultan demasiado funcionales. Además, el corte entre tramas resulta en ocasiones confuso al no hallarse ningún elemento que transmita la idea de transición entre líneas argumentales.
Con Hasta el fin del mundo, Viggo Mortensen busca escribir una conservadora carta de amor al western clásico, en la que varía algunos elementos con el fin de seducir al público actual, resultando una película conmovedora y hermosa, pero nada radical en su perspectiva.
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