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Cultura

El estado de la literatura en 2023: una crítica cultural

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 19 de diciembre de 2023

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

El descrédito de las listas de mejores libros del año de los principales periódicos, señaladas como herramientas de márquetin comercial, y el lamentable empeño de las listas alternativas en emular justamente aquello que ellas mismas se empeñaron un día en reprobar, sugiere reenfocar el resumen del año desde otra arista de la crítica cultural.

¿Cuáles han sido las tendencias temáticas y formales de la literatura del año que termina? ¿Qué inercias emocionales y sociológicas, qué sorpresas, qué propensiones ideológicas, qué apegos sentimentales, qué direcciones estéticas, morales y políticas definen mejor lo que ha sido literariamente 2023? Creo que es así (o que también es así) como podríamos destacar algunos títulos y autores: hermosos contrapuntos frente al desdén por la forma y el apego material a lo manido como instinto general.

El primer rasgo, apuntado en el delicado ensayito de Aitor Romero El arte de escribir de pie, es que están en boga las novelas de orgullo –orgullo del barrio humilde del que se procede, orgullo del pueblo al que se regresa, orgullo de la propia extracción de clase– y mi problema con la buena fortuna de esa tendencia es que resulta afín, sin pretenderlo, a los intereses de la clase reaccionaria, al catolicismo del conformismo desmovilizador y rancio («mi reino no es de este mundo») y a los ideólogos de las élites financieras que están destrozando justamente el sostén sociológico de la cultura: la clase media de nuestro país.

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Louise Boyle. Southern Tenant Farmers Union Photographs, 1937 and 1982.

Durante un tiempo se mantuvo la distinción teórica (en mi opinión imprescindible) entre desigualdades y diferencias: las primeras, de índole material o económica, como la pobreza, la miseria, o la privación debían combatirse; las segundas, las diferencias en el color de la piel, la sexualidad etc. debían protegerse porque nadie (al menos, antes esto era una obviedad) quiere seguir siendo pobre, seguir renunciando a comer pescado o a vivir en un piso que no deje pasar el frío y la suciedad, pero en lo que tocaba a la diferencia sí que se estaba orgulloso de ser mujer, negro o homosexual.

Dicho con mayor claridad, ¡no se quería dejar de ser lesbiana o magrebí, pero sí que se quería dejar de ser pobre! Hoy en día, el recelo hacia la meritocracia (la única posibilidad real de acabar con la influencia del capital social), el orgullo del origen socioeconómico expresado en decenas de novelas, los dejes sureños impostados, el aparato audiovisual del trap, las series de ficción que exaltan el look de barrio pobre, la charla soez, la grosería, los afectos de gasolinera y los modos del polígono industrial operan, en realidad, como una identidad (que no conciencia) de clase de acuerdo con los profundos deseos de las élites económicas: que solo sus bien (sic) educados hijos acaparen por herencia los puestos de privilegio: de ellos serán eternamente el buen gusto, la luz y la belleza, los puestos de dirección de la administración pública, la ópera, el saber, la pronunciación correcta y el centro de la ciudad.

Incluyo en esta tendencia lamentable la mitad de los libros considerados mejores por algún diario nacional (el ruralismo, el registro urbano y la literatura paterno-filial). Y recomiendo, a la contra, la Amigocracia, el análisis de la pija extracción de la Cámara de los Comunes (13 de los 17 primeros ministros de posguerra hasta Rishi Sunak estudiaron en Oxford y los más dañinos en términos de europeísmo, ecología y migración venían de colegios exclusivos, como Boris Johnson and co.) del antropólogo deportivo y columnista del Financial Times, Simon Kuper en la comprometida editorial Capitán Swing.

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Devaluado el futuro, las emociones que tienen que ver con el pasado siguen constituyendo otro subtexto del presente y si se aguza el oído aún se escucha el eco de la Retromanía de Simon Reynolds, de la hauntología de Mark Fisher, de la tristemente desaparecida Svetlana Boym y su Nostalgia del futuro. En esa melancolía socio política se inscribía a mi juicio el primer libro de no ficción que recomendamos a principio de este año (en realidad, había aparecido en Akal a finales de 2022) Revolución: una historia intelectual de Enzo Treverso.

Lo que permite el paso del tiempo es la perspectiva y en este punto, uno de los libros de 2023 ha sido Los noventa de Chuck Klosterman con prólogo de Javier Aznar. A pesar de que algunos capítulos pueden resultar excesivamente locales (huelgas en la liga de béisbol, programas televisivos que —afortunadamente— nunca llegaron aquí), lo cierto es que el análisis de la autenticidad al hilo de los estereotipos de la Generación X en films como Reality Bites, del descrédito grunge de los alicientes de ascenso social vertical y de lo mal visto que estaba venderse mantiene cierta validez cultural desde una conciencia universal de su caducidad. Los subtextos de Friends, Seinfeld y Cheers son una delicia. Y uno goza con la ironía desbordada de un Klosterman sensacional: la campaña de Bush con Irak (tras el episodio judicial que paralizó el recuento de papeletas que podría haber dado la victoria al más sensible ecológicamente hablando Al Gore) y la conocida tesis de Baudrillard; el mordisco de Tyson a Holyfield como capítulo de cierto distanciamiento de la realidad, el dispar destino de Kurt Cobain y Tupac Shakur o las letras de Alanis Morissette como anticipo del auge de la «nueva sinceridad».

Si es verdad aquel dicho atribuido (apócrifamente) a Napoleón, de que para entender al hombre hay que saber qué pasaba en el mundo cuando tenía 20 años, entonces la disección de la crítica cinematográfica de videoclub, la influencia del teléfono fijo en las relaciones sentimentales, el bueno de Fox Mulder (Expediente X) como normalización del futuro conspiranoico y, en general, el análisis de la década que empezó con la caída del muro de Berlín (1989) y terminó con el 11/S (2001) son recuerdos imprescindibles para entendernos a nosotros mismos (los que hoy rondamos los 50) desde un tiempo seminal lleno de presagios culturales sobre el auge de la imparable estupidez que vino después.

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Continua el desplazamiento desde la lucha de clases a la lucha identitarista, el feminismo y el fenómeno woke. Confesé que me hizo mucha gracia el tweet del filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek jugando con el célebre inicio del Manifiesto comunista de Marx «un fantasma recorre Europa: Barbie», pero en lo que toca a la filosofía política, 2023 fue un año felizmente pobre en novedades interesantes en castellano (porque nos permitió visitar a Naomi Klein y su Doppelgänger: A Trip Into the Mirror World, en Farrar, Straus and Giroux). Una razón de esa pobreza es el agotamiento temático, otro que la fanfarronería intelectual neoliberal anduvo buscando espacios de consumo (ya ni siquiera, de lectura) inmediatos que proporcionaron a sus autores su buena dosis de likes anarcocapitalistas y grandstanding moral, de acuerdo con la peor lectura de Stuart Mill. Con todo, nos gustó lo último de Eva Illouz (muy actual por su crítica contundente al autoritarismo populista y sus sucios manejos con las emociones y al nacionalismo de extrema derecha del oscuro criminal Netanyahu) y Martha C. Nussbaum quien, al igual que nosotros, clamó por un trato decente para los animales.

Sigo necesitando un lápiz para leer, y otro de los  libros subrayados y recomendados en este espacio fue Las personas más raras del mundo del profesor de Biología Evolucionista Humana en la Universidad de Harvard, Joseph Henrich, un libraco de más de ochocientas páginas que cambia la comprensión de muchos conceptos básicos (libertad, derechos fundamentales, etc.) de mi profesión más específica: la docencia e investigación en la filosofía política y del derecho.

La sociedad es narcisista, no porque el individuo se haya convertido en un ser vanidoso sino porque el mundo se ha ido transformando en un espejo pulido. Otro de los hitos literarios del año fue la reedición en Capitán Swing de La cultura del narcisismo (del historiador Christopher Lasch). Lo mismo digo de La imaginación liberal. Ensayos sobre literatura y sociedad, el clásico de Lionel Trilling reeditado por Página Indómita en 2023.

La distopía y el estado de ansiedad siguen siendo tendencia y una de las mejores novelas escritas en España en 2023 fue Los que escuchan, de Diego Sánchez Aguilar, una extensa crónica, no exenta de ritmo y poesía sobre el presente del planeta, la clase dirigente y la movilidad interna empresarial como estadio terminal: otra joya del catálogo Candaya.

El colapso es un temor típico de 2023 y antes que el meritorio film producido por los Obama me quedo con Eduardo Almiñana y su primera novela: Uzumut (Osadía ediciones), ecos de Lovecraft, Borges, el Cronomoto de Vonnegut, Iury Lech, la serie L’effondrement y Stanislaw Lem.

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García Cívico con Javier Moreno y Diego Sánchez Aguilar durante el Golem Fest de 2023. Foto: Greta Rueda.

Con su lirismo, su compromiso moral y su meritoria polifonía, Mundo anclado del escritor mexicano Alejandro Espinosa Fuentes es otra de las novelas más hermosas y mejor elaboradas de 2023 y está publicada en Contrabando. También me gustó mucho Tan tonta la novela de Carlos Catena Cózar (La Caja Books) con una sorprendente contención formal, un manejo modélico de los referentes (Henry James) y un hallazgo fenomenal en la voz de esa conmovedora au pair llegada a una casa extraña en Dublín (luego iremos a Sandycove).

Como otro rasgo de la literatura de 2023 en lo formal es el descuido y la dejadez, destaco por contraste una de las grandes excepciones de este país, un autor exigente, ambicioso, brillante, nunca satisfecho del todo con su genialidad y obsesionado (para nuestro deleite) con hacerlo todavía mejor. Para mí, el gran libro de relatos del año lo escribió Javier Moreno: Magnífica desolación (Candaya, again).

Obviando algún eco excesivo (de Hrabal y de Böll, de Remarque y del cine de Václav Marhoul o Elem Klimov), lo peor que pude decir de Morir en primavera, la novela del alemán Ralph Rothmann es que fue demasiado hermosa. Como tengo la acreditación de despistado, luego me di cuenta de que la obra de Rothman no es de este año, pero me condujo a otro de los libros de 2023, también en Libros del Asteroide, el de Ricardo Dudda: Mi padre alemán.

Como los mejores malos del cine de terror, el prejuicio hacia este género no acaba de morir y por eso destaco la edición en nuestro país del clásico de David J. Skal, Monster Show en Es Pop.

Resulta inexacta la expresión «baja cultura», sigue extendida en 2023 entre los críticos literarios la confusión entre cultura popular y cultura de masas y solo diré que si no la han entendido hasta la fecha es que nunca la van a entender. Bah, una cosa es la cultura como tradición (las corridas de toros o las peleas de gallos) que admite el plural y otra la cultura como formación en singular. Paradójicamente –como entendió pronto la política cultural francesa y alemana– la cultura como formación por su sentido de progreso no solo sensibiliza frente a tradiciones y atavismos como el sufrimiento animal sino que emancipa al ciudadano frente a las falacias políticas o negacionismos de hechos evidentes como la especificidad de la violencia de género, sin embargo de la tonta costumbre de los principales diarios de rotular «culturas» en lugar de «cultura» para unas páginas dedicadas todavía no a la antropología sino a la difusión de manifestaciones culturales o de interés cultural como la literatura se deriva la posibilidad de que un torero llegue a ocupar una cartera ministerial (al tiempo).

En relación con esto (y no en «relación a esto» como escribe también algún crítico cultural) añadiré que en el terreno del ensayo me alegré muchísimo de que Antonio Monegal ganara el Premio Nacional. Comparto la idea de dotarnos de una concepción actualizada de cultura, y la preferencia por estudiarla desde el campo de las acreditaciones de las expresiones culturales (literatura, el cine, la música) de acuerdo con la aportación de Pierre Bourdieu y en atención a su función social más allá del discurso, un poco manido y resbaladizo, de su presunta inutilidad (el discurso de Ordine et al.)

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¿Es posible que los memes, los gifs o las cadenas de opinión performática en los foros de Internet supongan el cumplimiento del ideal socio-estético de las vanguardias artísticas del siglo XX? En el terreno del arte me encantó la mirada desprejuicida y positiva de Memestética (Turner, 2023), el ensayo de Valeria Tanni sobre el arte. La lectura socio política de los memes también ocupó un gran ensayo colectivo publicado en La caja books que recomendamos aquí: Memeceno. La era del meme en internet.

Para los antiguos griegos y romanos ser libre significaba no obedecer normas en cuya elaboración no se hubiese participado. No votar era de esclavos o de idiotas (la palabra no tenía el acento peyorativo de hoy). Para los modernos del siglo XVIII ser libre era disponer de un ámbito de autonomía individual y protección jurídica frente al poder político. Para los posmodernos ser libre significa liberarse de ataduras como la historia, la responsabilidad y el bien común, el reconocimiento del mérito ajeno, los significados compartidos, las normas del gusto y la verdad. La indeterminación, las fake news, la nueva horizontalidad y el gusto por el destape en la literatura de género post-Rosalía constituyen ejemplo de mercadotecnia de semiótica cero: algo (un desnudo) significa una cosa (cosificación) y también su contrario (empoderamiento). El significado de la liberación, de la hipotética (improbable a mi juicio) emancipación proviene solo del propio agente. Esto es, su sentido, su voluntad subjetiva es su significado objetivo. Por alguna razón, mi piel mental reacciona ante el perreo como ante los libros de traumas y la literatura (¿?) de revanchas extemporáneas y heridas emocionales de autores victimizados. De esos no me ha gustado ninguno.

Este año, tras la reunión anual con el Círculo de las cabezas cortadas, el cenáculo filosófico-literario de lectoras críticas de nuestra querida Iris Murdoch (surgido entre la Universidad Jaime I y antiguos alumnos del Trinity College of Dublín) y unas semanas antes del Bloomsday, nos bañamos como siempre en las aguas heladas en Sandycove, bajo la Torre Martello. Ahí me documenté sobre problemas de la progenitura para una futura novela con Hijo de un bastardo de Sorj Chalandon en Seix Barral. Nos impactó Benjamin Labatut, con su Maniac en Anagrama y perdí  por el golpe de una ola irlandesa lo último de dos de mis escritores favoritos: Olga Tokarczuk y Pascal Quignard.

Por su confusión de géneros, entre la novela, el ensayo y el pensamiento filosófico, Milan Kundera fue durante los años de juventud mi escritor preferido. Por eso termino con la necrológica literaria del año, pues la insoportable levedad de su muerte supuso a la vez la vela de cumpleaños en la fiesta de la novela (y de listas o síntesis como esta) en tanto que fiesta de la insignificancia.

Hermosos: libros de la literatura como exigente lenguaje universal.

Malditas: parálisis jurídicas y políticas para detener la matanza en Palestina.

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