Más que una diva, Alicia Alonso es la matriarca del ballet cubano. A los 93 años, esta enérgica mujer sigue dirigiendo la vida artística del Ballet Nacional de Cuba, una formación que ha hecho de la dificultad virtud.
Estos días, los 46 bailarines y un numeroso equipo artístico y de producción del Ballet Nacional de Cuba, vuelven a los Teatros del Canal de Madrid, donde ofrecerán algunas de las más famosas piezas de su repertorio: El lago de los cisnes (del 16 al 20, con vestuario de Francis Montesinos), Carmen, Las Sílfides y Celeste (del 23 al 27) y Don Quijote (del 30 de septiembre al 4 de octubre).
La gira española, que también les llevará por ciudades como Bilbao, Oviedo o Barcelona, está comandada por la propia Alicia Alonso, quien dirige ensayos y acude a las funciones pese a su frágil salud de hierro.
De carácter extrovertido y guasón, su misión de embajadora de la cultura cubana ha hecho que mucho se conozca de la última diva del ballet. Accesible siempre para entrevistas, charlas, encuentros o cualquier acto público donde hablar de danza, Alonso personifica aquellos tiempos en que ser prima ballerina equivalía a ser una estrella mundial. Con centenares de reconocimientos nacionales e internacionales, es una figura clave del ballet.
Contaba Alonso, divertida, en una entrevista, que cuando comenzó a triunfar en Nueva York hubo quien le afeaba su toque latino al bailar y que incluso le propusieron cambiarse el nombre artístico por algo así como Alonsova para rusificarlo e ir desterrando su cubanidad. Muy al contrario, ella cogió la idiosincrasia isleña para, pasada por el tamiz de su experiencia y conocimientos, hacer con ella una escuela única, conocida como la escuela cubana de ballet y dotar al BNC de una reconocible personalidad.
Dani Hernández es, a sus 26 años, primer bailarín de la compañía. Define para EL HYPE el estilo que ha hecho mítica a esta rama balletística: “Hemos cogido un poco de la escuela inglesa, de la rusa y de la francesa y lo hemos transformado con nuestra sensibilidad, aportando la gestualidad, las miradas, la interpretación. En el caso masculino, se trata de representar cada escena con dignidad y equilibrio sin ser ni tosco ni manierista”.
Ese estilo, basado en una portentosa técnica unida al sello aéreo de sus interpretaciones, es un auténtico fenómeno en su propio país, donde las habituales representaciones en el Gran Teatro de la Habana (que desde septiembre de este mismo año añade a su nombre el de Alicia Alonso) o en el Teatro Nacional, no solo consiguen llenar palcos y platea, también el público llena escaleras y todos los rincones posibles para participar del delirio colectivo que estalla cuando los fouettés y jetés inundan el escenario.
Acudir a una representación del BNC es ser testigo de un fervor torrencial entre unos seguidores que son fiel legión. Los atronadores y continuos aplausos demuestran la sangre caliente de personas educadas para ser público y apreciar la belleza de un lenguaje que queda ya antiguo ante muchos ojos. Hernández, que interpreta papeles tan relevantes como el del Príncipe Sigfrido en El Lago, reconoce que el neoclásico y el contemporáneo han quitado espacio al lenguaje clásico en los teatros pero, apostilla, “los clásicos pervivirán en todos los géneros del arte precisamente por serlo. Los tutús, las historias de amor, la pasión que se transmite desde el escenario, la atmósfera que se crea, la historia contada con el cuerpo, eso permanecerá porque es universal”.
El mismo Fidel Castro ha acudido en varias ocasiones a las galas de apertura o clausura del Festival Internacional de La Habana, donde puntualmente se rinde tributo a Alicia Alonso y su legado.
De raíces españolas, el abuelo de Alonso fue un santanderino que emigró a Cuba, sus comienzos fueron con el baile español de muy niña. Continuó formándose en clásico en Cuba y EE.UU., donde ya casi en los años 40 comenzó su carrera profesional en musicales de Broadway antes de pasar a compañías de nivel y recalar finalmente en el American Ballet Theatre. Allí trabajó con los grandes, George Balanchine, Mijail Fokin, Leonide Massine, Bronislava Nijinska o Antony Tudor, asumiendo los principales roles del repertorio clásico y romántico y fue el personaje de Giselle el que la consagró definitivamente.
Pero sus raíces cubanas fueron más fuertes que las promesas yanquis. Pese a que en un principio alternó la dirección del ballet Alicia Alonso en Cuba y sus giras internacionales, fue en 1959 cuando, gracias al apoyo explícito de Castro, se inició su gran proyecto de tener una escuela y una compañía que elevaran el ballet a la categoría que merecía.
Operada de la vista a los veinte años y con dificultades de visión desde entonces –lo que no le ha impedido seguir bailando hasta bien entrada en años, dirigir ensayos y crear coreografías-, Alicia Alonso ha seguido toda su vida el camino que se marcó hace ya más de seis décadas, convertir el ballet cubano en referente mundial. Mientras trabajaba en esto, ella se ha ido convirtiendo en un mito viviente.
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