El lector es mejor persona que el escritor. Preferiríamos que no lo hubieras hecho: ejemplo Bartleby o el escritor como enemigo de la literatura. Elogio del lector, la literatura, vicio vergonzante. Stevenson, el camello. Vicio en Valencia: enganchados delatan a sus dealers.
Se cometieron errores
Ante todo es oportuno mencionar, con el fin de evitarlos, un par de equívocos:
#1 Si la literatura está en peligro o, incluso, si un día de estos va y desaparece, no será por la gente que no lee, sino por la gente que escribe.
#2 Que leer nos hace mejores es, en el mejor de los casos, un acto de fe; en el peor, un disparate.
Con los que no leen, ni fu, ni fa
Sí, existe un malentendido según el cual la amenaza para la literatura proviene de la gente que no lee. Pero, ¿hacen daño a los libros aquellos que no frecuentan las librerías, los reacios a las bibliotecas? No. Si se piensa bien, la gente que no lee no supone, no puede suponer, una amenaza para la literatura. Tal es la distancia que con ella mantienen.
No hablaremos aquí, pues, de los imperturbables ante la relación de Frieda con K. en El Castillo. No hacen daño a nadie. Nada diremos de quienes alcanzaron, en su caso, con los ojos secos las últimas páginas de Bajo el volcán, de quienes exigen finales como reflejos de ésta aquella convención narrativa, de quienes mantienen que Bernhard tendría, para resultar legible, que mejorar su estilo: no tienen la culpa de que El extranjero no se alojara en su cerebro como el metro de barra de hierro en el cráneo de Phineas Gage.
Puede que odien los libros en secreto ¿y qué? ¡ni que fueran Bin Laden! No, a mí la gente que no lee, como aquel título de Beckett, ni fu, ni fa. Es más, si en el futuro se dibuja un peligro para la literatura, éste no vendrá de la gente que no lee. Vendrá de la gente que escribe.
El escritor como amenaza
Sí, el peligro para la literatura proviene de la gente que escribe. Amigo Hype, no hay gente más violenta que los malos poetas (si descontamos al inestable gremio de los falsos artistas contemporáneos). En efecto, hay más poetas que funcionarios, mil artistas en tu ciudad, o, parafraseando a Pablo Miravet, hoy en día, uno debería presumir, sobre todo, de lo que no ha leído. Dicho de una tercera forma: se acumula más basura en los anaqueles de las grandes librerías y en los escaparates de los quioscos del centro de la ciudad que en el despertar de la rave más desfasada.
Todos escriben. Y algunos, es justo decirlo, van a hacer daño. Por ello, hoy, el lector que no escribe es un personaje sumamente raro, de muchas irisaciones, noble y digno de protección.
Persona digna de protección. ¿Qué sucedió para que le ocurrieran las horas leyendo y más tarde su cuerpo reaccionara —con el escalofrío propio del primer pie puesto en la madrugada— ante la tertulia de TVE24h, las memorias de tal o cual ex-presidente, las declaraciones de Sergio Ramos, mujeres y hombres y viceversa?
Leer es un vicio vergonzoso
De acuerdo con el decir ligero de Gombrowiz (frente al pensar pesado de Dubuffet), la literatura tiene que ver con el vicio y la apatrídia (enganche de identificaciones emocionales sin frontera) Leer es un vicio vergonzoso en el que se entra pronto o no se entra. Presenta síndromes de carencia y tolerancia, es por ello que cada vez se exige una dosis mayor, o, dicho de otra forma, se empieza con Julio Verne y se acaba pidiendo a W. G. Sebald.
Hablemos de cómo se contagia el vicio de leer. De aquellos cuyos días han visto cruzar existencias enteras en cuestión de horas, historias que quedan luego, como no es raro que ocurra, no sólo entre lo leído, sino, más bien, entre lo vivido.
El efecto Stevenson
He vagado por Ruzafa preguntando aquí o allá. No me he acercado a los departamentos de filología, ni a los distantes muros de la Universidad. Poetas que, en un número francamente desproporcionado, provienen de una educación excelente, sin embargo la extravagancia, como advirtió Baudelaire, no puede ser fría ni deliberada.
Los primeros en contestarme fueron Joanna y Marcos, de Kowalski Cosas Bellas Artes, etc, la breve pero cuidada selección de títulos, casualmente colocados junto a cuadros, música y material para las bellas artes en este espacio-especial prometía, como así fue, una respuesta interesante. ¿Qué libro contagió vuestro afán por la literatura? Joanna mencionó Janko Muzykant (Janko el Musico) de Henryk Sienkiewicz. Y, dando uno traducido al castellano, Los niños de Bullerbyn de Astrid Lindgren. Marcos, Sobre Heroes y Tumbas de Ernesto Sabato.
Hay un trayecto de la calle Denia que me gusta llamar la “milla de oro de Ruzafa” porque en ella se han instalado estupendos locales: Cosecha Roja, Kowalski Bellas Artes, Espai Tactel, El México de María, Slaughterhouse. Le pregunté a Luis Martínez, de Ruzafa, la librería de viejo, libro antiguo y ocasión. Enseguida señaló a Stefan Zweig, prolífico autor siempre legible (Mendel, el de los libros, Los ojos del hermano eterno); la generación del 98: Unamuno.
Inquirí a Ximo Rochera, de Canibaal, escritor y editor, me contó al instante que él empezó con Verne: (20.000 leguas...) y también con el Melville de Moby Dick, Don Quijote, Crimen y castigo, obra ésta, pensada para entregas (El mesajero ruso) como el frío plan de un curtido traficante de metaanfetamina.
Al atardecer, pasé por Café Malvarrosa Espai Paral-lel, un referente de la mejor tradición literaria en nuestra ciudad, conversé con José Luís Falcó, compre un par de libros de Ferrer Lerín, saludé a Wences Ventura y a Víctor Segrelles pero le pregunté a bocajarro a Toni Moll. Para Moll: Dostoievski, Poe y Camus.
De allí acudí en bici a la fiesta de El Hype y antes de decir ni hola cogí por banda a Edu Reptil, autor de Providence. Tú, que escribes bien, suéltame el nombre del primero de tus dealers: Bram Stoker (Drácula). Me gustó reconocerme, bendita intersubjetividad y honestidad de los jóvenes, en La casa del fin del mundo, de Hope Hodgson, en el círculo de Lovecraft, incluso en que Stephen King tuvo tres obras buenas: It, El resplandor y Salem´s Lot. ¡Oh, si las hubiera firmado Cormac McCarthy!
Llamé a Inma Pérez de Dadá, librería en el MuVIM; a su talento, esta lectora, librera premiada y reconocida, une la rapidez y la generosidad y me dijo que su gusto por la lectura empezó con Charlie y la fabrica de chocolate y Las Brujas, de ahí pasó a Poe y Agatha Christie (misterio, asesinatos, intriga). De adulta, Crimen y castigo y… Hannah Arendt.
A modo de conclusión
No hay conclusión. Quizás resulte posible adivinar con la cientificidad de las profecías apoyadas en la observación atenta del vuelo de los pájaros, las ordalías, el poso del café o el recorrido de un polluelo envevenado, que Dostoieveski (Crimen y castigo) y Allan Poe aparecerían siempre entre los sopechosos habituales del lector de Hype.
Cuán cerca o cuán lejos estamos del fin de la literatura es una pregunta mucho menos importante de lo que la gente estaría dispuesta a aceptar. Stevenson (La isla del tesoro) supo vender tan bien en la puerta del colegio, que ya hay más enganchados en número y fiebre suficiente de los que pudieron soñar Lucrecio, Virgilio, Dante, Tolstoi, Proust o Coetzee con toda su literatura.
Hermosos: Libros de Conrad, Jack London y Stevenson
Malditas: llistas de best sellers navideños
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!