En 1993 tuve la ocasión —aún estudiante universitario y, por ello, desde el gallinero del teatro— de asistir a la reposición en La Scala del Falstaff de Verdi con la puesta en escena de Giorgio Strehler, quien había debutado por primera vez en la temporada 1980/81 del coliseo milanés bajo la batuta de Lorin Maazel. Ante mis ojos, vi por primera vez a Riccardo Muti (entonces director musical del teatro) dirigir una de las óperas de Verdi que ha marcado su carrera, siempre con interpretaciones cautivadoras y reveladoras. Sin embargo, lo que me dejó sin aliento fue la puesta en escena de Strehler que, a pesar de haber delegado la dirección escénica en su asistente Enrico D’Amato, supervisó personalmente el espectáculo, dejando patente su sello en la dirección de actores y en la iluminación.

Ambrogio Maestri en el tercer acto de Falstaff. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.
Cada escena fue un deleite para la vista: las luces evocaban la atmósfera de la llanura padana cerca de Parma (donde el director triestino había trasladado genialmente la acción de Shakespeare, acercándola a la tierra natal de Verdi), envolviendo a los personajes en todo momento. La actuación, modelada sobre la música, alcanzó su culmen en la escena nocturna final, una auténtica magia de luces y efectos encantadores.

Rosalia Cid y Juan Francisco Gatell en el primer acto de Falstaff. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.
¿Qué queda de este espectáculo en la reposición que La Scala ha decidido presentar como segunda ópera de su nueva temporada? Lamentablemente, solo un encantador recuerdo. Aunque el trabajo de Marina Bianchi fuera meticuloso, la producción ha perdido, especialmente en la iluminación y en ciertos detalles interpretativos, la frescura y la magia originales. Afortunadamente, el marco escénico original —basado en el magnífico decorado de Ezio Frigerio, también autor de los espléndidos vestuarios— se ha mantenido, al igual que el máximo respeto a las indicaciones de la partitura. Lo mejor fue, sin duda, el segundo acto, interpretado con gran precisión por los cantantes-actores, mientras que el último acto corrió el riesgo de caer en el caos durante la escena final, debido a una deficiente gestión de los movimientos de las masas en escena.

Segundo acto de Falstaff. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.
La reposición del espectáculo funcionó, no obstante, gracias sobre todo a la dirección exquisita de Daniele Gatti, quien ya había dirigido Falstaff en La Scala en 2015, en la producción de Robert Carsen. Esta ópera, según el propio director, es un unicum: no hay nada similar que la preceda ni que la siga (quizás solo Gianni Schicchi); sigue siendo una estrella solitaria y maravillosa, que ni siquiera Aida u Otello dejan entrever. Su estructura, el discurso musical en constante flujo y el tratamiento de las voces no tienen precedentes. Gatti abordó esta partitura con una precisión absoluta, esculpiendo los timbres de la orquesta con un refinamiento deslumbrante y logrando un ritmo teatral impecable, además de una relación ideal entre foso y escenario. Incluso los «momentos encajados como arias» (el monólogo de Ford, el aria de Falstaff, los solos de Fenton y Nannetta) emergieron como instantes suspendidos de asombro.

Rosalia Cid en el tercer acto de Falstaff. © Brescia/Amisano – Teatro alla Scala.
El reparto siguió generosamente al director, aunque sin brillar de manera especial. Ambrogio Maestri, veterano en el papel, ofreció un Falstaff más resignado que histriónico, eficaz solo en ciertos momentos y evidenciando un notable desgaste vocal que lo alejaba de aquel Falstaff vibrante con el que debutó en La Scala en 2001 bajo la batuta de Muti. Rosa Feola, Marianna Pizzolato, Martina Belli y Rosalia Cid dieron vida a unas comadres deliciosamente alegres y ligeras, aunque en ocasiones apenas audibles. Los mejores de la noche fueron Luca Micheletti y Juan Francisco Gatell como Ford y Fenton, respectivamente: el primero con una voz hermosa, temperamento y gran capacidad actoral; el segundo con un canto estilizado y una gracia vocal digna de mención. Entre los secundarios, destacaron especialmente el Dottor Cajus de Antonio Siragusa y el Pistola de Marco Spotti, algo menso el Bardolfo de Christian Collia. Al final, todos los artistas recibieron un merecido aplauso, aunque sin que nadie brillara de forma excepcional, ni siquiera Gatti, pese a su magistral lectura de la partitura.
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