Lo saben todo sobre nosotros o, como mínimo, pueden saberlo con tan sólo un clic de ratón. Citizenfour, el documental sobre el llamado “caso Snowden”, se alzó recientemente con el Oscar a la mejor película documental.
Quizá ustedes tengan ya una ligera idea de quien es Edward Snowden: en mayo de 2013, este joven exanalista de la CIA, que en ese momento estaba empleado por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) norteamericana, se ausentó de su puesto de trabajo para encerrarse durante cinco días en un hotel de Hong Kong. Allí recibió a tres periodistas, entre ellos la documentalista Laura Poitras, directora de Citizenfour, y les reveló informaciones de alto secreto que detallaban como la NSA, sin control judicial ni discriminación alguna, invadía e invade la privacidad del grueso de la ciudadanía norteamericana, a través de teléfonos móviles y demás servicios de comunicación y consumo vinculados a Internet.
El eje central del documental de Poitras son esos cinco días en Hong Kong. Asistimos, en tiempo real, a lo que los medios bautizaron como el “caso Snowden”. En el espacio impersonal de una habitación de hotel, la dicción serena y precisa del exanalista de la CIA se contrapone a la tensión creciente. A medida que los periodistas filtran las informaciones, la maquinaria empieza a agitar sus tentáculos. La red bulle de indignación y deseo de saber más. El gobierno de los Estados Unidos acusa a Snowden de espionaje. Su novia es interrogada sobre su paradero. Con el paso de los días, esa habitación de hotel se hará cada vez más pequeña y sofocante, y cada llamada telefónica tendrá algo de amenaza.
Citizenfour adopta una narrativa limpia y transparente. Su autora empieza poniéndonos en antecedentes de forma clara y ordenada; el documental se encierra a continuación en Hong Kong, y luego se nos muestran algunas de las repercusiones del asunto. Poitras planta su cámara frente a algunas de las instalaciones gubernamentales que recogen y procesan la información, con la distancia del que sabe que no le van a dejar acercarse más. Habrá un momento en el que, dado que toda comunicación que se sirva de canales digitales puede ser intervenida, veremos como se escriben notas en trozos de papel que luego son destruidos.
Aunque encontré su último tramo redundante por momentos, tengo poco que objetar a una película que sabe lo que quiere contar y lo hace bien. Tan sólo me queda una especie de sensación amarga, entre el escepticismo y la impotencia. Pienso que si nuestro mundo fuera un relato de Philip K. Dick (que no lo es aunque a veces se le parece mucho), sería totalmente lógico que este documental se alzara con un Oscar y con toda esa vorágine de premios que ha recibido. Aquí todo el mundo está comprado ya, y por más que nos indignemos y recomendemos la película y nos sintamos vigilados en nuestra pequeña parcela de mundo, nos van a seguir espiando y controlando, cada vez más. Hasta que sean más, muchas más, las personas que, como Snowden, den un paso al frente, arriesgando su integridad personal, para poner en cuestión el estado de las cosas.
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