Siempre he querido ir a Grecia, la cuna de la civilización occidental, visitar Atenas y sus islas. Allí fue donde surgió todo, la filosofía, la ciencia, las artes, la política y la arquitectura.
La belleza de su arquitectura reside en el equilibrio, la proporción, la simetría y la perfección técnica de sus formas. Su técnica constructiva estaba basada en un módulo de medidas matemáticas que interrelacionaba entre sí todas las partes del edificio. Siempre construían los edificios sobre un terreno elevado con el fin de que pudiesen contemplarse desde todos los ángulos, para apreciar así la elegancia de sus proporciones y los efectos de la luz sobre sus superficies.
De este modo, los edificios se convierten en hermosas esculturas dentro del paisaje urbano. Algo parecido ocurre con algunos de los edificios más emblemáticos de la historia, que sin estar construidos necesariamente sobre un terreno elevado, mantienen el tradicional concepto griego de edificios escultóricos.
A mi fascinación por la arquitectura griega se une mi pasión por el cine. Son numerosas las películas que han sido rodadas en Grecia, pero sin lugar a dudas la que me animó a querer visitarla fue la película Antes del anochecer (2013). Es la última entrega de la trilogía iniciada en el año 1995 por el director de cine norteamericano Richard Linklater, sobre el amor, la vida, los sueños e ilusiones y de cómo les afecta el paso del tiempo.
La película arranca con una estupenda comida de verano entre amigos en una idílica villa de cualquier isla griega. Los personajes mientras ríen, beben vino y comen, debaten sobre la vida, el amor, el sexo, la amistad, el cine, la literatura, la música, etc.
Sin embargo, la historia que vemos en pantalla, la de Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) comienza mucho antes. Todo empezó en Viena con la primera parte de la trilogía, Antes del amanecer (1995). Ambos son estudiantes, norteamericano y francesa, dos personas que se conocen casualmente en un tren, que se enamoran y viven un pequeño romance en esas breves horas que pasan juntos recorriendo la ciudad, compartiendo sueños e ilusiones.
Nueve años más tarde, se estrenó Antes del atardecer (2004). Ahora, la historia se traslada a París, Jesse ha escrito una novela de éxito, está casado y tiene un hijo, mientras que Céline trabaja para una ONG y vive con un reportero de guerra. El paso del tiempo es evidente y los personajes son más maduros, se encuentran en la treintena, comparten parte de su desilusión ante la vida y los sueños truncados.
En la tercera parte, nueve años más tarde, llegamos a la península griega. El paisaje y la idílica villa rodeada de olivos y altos cipreses junto al mar, con su pequeña cala privada, que aparecen en la película pertenecen a Kardamili, una ciudad costera situada en la península de Mani, al sur del Peloponeso y al escritor y viajero inglés Patrick Leigh Fermor.
Ahora, Jesse, divorciado y con un hijo de su primer matrimonio, está casado con Céline y son padres de dos niñas. Sus vidas ahora se han complicado por sus trabajos, la familia, las obligaciones diarias que apenas les deja tiempo para ellos y sus proyectos personales. Por ese motivo, y la participación de Jesse en un festival de verano en el antiguo teatro de Epidauro, sus amigos los han invitado a pasar unos días en la isla.
La elección de Grecia para el rodaje de la última entrega que cierra la trilogía no es casual, al igual que no lo fue la elección de Viena y París. En todas ellas, la ciudad cobra especial protagonismo, porque es una metáfora de la relación de Jesse y Céline.
Viena representa ese romanticismo inicial, los inicios del amor, ideal para pasar un día recorriendo sus calles, visitando sus maravillas imperiales, la ópera para terminar con una cena a la luz de las velas. París, la ciudad del amor por excelencia, representa el paso del tiempo no sólo en sus rostros, sino también en su forma de relacionarse el uno con el otro y de ver la vida. Sigue habiendo chispa y amor, pero más reposado y maduro. Por ese motivo, nuestra pareja no visita los típicos lugares turísticos parisinos, sino que recorrer aquellos rincones menos conocidos, más calmados de la ciudad, coincidiendo así con su estado de ánimo más tranquilo y maduro. Hasta llegar a Grecia, el reposo.
Cualquier isla griega es el marco perfecto para desconectar y disfrutar de un breve pero merecido descanso. Todas ellas invitan a la reunión, la conversación y deleite de la gastronomía, como por ejemplo, la pequeña isla montañosa de Hidra, muy similar a la que aparece en la película.
Sus empinadas calles de piedra están pobladas por unas bellas casitas blancas de uno o dos alturas, con hermosas terrazas y patios adornados con vegetación. Lo más característico son los vivos y alegres colores (amarillos, rojos, verdes y azules) de sus puertas y ventanas. Su arquitectura y urbanismo contribuyen a recrear esa atmósfera familiar de encuentro de intelectuales y artistas, pero sobre todo entre amigos.
El encanto de las islas griegas reside en lo efímero de su existencia. Son fantásticas para pasar y disfrutar una breve estancia en la que reavivar la llama de ese amor y comprobar que aunque la felicidad es muy difícil de alcanzar, y los estímulos iniciales, el descubrimiento y la fascinación por el otro, han cambiado. Es posible recuperarla porque está ahí, solo que ese amor ha madurado y se ha transformado.
Y es lo que ocurre en la película, bajo ese paraguas idílico de felicidad que representan las islas griegas, aparecen los restos de ruinas de una ciudad, las mismas que tiene su relación y que poco a poco van siendo conscientes en sus conversaciones banales, cómo el peso de la cotidianeidad se ha instalado en sus vidas, en el sexo, en el trabajo, en la fama mientras pasean en solitario hasta el pueblo.
Por todo ello, no es ninguna casualidad que la acción transcurra en Grecia, la cuna de la civilización occidental, porque después de visitar la ciudad de Atenas y las islas, uno se pregunta qué fue de los griegos, cómo es posible que con una base tan sólida, fuertes principios y un futuro tan prometedor hayan acabado así.
Aunque la ciudad de Atenas mejoró con los juegos olímpicos del 2004, la mella que ha dejado la fuerte crisis que ha sufrido Grecia y su economía, ha provocado que en la actualidad sean más evidentes las ruinas de su pasado.
Este es el caso de la maravillosa Acrópolis de Atenas, visible desde cualquier punto de la ciudad y desde la cual también se puede contemplar la enorme extensión de la ciudad, actualmente en reconstrucción.
Del Partenón, una de las construcciones más espectaculares (realizada en su totalidad de mármol, exceptuando el techo, que era de madera), solo quedan algunas de sus columnas.
Lo mismo ocurre con los restos del Teatro de Dionisio, en la zona sur de la Acrópolis y los del Erecteión, el famoso santuario y sus seis columnas del pórtico sur, las Cariátides. Apenas quedan restos, pero todo el conjunto mantiene la esencia de una construcción fuerte y sólida en apariencia como la relación de Jesse y Céline.
Podríamos decir que los barrios de Atenas, a los pies de la Acrópolis que la arropan y bordean, son el apoyo emocional de la ciudad, como lo son en la película ese grupo de amigos que les regalan una noche de hotel para que recuperen la pasión de ese amor extraordinario.
El amigo fiel que te escucha sería el animado y tradicional barrio de Plaka. Sus callejuelas estrechas y adoquinadas, con fachadas blancas y muchas flores, son el refugio perfecto para confesar tus temores, tus dudas y frustraciones. Te conoce desde hace tiempo, como los antiguos caserones, que llevan toda la vida en el barrio y que a pesar de su estado ruinoso, han seguido adelante, se han reinventado convirtiéndose en tiendas y pequeños restaurantes. Es el testigo de tu madurez personal.
El amigo que te provoca y plantea cuestiones para que reacciones sería el barrio de Monastiraki con sus callejuelas repletas de tiendas, similares a los zocos en las que es imposible escapar al regateo que te hace comprender la realidad de la ciudad.
El amigo soñador/optimista que te anima a que no renuncies a tus sueños y sigas creyendo en el amor sería el barrio artesano y creativo de Psiri.
El tono y el color de los grafitis que literalmente invaden las fachadas y muros de los edificios: que conviven con las casas de estilo neoclásico en ruinas y solares abandonados dan luz y vida a la ciudad.
En la película, los amigos de Jesse y a Céline les regalan una noche de hotel para que recuperen el amor pero disfrutarla es complicado porque son muchos los reproches y acusaciones. A modo de final abierto, la película acaba con una imagen de ellos sentados en la terraza del puerto, junto a otras parejas sentadas alrededor, cada una de ellas con su historia… Aún hay esperanza para recuperar los sueños e ilusiones que todos tenemos desde jóvenes, porque si bien es cierto que así como en otras ciudades también decadentes o que han acusado el paso del tiempo y su abandono han podido resurgir, una nueva generación de arquitectos griegos ha empezado el cambio.
El mejor ejemplo es el caso del joven Pavlos Chatziangelidis, 314 Architecture Studio cuyo nombre está inspirado en el símbolo matemático π = 3,14. Su casa, la H-3 en Atenas, es dinámica y contemporánea y constituye el ejemplo real de los nuevos tiempos que corren en Grecia, gracias a un diseño sostenible, a una construcción con materiales ecológicos, al empleo de la energía geotérmica y la elección de un sistema de drenaje específico para la recogida de aguas a fin de proteger el entorno.
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