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Ben Johnson: estrellas y esteroides

En Vidas salvajes, Lifestyle miércoles, 10 de agosto de 2016

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

En unas fechas en las que las Olimpiadas llenan de espíritus impolutos, buenos deseos, competitividad a la antigua usanza y pebeteros de buenas intenciones todos los titulares, es inevitable acordarse de un perlita nacido en Jamaica y ensalzado y enterrado en Canadá casi a la misma velocidad que corría.

Fue en las Olimpiadas de Seúl, hace tantos años que te sorprenderá recordarlo tan nítidamente, Carl Lewis, el Hijo del viento, estaba atemorizado ante la amenaza real del nuevo recordman de los 100 metros lisos, un cachas tartamudo que además resultaba ser lenguaraz y arrogante. La sombra del dopaje ya estuvo cerniéndose sobre él cuando batió los récords de los 60 y 100 metros, aunque aquella citada carrera, la más rápida de la historia por aquel entonces, fue una especie de entierro, sin saberlo, para un hombre cuyos ojos sangrantes ya parecían delatarle.

En cuestión de tres días, pasó de ser héroe a villano, sin paliativos ni medias tintas, los mismos titulares que le encumbraron como Benfastic le preguntaban por qué lo había hecho. Fue suspendido de por vida, sus nuevas novias publicitarias le abandonaron, Ben Johnson había bajado a los infiernos tras haber sido un tramposo. Curiosamente, una de sus campañas publicitarias tenía el eslogan Catch me (Cógeme); aunque ahí no se acaba el sainete: años después entrena a Maradona (¡) o al hijo del dictador libio Gadafi, quien acaba dando positivo en un control antidopaje.

Antes de que llegase eso, su castillo se fue derrumbando hasta tal punto que le desposeyeron del campeonato del mundo y de los récords cosechados. Además, sus marcas fueron siendo cada vez más pobres, tras una vuelta más de cara a la galería y la penitencia que a otra cosa.  Su paso por Barcelona fue digno de película de Buster Keaton: tropezó en las semifinales de los 100 metros, quedando último, descalificado en el relevo, expulsado de la villa olímpica por zarandear a un voluntario y cargando puerilmente contra todo y contra todos.

Pero volvió a correr rápido… y volvió a dar positivo… y a apelar… Le adjetivaron como desgracia nacional y aún a pesar de ello seguía negándolo todo. Le permitieron volver a competir…, pero volvió a dar positivo. Creo que está todo dicho. Todos los que pusieron la mano en el fuego por él acabaron algo chamuscados.

Luego llegaría la charlotada final: vive con su madre en un bajo acompañándola a la iglesia cada semana, pierde un Ferrari dándolo como fianza, y queda tercero en una carrera contra un coche de alta cilindrada y un caballo de carreras. Algo ridículo ya de por sí, pero no más que el que le robasen en Roma lo que había cobrado por entrenar al hijo de Gadafi y que no pudiese capturar a los ladrones tras perseguirles por la Ciudad Eterna.

No contento con las carcajadas que proferían aquellos que ya advirtieron de sus trampas, tuvo los santos cojones de publicitar una bebida energética natural y de escribir unas memorias llamadas Seoul 2 Soul. No sabemos si será una burda colección de excusas o si ni siquiera será él quien lo haya escrito. ¿Te atreves como lectura estival a comprobarlo?

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