Entren en su plataforma favorita de música en streaming y echen un vistazo al pantallazo que les sale por defecto. No hay escapatoria. Si la industria del disco ya asumió en su momento que no valía la pena complicarse la vida buscando algo más allá del mínimo común denominador –que en nuestro país, siempre a la vanguardia en consumos culturales, roza la indigencia-, las preclaras mentes pensantes que mueven los hilos tras esas intuitivas aplicaciones multiplataforma ven la realidad que les rodea a través del mismo prisma, cristalino al cien por cien. Que inventen otros. O la versión 3.0 del dicho de Unamuno, vaya.
Que nadie te arruine un buen día, te ayudamos a bucear en un océano de música (nada nuevo: ya a finales de los 90 comenzó aquella saga de cedés de electrónica downtempo llamada Sonidos en agua), lo mejor del indie (con Santi Balmes y su bombín en portada, of course), bohemio como tú y música para cualquier estado de ánimo por el que uno pueda atravesar: esos son algunos de los reclamos que se gasta cualquier aplicación de esas que hacen que las carátulas, los diseños, los créditos de un disco o sus mismos textos parezcan ya reliquias de un pasado muy remoto. En cierto modo lo son, subsumidos en el pujante (pero limitado) culto del comprador de vinilos. Recopilaciones cifradas en transmisión de secuencias que, pese a su envoltorio cool, no difieren mucho de las que proliferaban hace veinte años.
El medio a través del cual consumimos música puede haber cambiado, pero el mar de fondo, sus patrones de consumo, vienen a ser los mismos que cuando los cedés que ilustran este artículo podían encontrarse en las tiendas. Si hace años eran el Bolero Mix, el Máquina Total o Los Pitufos Makineros los que partían la pana, hoy en día hay otros subproductos que demuestran que la pervivencia de ese formato está a prueba de bombas. Y aunque las ventas mermen, esos discos recopilatorios siguen figurando entre las preferencias de nuestros congéneres más próximos. Nuestros vecinos de rellano, la señora que le corta a usted la carne en lonchas en la charcutería de la esquina o el tendero que le vende amablemente el periódico todos los días (bueno, o los domingos, dejémoslo en los domingos). Están todos ahí, aunque no necesiten alardear de sus gustos en facebook o en twitter. Hay otras realidades, sí, y las tenemos mucho más cerca de lo que a veces nos pensamos.
Los dos volúmenes de Mi casa es la tuya (un programa televisivo de entrevistas, si es que alguien aún no lo sabe) figuran ya entre los recopilatorios más vendidos de este 2017. Bertín Osborne elevado poco menos que al rol de prescriptor musical. Los ocho volúmenes ya editados de Mujeres y Hombres y Viceversa (otro espacio televisivo, más veterano e indefinible, si quieren, directamente inenarrable) también lo han tenido relativamente fácil para encaramarse a los primeros puestos de ventas, según datos de Promusicae. Esto debe ser la llegada, por fin, del milenarismo beodo que preconizaba Arrabal hace casi tres décadas.
A mí me gusta cualquier clase de música, desde el flamenquito al funky. Yo no tengo manías, escucho de todo. Yo siempre llevo música en el coche, no podría viajar sin ella, conecto un USB en el que tengo desde clásica a heavy metal. Seguro que habrán escuchado cualquiera de estas frases más de una vez. Y que habrán arqueado la ceja. Pero cada cual establece con la música la relación que le place. Faltaría más. Hay melómanos emperdernidos, gente de una vastísima cultura musical, cuyo carácter puede resultar detestable, maniático o mezquino. Hay bellísimas personas cuya relación con la música es absolutamente accesoria, poco más que un sonsonete con el que acompañar algunas de sus faenas diarias, y a veces ni siquiera eso. No queda nada claro eso de que la música a la que suponemos pulsiones más refinadas, nos tenga que hacer mejores personas. Ni mucho menos.
Así que tampoco se tomen demasiado en serio el titular con el que hemos encabezado este texto. No deja de ser una expresión hecha que, como casi todas, guarda su parte de verdad, pero también su cuota de falacia. Y en cualquier caso, siempre nos quedarán las risas. Con los demás y de los demás, pero también de nosotros mismos. Como rezaba un pie de foto de un viejo editorial de Rockdelux, allá por julio del 93: Estamos en verano, sé tan hortera como necesites.
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