El entretiempo, ese período que se prolonga desde las postrimerías del invierno hasta bien entrada la primavera, es un concepto difícil de explicar a quienes viven lejos del Mediterráneo. Ignoro si es una de esas palabras -como sobremesa o jamacuco- que son intraducibles del español a otros idiomas. Mi madre lo llama la época de los disfraces, porque por la calle coinciden las primeras sandalias con los últimos abrigos y, para más inri, suele arrancar en Carnaval. Los valencianos nos referimos a él con el sintagma “hace tiempo de Fallas” y nos ponemos en tirantes a ver la mascletà. Los meteorólogos, que de esto entienden algo más, nos alertan de la amplitud térmica –8ºC al exterior de nuestros estudios aunque rozaremos los 25 en las horas centrales del día– y nos animan a coger una chaqueta a primera hora de la mañana y a quedarnos en mangas de camisa a mediodía. En las tiendas, lo más buscado en esta época del año son las rebecas, los blazers ligeros y los fulares, que no usaremos más de un par de veces porque en cuanto abril asoma la cabeza, en el Levante alcanzamos los 30ºC en un plis.
Esta efímera indecisión atmosférica, que nos lleva de Siberia al Sáhara en cuestión de horas, ha acabado influyendo en el negocio de la moda. Aunque me da en la nariz que el cambio climático, el cambio en nuestros patrones de consumo y el cambio -así en general- que lo inunda todo habrán tenido algo que ver también. Por una parte, el mass market desarrolla colecciones cortas -las llaman “avance de temporada”- y nos las empiezan a colar en cuantito acaban las rebajas de invierno. Las grandes maisons hacen lo propio, pero las bautizan Crucero, que es un apelativo mucho más evocador. ¿Qué sucede en nuestras mentes, siempre receptivas a lo nuevo? Que como las llevamos viendo desde enero, en marzo nos hemos aburrido de esas prendas y ya no nos enamoran desde los escaparates con sus tonos pastel, sus cuadros vichy o sus rayas marineras -tres clásicos del entretiempo-. De ahí, el mid season sale, o los descuentos de mitad de temporada que pueblan nuestras calles comerciales y que nos animan a comprarnos esa gabardina, esa americana, ese chaleco que quedará relegado al perchero del por si acaso refresca en unas semanas. Como cantaba La Buena Vida, sal, diviértete, deja las tiendas desiertas: estamos en esa época del año.
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