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Eddington, el caos manda

En Cine y Series sábado, 17 de mayo de 2025

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Arthur Stanley Eddington confirmó y transmitió la teoría de la relatividad de Albert Einstein al mundo anglosajón y no deja de resultar paradójico —y quizá deliberado—, que Ari Aster, director de Midsommar, Hereditary y Bo tiene miedo, haya elegido el apellido de este astrofísico y filósofo británico para designar su imaginario pequeño pueblo de Nuevo México, donde transcurre la acción de su última película, estrenada en el 78º Festival de Cannes. Ello se debe a que lo que nos muestra se halla justo en las antípodas de la ciencia y la razón, pues se trata de una larga inmersión en las densas aguas turbias de uno de los momentos más oscuros y amenazantes de los EE.UU.

Eddington cuenta en su reparto, protagonizado por Joaquin Phoenix —que vuelve a colaborar con el director, esta vez como Joe Cross, sheriff del pueblo—, con Emma Stone (su esposa, en el papel más Sissy Spacek de su carrera), Pedro Pascal (Ted García, el alcalde) y Austin Butler (un agitador conspiranoico), quienes tienen pocas oportunidades de brillar, eclipsados por su abrumadora exhibición actoral. El guion del propio director se sitúa en el año 2020, en plena pandemia, y es un pastiche de temas de actualidad, que obtienen un eco complaciente de parte de la audiencia, divertida ante las diatribas del sheriff contra las mascarillas, los videos de bucle de YouTube con toda clase de teorías desinformativas, la integración de los nativos y los negros (incluyendo el asesinato de Georges Floyd), los intereses de la industria tecnológica y la gestión de datos, así como la ridiculización de los jóvenes movilizados por el #BlackLivesMatter o el poder hipnotizador de las redes sociales para difundir bulos.

Eddington

Por supuesto, Aster toma partido en una película que se emborracha de sí misma, para terminar en una orgía tarantiniana, pero también se distancia lo suficiente para mostrar el talón de Aquiles de los bien intencionados y eternamente culpables blancos concienciados, que describe como pasados de rosca, incluso, adoptando actitudes progresistas por conveniencia social y personal.

Darius Khondji fotografía un paisaje permanentemente polvoriento, unos interiores bañados en la escasa luz anaranjada de la casa del sheriff, para acompañar a la perfección el producto estético final, pero el guion de Eddington firma un cheque que no puede pagar y no llega a integrar tanto asunto de una manera coherente y eficaz, llegando a saturar y difuminar los perfiles de sus personajes, que tampoco llegan a funcionar como caricaturas. El humor empapa toda la película, provocando risas fáciles y, muchas veces, culpables, y aunque la acumulación de temas y su errático tratamiento merecían un mejor resultado, al espectador le queda el recital de Phoenix y la esperanza de que el bisturí de Ari Aster vuelva a mostrarse tan afilado como en sus anteriores y celebradas producciones.

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