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Cultura

Emily Dickinson y el misterio Beinecke

En Abandonen el edificio, Cultura 1 marzo, 2021

Sandra Jiménez

Sandra Jiménez

PERFIL

El misterio en torno a la aparición de un poema desconocido de Emily Dickinson en una subasta de Sotheby’s, en 1997, es el argumento del libro La poeta y el asesino, del periodista y escritor Simon Worrall. Un emocionante relato real que narra la investigación que se llevó a cabo para descubrir la autenticidad de una de las falsificaciones más famosas de la historia.

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Mark Hofman 1984 y Emily Dickinson 1846.

El libro está lleno de suspense y de misterio, tanto por la supuesta falsificación como por descubrir al autor de la misma. Su lectura es una delicia para aquellos apasionados de la restauración de libros y manuscritos antiguos y para los amantes de la arquitectura. En él se explican magistralmente, y con todo lujo de detalles, las técnicas y procedimientos necesarios para llevar a cabo una excelente falsificación de un documento u obra literaria. Y en él aparece la maravillosa Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros, en el campus de la Universidad de Yale en New Haven (Connecticut).

La biblioteca fue diseñada por el arquitecto Gordon Bunshaft y se construyó en el año 1963. Su belleza, sencillez y sobriedad volumétrica comparten cierto paralelismo con la figura y personalidad de Emily Dickinson y también con la Biblioteca Nacional de Francia diseñada por el arquitecto Dominique Perrault y construida en Paris, en 1995.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Davide Galli.

La poesía de Emily Dickinson cautiva por su intimidad, su originalidad y lo poco convencional, pese a que en su época no tuvo el reconocimiento que merecía, circunstancia que la diferencia de los arquitectos que sí que han sido reconocidos por sus obras.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Davide Galli.

La Biblioteca de Beinecke está ubicada en la plaza Gallows and Lollipops, obra de Alexander Calder, rodeada por edificios neoclásicos y neogóticos mientras que la francesa está situada en las orillas del río Sena, al este de la isla de la Cité.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Davide Galli.

Bunshaft y Perrault tuvieron que enfrentarse al reto de cómo introducir estos gigantescos volúmenes, modernos y abstractos en una explanada pública ya consolidada. Ambos arquitectos coincidieron en la necesidad de manejar la escala, tanto la urbana (que proporciona la monumentalidad de los edificios del entorno y la de sus propias obras), como la íntima y humana del interior de sus construcciones, para situar sus majestuosas obras. La transición entre ambas escalas generó una empatía geométrica entre el nuevo edificio y los circundantes.

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La Gran Sala de la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos en New Haven (Connecticut). Arquitecto Gordon Bunshaft. © Fotografía Ezra Stoller.

Analizando ambos edificios observamos que la biblioteca de Beinecke es un volumen rectangular exento, autónomo, compacto y estricto que da la impresión de estar flotando sobre la plaza sobriamente urbanizada.

La biblioteca de Francia, por el contrario, está compuesta por cuatro torres de 79 m de altura y con forma de libro abierto (Torre de los tiempos, Torre de las leyes, Torre de los números y Torre de las cartas), emplazadas en las esquinas del basamento de planta rectangular. En el centro de la explanada elevada se sitúa un gran patio central verde, a modo de claustro, que contribuye a crear un ambiente favorable para la meditación y la lectura. Los accesos y comunicación entre las torres y la plaza se realizan a través de unas grandes escalinatas y unas pasarelas elevadas.

Emily Dickinson

Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Yuri Palmin.

En ambos casos, su aspecto austero e imponente se conjuga perfectamente con el contexto urbano en el que se encuentran ubicados compuesto por edificios circundantes cuyos cerramientos eran densos y seguían un patrón repetitivo. La relación entre la masa y el volumen, así como las pautas repetitivas fueron adaptadas a los edificios de Bunshaft y Perrault.

Emily Dickinson

Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos en New Haven (Connecticut). Arquitecto Gordon Bunshaft. © Fotografía Ezra Stoller.

Si os fijáis, la biblioteca de Beinecke, compuesta por una malla ortogonal con una disposición regular, es la que ordena y sostiene las cualidades expresivas del edificio. Las fachadas del edificio carecen de ventanas y están construidas a base de paneles traslúcidos de mármol blanco de Vermont, granito, bronce y cristal. Esta combinación de elementos consigue filtrar la luz de forma que los libros y manuscritos no sufran daños. El edificio ofrece dos aspectos muy diferentes por el día parece denso, opaco y hermético, mientras que por la noche cambia para volverse traslucido y enigmático.

Emily Dickinson

La Gran Sala de la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos en New Haven (Connecticut). Arquitecto Gordon Bunshaft. © Fotografía Ezra Stoller.

No es difícil establecer un paralelismo entre dicha estructura arquitectónica y el mundo de Emily Dickinson, una mujer tímida, retraída y misteriosa a la que le gustaba mucho leer (pedía consejo sobre lecturas a aquellos hombres que admiraba), escribir y garabatear versos en todo lo que tuviese a mano, así como con su aspecto físico y su vestimenta. En 1850 las mujeres usaban una enagua rígida pero ligera, hecha de alambre de acero, llamada crinolina, que se colocaba debajo de la falda darle volumen y sostener el peso de telas tan opacas y pesadas como eran la lana y el terciopelo. Este armazón indirectamente nos remite a la estructura y los cerramientos de la biblioteca de Beinecke.

Crinolina, miriñaque o armador.

Crinolina, miriñaque o armador.

De nuevo la moda y la arquitectura se relacionan y nos muestran cómo es posible establecer el equilibrio entre condiciones tan opuestas como son el peso y la levedad y la masa y el vacío. Algo parecido pero a la inversa, ocurre con la doble fachada de acero y cristal, muy estratificada y regular de la biblioteca de Francia, ya que el exterior es un prisma de luz natural y artificial que impide ver el interior opaco revestido en madera.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Yuri Palmin.

Las dos bibliotecas entierran las salas de lectura y sobreelevan los depósitos de libros, sin dejar de ser accesibles y utilizan el basamento de sus edificios para crear un espacio público liberado, una zona de paz y descanso que invita a la lectura en medio de la agitación urbana.

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La Gran Sala de la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos en New Haven (Connecticut). Arquitecto Gordon Bunshaft. © Fotografía Gunnar Klack, Wikimedia-commons.

Perrault coloca los distintos depósitos de libros en sus cuatro torres, mientras que los espacios destinados al público (dos salas de lectura, auditorios, etc.) se ubican por debajo y a los lados de la gran plaza central. Una de las dos salas de lectura está abierta al público y contiene 1.600 puestos de lectura. La otra, reservada a científicos e investigadores, está dotada con más de 2.000.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Yuri Palmin.

La propuesta de Bunshaft es diferente: bajo la rasante de su edificio se alojan el catálogo, el control, el almacén, las oficinas, y la sala de lectura (iluminada por un patio situado en el centro de la plaza). En el interior, en la Gran Sala, el alma de la biblioteca, se enfatiza y se da gran protagonismo a los libros encerrándolos en una gran torre central de cristal, en apariencia hermética, pues no posee una puerta principal visible sino una hendidura horizontal. Esta circunstancia lo convierte en una especie de santuario para la mente, un espacio mágico que alberga 180.000 volúmenes.

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La Gran Sala de la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos en New Haven (Connecticut). Arquitecto Gordon Bunshaft. © Fotografía Ezra Stoller.

Ambas obras se caracterizan por la ausencia de decoración, la importancia otorgada al entorno urbano y una inclinación por la utilización de materiales sencillos, hormigón, acero, cristal, madera y mármol. Esto me lleva nuevamente a pensar en la sencillez de los vestidos de Emily Dickinson compuestos por un corpiño, una voluminosa falda, impresionantes como los volúmenes de nuestros edificios, un chal y un modesto peinado con raya al medio y un moño plano contra la parte posterior de la cabeza. La monumentalidad de los edificios sería equiparable a la trascendencia que ha tenido la obra de Emily Dickinson como poeta y mujer, pese a que en su época no tuvo el reconocimiento que merecía.

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Biblioteca nacional de Francia, Dominique Perrault Architecture. © Fotografía Davide Galli.

Las bibliotecas son espacios imaginarios de libertad donde poder dejar de ser tú mismo para ser otro. Son lugares con sensibilidad especial, cierto halo de misterio y profundidad a los que posiblemente Emily Dickinson hubiera ido encantada si hubiese vivido en una época más favorable para la independencia de la mujer. En su lugar, decidió confinarse voluntariamente en su casa natal de Massachusetts, y gracias a ese aislamiento, entre paseos por el jardín y sus pasteles de jengibre, pudo leer, escribir y desarrollar un pensamiento propio.

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