El desafío nos devuelve al mejor Robert Zemeckis, aquel capaz de hacernos soñar tan solo con un plano bien ejecutado y unas notas musicales puestas en el lugar preciso. Su regreso debería encendernos de alegría a todos.
Hay varias cosas que El desafío (The walk, 2015, Robert Zemeckis) no es, y que sin embargo sí es. Para empezar, no es un cuento. No hay nada de fantástico en ella. Pero sí es un cuento, y lo es desde el minuto cero: lo primero que vemos de la película, después del logo de la productora y el título, es a Philippe Petit (extraordinario Joseph Gordon-Levitt) rodeado de nubes y hablando directamente a cámara. A nosotros. Nos va a contar su historia. Y lo va a hacer encaramado en un monumento muy reconocible (a media películaZemeckis abre el plano y nos lo revela), interrumpiendo en numerosas ocasiones el relato para que no olvidemos, para que nunca olvidemos, que en realidad nos están contando un cuento.
No es el único elemento que apunta hacia el cuento como valor esencial de la película. La extraordinaria, pero lo digo en serio, extraordinaria música de Alan Silvestri es una delicada sinfonía de reverberaciones etéreas, livianas, que proyecta inmediatamente imágenes de fábulas y de historias maravillosas de dreams come true.
El desafío tampoco es un thriller, no hay tiros, no hay persecuciones, no hay malos y buenos, ni detectives, ni policías (bueno, alguno hay al final, pero su presencia es anecdótica). No hay nada, ni una sombra de algo que remotamente pueda parecer un film de acción, o de suspense. Y sin embargo sí que es un thriller, porque para contarnos una historia que nada tiene que ver con el género policíaco, la película se disfraza de policíaco en versión heist, solo que en vez de atracar un banco los protagonistas deben atracar a las Torres Gemelas de Nueva York en el año 1974. Así pues, la narración adopta formas de thriller y nos encontramos con un golpe narrado de manera totalmente ortodoxa: hay una banda, esa banda tiene un líder, ese líder tiene una chica, hay un plan, hay una preparación exhaustiva del plan, y hay una ejecución del plan que, por supuesto, se pone en marcha al margen de la ley.
El desafío no es un homenaje a las Torres Gemelas de Nueva York. No hay ni rastro de ese patriotismo tan caro a los estadounidenses cuando se trata de ofrecer sus respetos a la trágica desaparición del World Trade Center. De hecho, no hay absolutamente ninguna referencia al 11-S. Ni un plano. Ni una imagen. Ni un detalle. Nada. Y sin embargo, sí que es un homenaje a las Torres Gemelas. Petit es el catalizador de ese homenaje: desde el primer momento que las ve, se enamora de ellas. Lo primero que hace al estar delante de ellas es tocarlas con admiración, apoyando la barbilla y mirando hacia arriba, hacia las nubes. Cada plano en el que salen es una carta de amor a su imponente figura, a su acero, a su osada altitud. No en vano, la película al final nos revela sus intenciones al explicarnos que las Torres Gemelas eran dos edificios que desagradaban a los neoyorquinos hasta que Petit caminó entre ellas suspendido en un cable: Quizás tú les has otorgado la vida, les has dado un alma.
El desafío no es una película “de efectos especiales”. No hay aquí un gran aparato visual de esos que aturden los sentidos. Sin embargo, sí que es una película de efectos especiales. Lo que ocurre es que no hace pornografía de ellos, sino que los integra perfectamente en la narración y los utiliza con fines expresivos. En este sentido, toda la parte final del paseo por el cable es de una belleza plástica apabullante, y lo es gracias a los efectos especiales que permiten a Zemeckis planos vertiginosos, celestiales, imposibles de conseguir sin la ayuda de los F/X. No soy yo precisamente muy amigo del 3D, pero lo digo en serio: esta vez sí que merece la pena pagar un poquito más y soportar las gafas. El efecto conseguido con las tres dimensiones es epatante, hermoso, muy pero que muy lejos de la atracción de feria a la que Hollywood nos tiene acostumbrados al usar este formato. Sin duda, el 3D se inventó para películas como esta.
Por último, pero no menos importante, El desafío no es la mejor película de Robert Zemeckis. No puede serlo cuando estamos hablando de alguien que tiene en su filmografía obras fundamentales para entender el cine moderno, como Regreso al futuro (Back to the Future, 1985), películas de una maravillosa actitud entertainer como Tras el corazón verde(Romancing the Stone, 1984), o películas pioneras en el uso de los efectos especiales como¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988). Pero, en realidad, sí que es la mejor película de Robert Zemeckis, lo es desde luego en lo que llevamos de siglo. Y me atrevería a decir, incluso, que es su mejor película desde Regreso al futuro II (Back to the future Part II, 1989). Por eso debemos estar infinitamente agradecidos a El desafío, porque nos ha devuelto al mejor Zemeckis, a aquel capaz de emocionarnos con su fluidez narrativa y con su caligrafía simple y nada petulante, pero al mismo tiempo terriblemente efectiva (el plano de los pies de Petit al principio del paseo es de una elegancia y una expresividad formal fuera de toda discusión).
El desafío, seguro, pero seguro, no es un regalo de Navidad. De hecho, en Estados Unidos se estrenó hace meses. Sin embargo, se podrá comprar allí en Blu-ray el 5 de enero, aún en Navidad. Y en España se estrena justo el 25 de diciembre. Así que sí, es un regalo de Navidad. Y uno de los mejores. Háganselo. No se arrepentirán.
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