Los que están familiarizados con el cine de Álex de la Iglesia deberían saber qué esperar del asociado de Pedro Almodóvar, cuya carrera como director se ha extendido desde hace 24 años, cuando Acción Mutante (1993), fue producida por el manchego.
Desde entonces, este enfant terrible del cine español nos ha “entretenido” con sus espeluznantes tragicomedias, exceptuando el documental de 2014 sobre el mundialmente famoso futbolista Lionel Messi, que alcanzó el apogeo de su carrera con el legendario Barça. Sin embargo, con motivo del estreno de su último film en la Berlinale, uno podría preguntarse el porqué de su comparación con las primeras obras de directores como Peter Jackson, Sam Raimi, David Lynch o especialmente Quentin Tarantino, al participar a competición de la última edición del festival.
A pesar de todo, El Bar seguirá manteniendo felices a sus fans, independientemente de la posible desaprobación de los conocedores. El filme comienza en un típico bar cafetería del centro de Madrid y prácticamente se queda allí (antes de aventurarse más abajo). En efecto, existe una muy buena razón para permanecer en el interior, como pronto descubrirán dos almas desdichadas. De repente, el resto de clientes se encuentra atrapado en una película que oscila entre la comedia negra, el thriller sangriento y la alegoría política. Todos se preguntan por qué las calles ocupadas se han vaciado de repente y pronto se dan cuenta de que son víctimas potenciales de, tal vez, un francotirador, un asesino en el interior o incluso del gobierno. Involuntariamente atrapados en un juego de supervivencia, iremos conociendo progresivamente a cada uno de ellos, su solidaridad aparente frente a su egoísmo.
Al elegir centrarse en un conjunto aleatorio de personas, atrapadas en las situaciones más extremas, e independientemente de las inverosimilitudes enloquecidas, la película de Álex de la Iglesia tiene una cierta profundidad, no sólo porque la narrativa nos lleva hasta los sótanos del bar y, de allí, a las alcantarillas de Madrid, donde el aterrado grupo busca desesperadamente una vía de fuga, mientras intenta algún tipo de control sobre los demás. El slapstick reina sobre la paranoia y la desconfianza creando catalizadores para las predecibles “inesperadas” vueltas de la trama, ya que cada personaje encuentra su alter ego frente a una terrible falta de certezas. Los héroes centrales en todo este caos son Nacho (Mario Casas) y Elena (Blanca Suárez). A los 30 años, Mario Casas ya es una estrella en el cine español y aquí juega a su personaje infantil, menos-listo-de-lo-que-se-cree. El galanteo de Nacho con Elena proporciona algún intermedio romántico en la trayectoria del caos y la desesperación de estos tipos corrientes, desde el principio de la película, mientras el mundo exterior es ajeno a sus tribulaciones.
Justo al lado de la cafetería donde, al comienzo de la película, los dos individuos que salían del café encuentran un horrible final para pavor de los que seguían adentro, se amontonan un montón de neumáticos que incongruentemente arden a manos de lo que parecen ser las fuerzas de seguridad. A través del televisor del bar, el grupo desamparado ve la noticia de que ha habido un incendio en una concurrida plaza comercial en el centro de Madrid y que no se puede descartar un ataque terrorista. Su situación desesperada y confusa está completa.
De un director que ganó seis premios Goya por El día de la bestia, el premio al mejor director entre ellos, ¿sería injusto plantearse (el reconocimiento a Messi aparte) si ya es hora de un cambio de dirección?
El Bar proporciona un buen entretenimiento y una cierta tensión macabra que no decepcionará a sus fieles, pero sería bienvenido e interesante poder ver una nueva luz al final del túnel del alcantarillado y, tal vez entonces, su presencia en la sección de competición de la Berlinale hubiera sido más apropiada que extraña.
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