Una década va a cumplirse desde que Ramón Rodríguez inició su proyecto musical más personal: The New Raemon. Este emergió, tras la publicación de L’Antarctica (BCore, 2007), cuando se encontraba en su mejor momento compositivo, al frente de Madee, la banda emocore que ya lideraba.
Diez años después, Rodríguez cosecha un gran repertorio artístico también más allá de la música. Con seis trabajos de larga duración, un recopilatorio y un puñado de EPs, dos cómics (Alfa, Beta, Bronson y Ausencias) y un cuento (Martín Lunallena), la música para la banda sonora del filme La pols y numerosas colaboraciones a sus espaldas (publicó en noviembre un álbum conjunto con McEnroe, Lluvia y Truenos (Subterfuge Records, 2016), el músico catalán está en plena racha. O mejor dicho, nunca ha dejado de estarlo.
El repertorio de The New Raemon, cimentado en la carga emocional y una inmensidad lírica palpable, invoca su propia autenticidad, más allá de quedarse en la zona de confort, musicalmente hablando. Así, desde sus inicios con A propósito de Garfunkel (BCore/Cydonia, 2008), el cantautor y músico de Cabrils nunca ha escondido ser de esos que crean lo que les da la gana, lejos de la senda de la radio fórmula indie de éxito. El folk-pop exquisito de su álbum debut enamoró a muchos que luego tuvieron problemas para digerir el carácter esencialmente pop del segundo LP, La dimensión desconocida (BCore, 2009). Con La libre asociación (BCore, 2011,) consolidaría su canción de autor para presentar en Tinieblas por fin, (Cydonia/Marxophone, 2012) su trabajo más visceral, diferente conceptualmente a los anteriores.
Los giros estilísticos de cada disco han ido ligados a la evolución y madurez del universo de The New Raemon; aunque ello posiblemente le haya hecho acumular algunos detractores garfunkelianos. No obstante, todos ellos se nutren de retazos de vida (amores, desamores, decepciones, amistad, paternidad) a los que Rodríguez, con su visión en ocasiones decadente, da forma de pequeñas historias cotidianas tragicomedias humanas.
Si bien Oh, Rompehielos (BCore, 2015), el último trabajo propio de Ramón y su banda, supuso un compendio de todas las experiencias anteriores y una involuntaria revisión discográfica, ahora con Quema la memoria (BCore, 2017) el repaso deviene intencionado.
Lejos de saciarse, los fieles seguidores de The New Raemon se congratularán al saber que, para celebrar la década, Rodríguez publica Quema la memoria, el libro con todas sus letras acompañadas de ilustraciones de Paula Bonet. Además del recopilatorio homónimo en forma de doble vinilo que incluye una selección personal del cantante de su discografía, sumado a un segundo disco con cinco canciones inéditas, que en su día no vieron la luz por no saber encontrar su lugar, asegura el músico. Para celebrar las diez velas y entender el universo ácido e introspectivo de The New Raemon, EL HYPE selecciona diez canciones de la banda catalana.
#1 La cafetera. Diez años se cumplen de esta apología a la belleza de los pequeños gestos diarios, que abría el primer álbum de The New Raemon y que tendrá una nueva versión en Quema la memoria. La cotidianeidad y el simple disfrute de los momentos nimios siempre ha sido parte del discurso poético del catalán. En esta canción, el domingo aparece como pieza relevante (aspecto que también es reiterativo en el discurso de cantautores como Enric Montefusco, por ejemplo), que teje entre frases decadentes e incertidumbres amorosas.
#2 Elena-na. Disimularé las ganas y te besaré con ganas. El amor correspondido también tiene cabida en el repertorio acre del cantautor. Una canción tan corta como luminosa que contribuye a darle coherencia al sonido acústico-pop de su primer álbum.
#3 Dramón Rodríguez. Mordiente y ácida, el malditismo habitual del cantante se agudiza en este melodrama pop. La influencia de Madee se vuelve palpable y, sin desprenderse de su humor agrio, la banda deja constancia de que sus letras son una bomba de relojería a tomarse en serio.
#4 Sucedáneos. El desamor y la confesión del amor se resumen en la siguiente frase: Si te busco encuentro sólo sucedáneos. Al borde de la depresión posruptura, Rodríguez realiza una declaración de amor tierna, cantada en un tono desencantado y lastimoso, al tiempo que ácido.
#5 Lo bello y lo bestia. La rabia y acritud que desprende esta canción marca el leitmotiv de todo el álbum. En La Libre Asociación, el cantante combina su aterciopelada voz con una banda menos presente y un sonido más eléctrico. Con este experimento, alcanzaba una mayor madurez lírica y proporcionaba claridad a su pop recargado.
#6 Consciente hiperconsciente. Tomar conocimiento de los propios errores es tarea ardua. Ramón juega con su eterna tendencia hacia el melodrama, pero cavando en el psicoanálisis de su realidad vital en tono autoburlesco. Un esfuerzo de autoconocimiento personal que tendrá su continuación en Kill Raemon.
#7 La ofensa. Llena de rabia y también resignación, la letra de La ofensa es de esas que se escriben con los pies en la tierra, es uno de los temas más arriesgados, enmarcado en el tono visceral de Tinieblas, Por Fin.
#8 El Yeti. Entre gestos cotidianos de visión deprimente, este ceremonial tema es ejemplo de lo que un estribillo debe ser. Las catorce veces que se repite el Es mejor no volver a verse es todo un himno a la lógica inexistente de prolongar el desastre sentimental.
#9 Quimera. El cantautor imprime estima en todo lo que hace. Con frases como Negamos la certeza por miedo a involucrarnos, habla del temor al amor, convirtiéndose muy posiblemente en la canción más brillante sobre la cobardía y, por ende, la imposibilidad del amor escrita en español en los últimos años.
#10 Que tinguem sort. Las versiones constituyen también una parte respetable del repertorio total del cantante que no debe pasar inadvertido. Siempre a modo de apéndice, el músico de Cabrils utiliza éxitos de otros para equilibrar su discurso y atreverse a abordar más directamente el desamor, el destino, la rabia y otras cuestiones más tiernas. Desde Manos de Topo, Mishima, Maga, Charades, Pau Vallvé, Love of Lesbian o la popular Te debo un baile de Nueva Vulcano. Pero Rodríguez, con Que tinguem sort, convierte este canto a la esperanza en una lema más dulce y emotivo, si cabe, que el propio maestro Llach.
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