Heredar un castillo puede ser una maldición sin necesidad de que los espíritus se aparezcan por los pasillos, como sucede en el documental de Martín Benchimol, El castillo, estrenado en el 71º Festival de San Sebastián. Justina Olivo, en edad de jubilación, heredó la mansión y las hectáreas aledañas en las que había servido desde que tenía cinco años. El caserón, situado en La Pampa argentina, pasó a ser de su propiedad bajo la condición de que no lo vendiera. El edificio, decadente y desconchado, cuenta con una cantidad de habitaciones desproporcionada para la familia que alberga: Justina, su hija Alexia, varios perros, algunos gatos, una cabrita y un lechón. Un puñado de vacas que pastan a sus anchas les sirven de sustento.
El caserón está repleto de objetos vetustos y obsoletos: frascos vacíos, copas viejas, sillas isabelinas, pomposos juegos de té inutilizados, muebles rancios y pesados cuyo principal cometido parece ser el de perpetuar una presencia señorial y acumular polvo. No es un relato de terror, pero ese sitio sería la peor pesadilla de Marie Kondo, el temible enemigo del feng shui. El pasado se ha apoderado por completo del espacio y sólo deja lugar al deterioro y las humedades. El retrato fotográfico de la anterior propietaria se deja acariciar por el paño respetuoso de Justina, mientras su rostro inmortalizado comprueba con serenidad que todo, y todos, siguen en el lugar que les corresponde.
Se trata de un documental ficcionado o de una ficción documental o como se tenga a bien considerar a esas películas fuertemente arraigadas a un contexto preexistente, a sus lugares y habitantes —caracteres y biografías—, pero que moldean dicho punto de partida con el artificio de la planificación y la elección de un hilo narrativo convenido. Entrando en ese pacto de la docuficción, conoceremos a sus protagonistas con escuetas pinceladas. Justina es una mujer abnegada, leal a la familia que la tomó y fiel a su condición. Alexia es una veinteañera con inquietudes que rechaza el sentido de servidumbre con el que se crio su madre.
Martín Benchimol, que ya había presentado la película en la sección Panorama del último Festival de Berlín, se ha hecho con el Premio Horizontes Latinos en San Sebastián, compitiendo con otras once películas latinoamericanas. Una sección en la que más de la mitad de títulos cuentan también con producción o coproducción argentina. Anteriormente, había dirigido El espanto, una película documental sobre curandería en el medio rural.
El castillo no es una casa encantada, los que sí están encantados son los descendientes de la que fue la dueña, ya que ahora pueden seguir disfrutando del casón los fines de semana sin tener que fregar los platos. Esa herencia es la propia herencia de clase, un regalo envenenado que condena a Justina a seguir siendo la ama de llaves del castillo, aun cuando su señora ya sólo vive en una fotografía. ¿O fue el castillo quien heredó a Justina?
Este artículo ha sido actualizado el 1 de octubre de 2023
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