fbpx

Cultura

“El intérprete” de Richard Sennett: la vida como teatro

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 8 de abril de 2025

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Creo que la imagen del mundo y de la vida como gran teatro y de la persona como actor se ha expresado culturalmente de tres maneras. La primera es literaria y presenta dos obras cumbre: el célebre diálogo de la comedia de Shakespeare Como gustéis (1599): «Todo el mundo es un escenario, y todos, hombres y mujeres, son meros actores. Todos tienen sus entradas y salidas, y cada hombre en su vida representa muchos papeles…»; y el auto sacramental de Calderón de la Barca que llevaba el gráfico título de El gran teatro del mundo (1655).

Junto a la metáfora del Theatrum mundi en clave literaria, la segunda expresión cultural del teatro del mundo es sociológica: explica el comportamiento humano desde la imitación y la adopción de roles (papeles), incluye cuestiones tan distintas como las normas de urbanidad, el impacto de la ficción en el comportamiento (el bovarismo) o las «identificaciones adhesivas» frente a las carcasas vacías de las que hablaba recientemente Lola López Mondéjar. Se trata de una sociología (y una filosofía) dramática interesada por el indeliberado impacto de las ficciones y la teatralidad de la existencia y, como tal, ha sido explorada por autores que, con distintas preocupaciones y prioridades temáticas, describieron la vida social del hombre a partir de radiaciones de un centro de comportamiento modélico o ejemplar  (el autocontrol de La sociedad cortesana y El proceso de civilización, de Norbert Elias), herramientas propias de la ficción (Sí mismo como otro, de Paul Ricoeur) o papeles en situaciones diarias (La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Gofman).

Con ecos del mito de la caverna de Platón y de la metafísica del barroco, la tercera expresión cultural del teatro del mundo parece la más reciente y angustiante porque bajo sus premisas, el mundo tal y como lo conocemos podría resultar una ficción de una civilización muy avanzada entre las marionetas de la gran IA, Matrix y el Junípero de Black Mirror. De esas ya dijimos algo aquí.

Richard Sennett

Richard Sennett.

Pues bien, El intérprete. Arte vida, política, (Anagrama, 2024), el reciente libro del sociólogo Richard Sennett (Chicago, 1943) con traducción de Jesús Zulaika, se inscribe en la segunda forma de expresión de la idea del mundo como teatro (la sociológica), pero refuerza la idea (a la vez poética e inquietante para algunos de nosotros) de que efectivamente actuamos en distintos escenarios a menudo irreflexivamente y de que es en ese mundo real donde –en un objetivo propio de la filosofía moral– deberíamos actuar en un sentido político y artístico con conciencia de las conquistas culturales precedentes y, a la vez, con creatividad activa frente a las secuencias estereotipadas del teatro de la vida. Valorar y revitalizar, reconocer y aportar y no solo dejarnos llevar por una suerte de inercia pasiva estética y social.

En esta ocasión, Sennett se centra en la idea de escenario (el viejo ágora), en el significado de escena, de espacio escénico y en su relación sociopolítica tanto con el intérprete como con el espectador. Quizás aquí la idea más sugerente (con cierto eco popperiano) sea la distinción entre los escenarios abiertos y cerrados. El escenario abierto tiene que ver con lo público, con la convivencia cívica horizontal, transparente, visible, al igual que el cerrado con lo privado (o con lo privativo), con el podio, con el pedestal rodeado de agentes de seguridad (también privada) y esa tendencia a un tipo de comunicación política vehemente, limitada, autoritaria  y unidireccional.

Richard Sennett

Sobre ese actuar en el teatro social, cabe recordar con Sennet, con el antropólogo Victor Turner y tantos otros que, en realidad, lo teatral no implica falsedad, sino performatividad. La performatividad es una clave de la comunicación en el siglo XXI y si hay alguien que ha captado el espíritu de nuestro tiempo es el populista o demagogo Trump: el gran performer. Con sus actuaciones malignas, su maquiavelismo (en un sentido degradado del término), su conciencia del impacto dramático –y yo añadiría que del uso performativo del lenguaje del odio– Trump es a la política lo que Aczino, Chuty o Larrix al Freestyle, un artista de la improvisación, y a su contribución a la degradación del espacio público le dedica Sennet gran parte de su atención.

Frente a la previsible teatralidad propia del tiempo de las emociones, del populismo sentimental, atávico, de las identidades primarias o del my country first, Sennett sigue apuntando a la cortesía, al civismo y a la civilización.

El intérprete alterna las reflexiones sociológicas y filosóficas sobre el mundo-teatro, el poeta como gran legislador no reconocido (Percy Shelley) procurador de imágenes de lo social, la arquitectura pública o las nuevas máscaras con un substancioso anecdotario personal del autor de El declive del hombre público en el que las anteriores críticas al narcisismo, la individualización insolidaria y la renuncia a cierta seriedad en la expresión pública dan paso a cariñosos recuerdos (de su amigo Roland Barthes entre otros) relacionados con su profesión malograda: la de músico (Sennett dejó el chelo por una lesión). Personalmente, también destaco el jugo que extrae de la oposición Kultur (cultura como identidad y tradición) de la civilidad y la delicada manera de referirse a la relación entre el arte y la ciudad.

Richard Sennett

Violencia “escenificada” al decir de Sennett.

Frente a la previsible teatralidad propia del tiempo de las emociones, del populismo sentimental, atávico, de las identidades primarias o del my country first, Sennett sigue apuntando a la cortesía, al civismo y a la civilización. Destaco igualmente de El intérprete, las páginas dedicadas a la movilización comprometida, las líneas sobre el obrero solista (inoperante por aislado) y el sindicato orquesta que se enmarcan en el sentido interés del autor por las reivindicaciones materiales de izquierda y el movimiento sindical así como el juego semántico con la interpretación ya no solo como teatro sino en un sentido musical (orquestal) cuando los ciudadanos intérpretes aportan sobre líneas y partituras asignadas un toque personal como sucede en el jazz.

Crítica de algunas expresiones estéticas (las pomposas, las sobregesticuladas, las estomagantes), Stadtluft (aire de ciudad), actuaciones problemáticas (la dramatización de la violencia), rituales incómodos, arte del carisma, reconocimiento (actuación que dignifica la vida), pragmatismo, reflexión sobre el uso del escenario urbano (locus de protestas civiles, de revoluciones, desfiles y ejecuciones…), recuerdos cariñosos, vigorización del ágora: frente a la degradación del espacio público (su privatización y yo añadiría que su vandalización), frente al individualismo metodológico everywhere y el éxito de la alt right capitalista en polarizar, aislar y hacernos recelar unos de otros El intérprete puede leerse como una llamada a la actuación colectiva o puede ser simplemente abordado como una balsa por quienes hace tiempo que observáis perplejos los excesos dramáticos de la existencia, los agudos insoportables en la voz y en la acción (sobreactuación) propia y de los demás como roles en un gran teatro que hoy por hoy representa una obra que consterna y asquea por igual.

Hermosos: ciudadanos sensibles.

Malditas: ruedas de prensa sin preguntas.

Suscríbete a nuestra newsletter

* indicates required

Compartir:

Anagramacrítica culturalEditorial AnagramaEl intérpetreEnsayoJesús ZulaikaRichard SennetShakespeareSociologíateatro

Artículos relacionados

Comentar

Debes ser registrado para dejar un comentario.

Sin comentarios

Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!