Situémonos. Verano de 1989. Margaret Thatcher aún gobierna con pulso inflexible el Reino Unido. El Arsenal acaba de ganar, en el último suspiro, su primera liga de fútbol en casi veinte años. El telón de acero no se ha rasgado definitivamente. La juventud china reclama apertura política y se encuentra con una masacre en Tiananmen. El fenómeno rave vive su segundo verano de apogeo. Y mientras, las listas de éxitos inglesas son conquistadas por Kylie Minogue, Jason Donovan y demás productos de la factoría de Stock, Aitken & Waterman. Y por Bros, claro. Los omnipresentes Bros. Las grandes bandas de rock, en el extremo opuesto, destilan una impostada trascendencia. Aún no ha llegado su relevo generacional. Y Pet Shop Boys, quienes llevan casi un lustro convertidos en un inusual fenómeno comercial en medio mundo, se preparan para la primera gira de su historia. Un directo que no podía, de ningún modo, ser como los demás. Debía ser espectacular, pero a su manera.
Con esas premisas viajó el periodista Chris Heath (Evensham, Reino Unido, 1963) a Japón en junio y julio de 1989. Y luego también a Gran Bretaña, donde continuó el tour. Heath contaba con muchos puntos a favor: había sido compañero de Neil Tennant en la redacción de la revista Smash Hits, cuando este ejercía el periodismo musical. Era buen amigo de Pet Shop Boys. Lo sigue siendo, más de tres décadas después. No ha perdido el contacto con ellos. Se sumergió a fondo en todos y cada uno de los momentos de la que era la primera gira del dúo, y lo plasmó en un libro tan inusual (para la época) como fascinante, incluso treinta años después: Pet Shop Boys. Literalmente, publicado originalmente en 1990 y ahora traducido al castellano y editado por Contra. Con toda seguridad, es el libro que mejor explica la particularísima idiosincrasia de una de las factorías pop más deslumbrantes de la historia.
Llamo por teléfono a Chris Heath, quien me atiende desde su domicilio en Brooklyn, al otro lado del océano, donde desarrolla en los últimos años su trabajo como periodista en publicaciones como la edición norteamericana de GQ. Me insufla cierta piedad cristiana hablar con alguien sobre un libro que escribió hace treinta años, por el ejercicio de memoria al que me veo obligado a someter al entrevistado. Pero Heath se muestra encantadísimo de que su libro se haya traducido, por fin, al castellano, y el haber redactado un epílogo para esta edición española le ha hecho refrescar muy bien la memoria.
Solo tenías 26 años cuando te fuiste de gira con los Pet Shop Boys a Japón, en el primer tour de su historia, con acceso a todas y cada una de las zonas de backstage y camerinos, y a todo el entorno del grupo. No me puedo ni imaginar lo que debió ser eso para un periodista musical a esa edad.
Se dieron una serie de circunstancias. Intentaré explicarlo, porque no es fácil. En los años ochenta, todos los grupos llevaban algún fotógrafo de gira. Era todo muy diferente, los músicos querían tener control total sobre sus fotos. Los Pet Shop Boys lo querían hacer todo de un modo distinto a como lo hacían la mayoría, y creo que pensaron ¡vamos a llevar a un periodista, en lugar de un fotógrafo!. Ese fue el impulso inicial. Y como había trabajado ya con Neil (Tennant), y nos llevábamos muy bien desde hacía tiempo, me propuso ir con ellos con la idea de hacer algo parecido a un libro. También llevaban fotógrafo, la verdad, así que la idea en un principio era que fuera un libro con imágenes, aunque no llegamos a concretarlo. El caso es que supe, de inmediato, que era la oportunidad de hacer el tipo de libro que quería escribir, y que no tenía nada que ver con los libros musicales que se publicaban entonces. Era sumergirme en la gira con todo detalle, saber lo que ocurría día a día y minuto a minuto, y reflejarlo de un modo particular. No me despegaba de ellos. Cuando lo tuve terminado y les mostré el resultado, ellos estaban algo horrorizados pero al mismo tiempo complacidos.
De hecho, en el epílogo que has escrito para esta edición española, recuerdas que la primera crítica que recibió el libro fue muy negativa, escrita por Dave Haslam para The Face. Como si no hubiera entendido tu intención.
Terrible, sí (risas). Lo que hice era inusual, porque entonces había dos tipos de libros sobre música, simplificando un poco: los que eran de análisis, inteligente y sesudo, y luego los que parecían un producto más de merchandising de los músicos, que les hacían la pelota descaradamente, porque eran retratos cosméticos y superficiales de las estrellas del pop. Lo que hice no era ni una cosa ni la otra. Esa crítica en The Face confundió a mucha gente, y revelaba que entendía que los detalles que yo plasmaba en el libro eran cosméticos, cuando lo que intenté hacer, y esa es la reputación que se ganó con los años, era escribir un libro que tuviera un detalle de observación profunda, y un análisis que fuera mucho más allá de todo eso. Más allá de cualquier anécdota. Como cuando escribes una novela. La mayoría de novelas te cuentan todo lo que está ocurriendo, aunque tengas claro que lo realmente importante no son solo esos pequeños detalles. Era fácil malinterpretarlo. Y creo que Dave Haslam simplemente lo tomó como una lista de las cosas que la gente comía en aquella gira. Lo que no dejaba de ser un poco insultante.
Hace años que tenemos la idea absolutamente asentada de los Pet Shop Boys como un proyecto de directo. Giran con cada nuevo disco. Han actuado decenas de veces en la mayoría de países europeos. Pero en 1989 llevaban cuatro años en los más alto de las listas de éxitos y ni siquiera habían ofrecido un solo concierto. Era un desafío para ellos. ¿Crees que por eso lo quisieron afrontar lejos del Reino Unido, para escapar a la presión?
Creo que había algo de eso. Y que había razones prácticas, económicamente. Les apetecía empezar lejos. Llevaban tiempo hablando de hacer conciertos distintos a los que todo el mundo hacía, y eso suponía una presión. No leí mi libro inmediatamente después de publicarse. Es gracioso, porque le eché in vistazo hace un par de años para una reedición que iban a hacer en Reino Unido, y entonces me vino a la cabeza de golpe lo precario que era todo entonces. Ahora es fácil pensar en los Pet Shop Boys como un ente estable, duradero y todo eso que la gente piensa sobre ellos, pero en 1989 solo llevaban en activo unos pocos años, aunque ya habían publicado algunos grandes discos. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que tendrían una carrera de más de 30 años. Ni en pintura. Y cuando la gira regresa al Reino Unido, a mitad del libro, no son ni de lejos la mayor atracción en directo del mundo: están pasándolas canutas para vender las entradas de sus conciertos, muchos de ellos no agotaban el papel, ni por asomo. Creo que la gente no es consciente de lo excitante que era aquel momento, culturalmente. Era estresante, como una batalla.
La de Neil y Chris siempre ha sido una alianza muy saludable.
De hecho, ellos llegan a decir que les encanta el público japonés porque, a diferencia del europeo, no necesita entender lo que tiene delante para reaccionar con entusiasmo.
Sí, pero no sé cómo de importante es esa reflexión. Puede que fuera una observación puntual, hay muchas así en el libro. El público japonés es muy intenso y comprometido. Era como una mezcla de entusiasmo y de timidez, al mismo tiempo. Difícil de entender para músicos ingleses o norteamericanos. Un par de años después de estar con Pet Shop Boys fui a Japón a ver a Michael Jackson y recuerdo que la gente salía del recinto guardando fila escrupulosamente. En orden (risas). Es complicado de imaginar en Europa.
Sí, también os sorprendíais de que los fans japoneses y japonesas no llegaran a los conciertos hasta diez minutos antes de empezar, como si lo de aguardar durante horas a que se abran las puertas no casara con su cultura.
Exacto. Ahora estamos más acostumbrados a estas cosas porque todo el mundo está mucho más cerca de cualquiera de nosotros. Si tienes curiosidad por algo, lo puedes googlear y tenerlo en diez segundos o buscar un video en Youtube, pero todo eso era muy extraño a finales de los ochenta y principios de los noventa, todas estas cosas eran descubrimientos y todos estábamos aún descubriendo cómo era el público en Japón, entre muchas otras cosas. Y eso era emocionante.
En su momento no lo veía así, pero leyendo el libro y echando la vista atrás, tengo la sensación de que Pet Shop Boys se consideraban a sí mismos entre dos polos opuestos: el de la vieja guardia del rock y su vieja vieja liturgia, que además se veía envuelta en la fiebre humanitaria (Band Aid en 1984, Live Aid en 1985, gira de Amnistía Internacional en 1988 o Simple Minds pidiendo la liberación de Mandela en 1989), por un lado, y el de las producciones ligeras e intrascendentes— thatcherianas, las llega a llamar Neil Tennant, por su despreocupado materialismo— de Stock, Aitken & Waterman: Kylie Minogue, Sonia, Sinitta, Jason Donovan o Rick Astley. Es como si ellos se vieran en medio, en tierra de nadie.
Es una reflexión interesante. Yo lo veo más como una superposición de cosas, una narrativa algo más complicada. Recuerdo estar en el estudio de Stock, Aitken & Waterman, un fin de semana, mientras grababan una versión horrorosa del “Let It Be” de los Beatles con fines humanitarios, con un elenco de sus estrellas. Band Aid y Live Aid acercaron la cultura pop a la caridad, pero luego hubo como una capa de olvido aquel periodo. Porque hubiera sido muy clarificador saber cómo de sincero era el compromiso humanitario de muchos de ellos. Puede que la gira de Amnistía Internacional sí albergara un compromiso más acentuado, pero volviendo a los Pet Shop Boys, ellos se sentían incómodos con esa idea de la caridad. Sobre todo, porque consideraban que era una forma de promocionarse a sí mismos, para mucha gente. La mayoría lo hacían para proclamar lo buenas personas que eran. Ellos no sentían ese impulso, en absoluto.
Más que por la idea de la caridad y el compromiso humanitario, que puede que no me haya explicado bien del todo, lo decía por la distancia entre ese rock que se tomaba demasiado en serio a sí mismo y ese pop abiertamente comercial que era todo lo contrario. Creo que Pet Shop Boys tomaban de los primeros, en cierto, modo, unas letras que sí mostraban un compromiso inteligente, a su manera, y de los segundos tomaban la apariencia de entretenimiento ligero, de banalidad solo aparente. No sé si lo ves así.
Entiendo lo que dices. Puede ser que tomaran cosas de ambos mundos. Pero no creo que ellos lo vieran así. A ver, tampoco me siento del todo cómodo hablando en su nombre, pero creo que a ellos les desgradaba la pomposidad de ambos tipos de música. Pero también valoraban los méritos que había en ambas. Podían estar encantados con algún single de la factoría de Stock, Aitken & Waterman, pero también podía gustarles algo de U2, puntualmente, aunque no les gustara nada la forma en la que U2 se presentaban ante el mundo, que les solía parecer ridícula.
Es curioso cómo el libro está salpicado de comentarios escépticos, jocosos e incluso sarcásticos de Neil y Chris hacia sus fans, y al mismo tiempo ambos se tomaban la molestia de contestar a todas y cada una de las cartas que recibían a través de su club de fans, algo que tampoco todo el mundo hace.
Uno de los trazos distintivos del libro, de un modo gracioso, creo que es que, al estar yo presente a todas horas, recojo toda una colección de reflexiones contradictorias sobre sus seguidores, que creo que serían compartidas por muchos de los músicos que tienen fans, pero nadie toma nota de ellas y nadie las publica, obviamente, porque tampoco les gustaría que esas opiniones se vieran reflejadas públicamente. Fueron muy honestos en este sentido, y se nota. Yo he entrevistado a muchos artistas, y cuando rascas un poco te das cuenta de que la mayoría tienen una relación complicada con sus fans. A cierto nivel, la mayoría les veneran y se dan cuenta de lo esenciales que son para su trabajo, y se preocupan del feedback que tienen con ellos, pero al mismo tiempo sienten que los fans son un completo enigma para ellos. Pueden ser imprevisibles, irritables, exigentes, no responder de la forma en que crees que deberían… todos los artistas te dirán que les encantan sus fans, pero en el fondo no deja de ser una relación tan interesante como complicada.
¿Crees que la clave para el éxito y la longevidad de Pet Shop Boys fue siempre lo complementarios que eran los caracteres de Neil y Chris?
Creo que lo son, pero de una forma cambiante en el tiempo. Pero la clave real ya no es que sean complementarios, sino que se interesan por lo que hace el otro y se alimentan creativamente. Si tuviéramos una charla ahora con ambos, estarían emocionados hablando de todo tipo de cosas. No de la misma manera que hace treinta años, porque todas las personas cambiamos, pero sí con el mismo espíritu. Es muy difícil describir su relación, pero creo que ambos mantienen un interés genuino en lo que hace el otro. El mundo está lleno de alianzas creativas a las que ves, tras diez, veinte o treinta años en la carretera, lo mucho que les cuesta, sinceramente hablando, mantener la nave en marcha. Que necesitan seguir, pero acumulan ya muchos factores en contra. Que no encuentran ni la familiaridad ni la inspiración en el otro. Pero la de Neil y Chris siempre ha sido una alianza muy saludable.
De entre todos los personajes secundarios, podíamos decir, que pululan por el libro (músicos como Courtney Pine, el tour manager, los roadies, los bailarines, la gente del sello), ¿hubo alguno que te impresionara especialmente?
No hay alguien en particular. En el epílogo que he escrito ahora ya dije que era un poco temerario cuando escribí el libro. Todo el mundo me miraba con cierto recelo, como el hombre del libro, pero era muy resuelto a la hora de transmitir con honestidad y sin tapujos lo que había alrededor de los Pet Shop Boys. No sé si ahora sería capaz: me preocupo más por cómo se siente la gente. Simplemente pensaba que no debía ocultar nada. Creo que a la mayoría de la gente le gustará la forma en la que su vida se vio reflejada, aunque no estaba buscando eso, simplemente estaba contando una historia.
El texto es muy transparente, y recoges el testimonio de gente que te decía que no quería que tal o cual frase suya saliera en el libro. Incluso Neil y Chris te hicieron recortar algunas cosas, lo cual siempre es un engorro para el escritor. ¿No pensabas que habría quien se enfadaría?
Bueno, yo entonces tenía 26 años, y ni pensaba en ello. De verdad. No al menos como lo haría hoy. Esa es la verdad. Tampoco creo que nadie saliera especialmente malparado por lo que escribí, no hay una imagen terrible de nadie. Hay quien se sorprendió, de todos modos, por la imagen personal que de sí mismos proyectaba el libro. En cierto modo, yo estoy a ambos lados de esta problemática, porque sé que hoy lo hubiera escrito de un modo distinto, pero estoy secretamente contento de haberlo hecho así entonces, porque eso le daba una pureza especial. Neil y Chris se comportaron de un modo muy comprometido, tampoco se lo tomaron a la tremenda. Solo hubo un par de cosas que quisieron eliminar porque suponían una ofensa sin sentido hacia alguien, cosas que no son realmente interesantes.
¿Cuál crees que fue la aportación de Pet Shop Boys a la industria del directo, en un momento en el cual Michael Jackson o Madonna estaban redefiniendo el concepto de concierto pop masivo?
Nunca he pensado mucho en ello, porque siempre pensé que vivían en su propio universo. Seguro que tuvieron alguna influencia. Pero no sé hasta dónde. Obviamente, era una presentación en directo más teatral, pero no sabría como acreditar su influencia en las últimas décadas. ¿Tú ves algo que específicamente venga de ellos escénicamente?
Bueno, lo que sí veo es que era muy inusual que entonces una banda de pop citara los musicales de Broadway o el gran cancionero americano como fuentes de inspiración, y que además lo hicieran con un espectáculo muy dinámico en el que ellos dos, precisamente, permanecían muy estáticos. Era lo opuesto al concepto aeróbico de muchas estrellas.
Creo que lo que hicieron fue rompedor. No me queda claro cuál fue su influencia en el tiempo, pero fue rompedor. Sin duda.
Al principio del libro cuentas cómo, en una rueda de prensa, un periodista de Liverpool la toma con ellos y les acusa de creerse demasiado listos, muy por encima del público medio. Como si fueran los autores de un chiste privado que solo ellos pueden entender, al parecer. Más adelante, Neil confiesa, irónicamente, ser unos snobs que odian a todo el mundo, a quienes no les gusta la música que les gusta a los demás, que no se enteran de nada. ¿Crees que ellos se sentían un poco incomprendidos por parte del público y de la prensa?
Creo que ellos estaban acostumbrados a ser malinterpretados, porque eso es algo que siempre ocurre cuando haces algo diferente, pero al mismo tiempo ocurre todo lo contrario: lo haces porque asumes que esa gente que está en el público, el mismo público del que tú formabas parte unos años antes, va a vivir la experiencia más mágica e inolvidable que nunca haya visto sobre un escenario. Los críticos te pueden malinterpretar, y la gente de la industria del rock te puede malinterpretar también, pero al mismo tiempo tienes la fe de que si haces algo especial, mucha gente sí lo va a entender. Creo que ellos siempre los sintieron así.
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