Podrá seguir generando aversiones por su masificación, por sus precios, por la distancia abrumadora entre sus escenarios o por todo lo que pueda tener de símbolo de esa festivalización de la cultura que camina de la mano de la propia gentrificación de ciudades ya de por sí inabordables –para un salario medio– como es la misma Barcelona, pero el Primavera Sound lleva años convertido por derecho propio en uno de los termómetros más fiables si se trata de estimar la temperatura del pop internacional en sus más recientes mutaciones y tendencias. Desde aquí resumimos cinco formas de encarar el festival, siempre y cuando el fear of missing out (el temido FOMO), esa pesadilla para los más ansias, no le impida a nadie trazarse un itinerario propio que resulte razonable.
#1 La nueva normalidad
Puede llamar la atención que se hayan invertido los grandes caracteres: si antes eran los grupos de rock de guitarras, ahora son propuestas “urbanas”, con especial protagonismo este año para ese reggaeton que parecía confinado a otras citas (pero que en manos de J Balvin conjuga lo popular con lo intrincado) quienes copan los puestos nobles del cartel.
En realidad, nadie debería rasgarse las vestiduras: el hip hop, el r’n’b, la electrónica y hasta (últimamente) el trap llevan formando parte esencial del festival desde hace años. Y no puede decirse que las guitarras eléctricas hayan desaparecido de su cartel. Pero en este país nadie se lee la letra pequeña de los festivales. Al igual que nadie se lee los programas electorales ni las cláusulas de los contratos que firma. En cualquier caso, tanto la actuación del músico colombiano como la de Rosalía –ambas el sábado– tendrán un gran carácter simbólico. Es inevitable.
#2 La barrera entre el mainstream y en indie se difumina
Lo prueban las actuaciones de Carly Rae Jepsen, Charli XCX, Christine and The Queens, Robyn o Miley Cyrus. Esta última fue determinante, contra todo pronóstico, para que los últimos Flaming Lips renovasen su fórmula de alucinada lisergia. Hace tiempo que las producciones abigarradas no son patrimonio de la independencia y que lo convencional tampoco es necesariamente santo y seña del mainstream.
Se puede provenir de un talent show o de la factoría Disney y llegar a forjarse una carrera sólida. No ha lugar a que nadie vea en este festival ya un bastión de una cierta integridad indie. Ni falta que le hace. Principalmente, porque es el propio término el que quizá ya no tenga sentido. El indie son los padres. Hace ya tiempo.
#3 La resistente armada noventera
Para quienes sí puede retener la palabra indie un significado mollar, al menos desde el punto de vista estético, es para toda la pléyade de músicos surgidos del circuito independiente yanqui –y también, algo menos, del británico– de los años noventa que pisarán los escenarios del Fórum. Al igual que para sus relevos naturales, mayoritariamente femeninos.
Puede que Guided By Voices, Stephen Malkmus, Jawbreaker, Low, Built To Spill, Primal Scream, Stereolab o Suede hubieran sido lógicos cabezas de cartel hace tres lustros y ahora ya no estén en condiciones de serlo, pero su nutrida presencia demuestra que aquel sustrato retiene una notabilísima clientela. Tampoco es moco de pavo que en un mismo recinto coincidan Liz Phair, epítome del indie rock femenino (y feminista) de los noventa y la plana mayor de sus legatarias: Soccer Mommy, Snail Mail, Lucy Dacus, Courtney Barnett o Julien Baker. Palabras muy mayores.
#4 Paridad sin estruendo
Mientras en los últimos años emergían festivales exclusivamente femeninos, y a las citas tradicionales (sobre todo, las más tradicionales en lo sonoro) empezaban a pitarles los oídos por su irrelevante presencia femenina, el Primavera Sound ya se acercaba a la paridad de género sin sacar demasiado pecho. La tendencia ha ido en alza, pero no lo ha hecho por ceñirse oportunistamente a cuotas de dudosa eficacia, sino como reflejo de una pujanza que se impone con rotunda tozudez en los últimos años: no hay más que echar un vistazo a los resúmenes anuales de las publicaciones del ramo, sobre todo en el plano internacional.
Solange, Kate Tempest, Tirzah, Neneh Cherry, Róisín Murphy, Janelle Monáe o Kali Uchis, entre muchas otras, son reclamos de primera magnitud en cualquier line up festivalero que se precie, sin necesidad de verse sujetas a paternalismo alguno.
#5 Producto autóctono
Los músicos locales son siempre los grandes damnificados en citas tan pantagruélicas: ¿quién se va a desvelar por ir a ver a una banda española –a la que se puede ver en cualquiera de nuestras grandes ciudades el resto del año en el circuito de salas– cuando su actuación coincide con esa luminaria foránea que solo se acerca a nuestro país de uvas a peras?
La reflexión es lógica. Pero choca con la realidad, porque algunos de esos nombres autóctonos sustentan prestaciones que tienen poco que envidiar a quienes llegan de muy lejos. Más allá del huracán Rosalía, hay que decir que Lisäbo, Elena Setién, Lidia Damunt, Pavvla o Alondra Bentley merecen toda la atención.
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