La arquitectura cada vez cobra más protagonismo en la cultura del vino y buena prueba de ello son las últimas bodegas construidas. Las nuevas catedrales del vino despiertan pasiones en las tierras en las que son emplazadas, ya que junto con los viñedos definen el entorno, se funden con la geomorfología de la superficie terrestre para crear paisajes multilineales de gran singularidad y belleza.
En la actualidad existen numerosas rutas y viajes organizados para descubrir estos nuevos espacios y disfrutar de un buen vino entre amigos, familia, compañeros de trabajo… El vino tiene el inmenso poder de unir, reunir, crear vínculos y es, junto el amor, uno de los placeres de la vida.
Los arquitectos pretenden influir en el entorno en el que se van ubicar sus proyectos y dejar su impronta. Atrás hemos dejado esa imagen tradicional que teníamos de edificaciones rectangulares tipo nave-almacén, mitad subterráneas mitad en superficie en las se criaba y transformaba la uva para posteriormente almacenar el vino hasta su distribución. Hoy en día, las bodegas son edificios que brillan con luz propia y son todo un referente en el mundo de la arquitectura.
A raíz de ver la película El verano que vivimos del director Carlos Sedes (2020), cuya historia transcurre entre bodegas en Jerez de la Frontera, me puse a pensar en algunas de las bodegas más importantes a nivel arquitectónico que se habían construido en los últimos años. Enseguida empecé a imaginar qué películas podrían haberse rodado allí y de que género cinematográfico: ciencia ficción, aventuras, fantástico, drama, thriller, amor o terror, ya que muchas de ellas serían perfectas como escenario de un rodaje.
En la película aparecen dos bodegas. Una de ellas es la de La Concha, considerada uno de los máximos exponentes de la arquitectura decimonónica del hierro en Jerez. Y la otra, alrededor de cuya construcción surge la trama amorosa entre Hernán Ibáñez (Pablo Molinero), Lucía Medina (Blanca Suárez) y el arquitecto Gonzalo Medina (Javier Rey), es la mítica bodega del Tío Pepe de González Byass, de aspecto más clásico y tradicional.
Al principio de la película, al hablar de la bodega, se cita muy de pasada al ingeniero francés Gustavo Eiffel, al que tradicicionalmente se le había atribuido. Los recientes estudios realizados por los arquitectos Yravedra Soriano, Aladro Prieto y Caballero Ragel sobre este singular edificio han probado que dicho edificio, en realidad, es obra del desconocido ingeniero Joseph Coogan. Fue un proyecto realizado en honor de la Reina Isabel II de España. Su montaje y construcción se realizó entre 1868 y 1870 y se le atribuye a la fundición de hierro sevillana, Portilla & White.
Es muy posible que por el tipo de estructura y cubierta de hierro, esta bodega fuera concebida inicialmente como el típico mercado de abastos y que luego, por la razón que fuera, se transformara en un almacén de mostos. Otro factor importante a tener en cuenta es el hecho de que en esos momentos en González Byass se estaba construyendo un funicular ferroviario con el fin de utilizarlo como tren urbano que transportase las botas de vino de la bodega a la estación. Quizás por ese motivo sus propietarios decidieran construir esta gran plataforma redonda de hierro cuyo aspecto se asemeja al de una rotonda de ferrocarril.
Se trata de una obra revolucionaria para su época. Por un lado, por su estructura metálica con forma circular, algo inusual en el mundo vitivinícola. Y, por otro, por su sistema constructivo, ya que su estructura carece de soporte central y todo el peso de la cúpula es sustentado por nervios apoyados en el muro circundante, dejando en el centro un amplio espacio diáfano, fácilmente adaptable a diferentes usos tales como eventos, cenas, galas, etc.
Hoy en día, en la arquitectura vitivinícola, no resulta difícil encontrarnos con nuevas edificaciones cuya imagen está muy alejada de los cánones tradicionales y sus diferentes espacios son utilizados para diferentes actividades: restaurantes, balneario, habitaciones… ¿y por qué no como escenario para rodar una película?
Si, por ejemplo, quisiéramos rodar una película de ciencia ficción, las bodegas Portia emplazadas en la localidad Gumiel de Izán en la provincia de Burgos serían perfectas. Este edificio es obra del arquitecto británico Sir Norman Foster, quien tras recibir el encargo se marchó un año a vivir entre vides en la Ribera del Duero, para impregnarse del paisaje y la cultura del vino.
Los proyectos de Foster son un claro ejemplo de arquitectura high-tech. Se caracterizan por un marcado aspecto industrial, donde la estructura desde el punto de vista técnico juega un papel muy importante, ya que tiene que ser funcional y resolver las cuestiones principales derivadas de las circulaciones y conexiones entre los diferentes espacios según el uso al que van a ser destinados. Y lo hace de tal manera que el espectador apenas es consciente de ello, porque este fuerte carácter técnico es llevado al extremo en todos y cada uno de los detalles, desaparece entre las desnudas y elegantes formas de sus edificios perfectamente integrados en el entorno.
La bodega Portia es un edificio parcialmente enterrado, con forma de estrella de tres puntas y cuyas tres plantas de altura sobresalen entre los viñedos.
Si contemplamos la planta de este edificio, no resulta difícil imaginar una nave espacial asentada en un planeta desconocido: en nuestro caso, las inmensas y desoladas llanuras castellanas. Por su aspecto, encajaría muy bien cualquiera de las películas de la saga de Star Wars, la reciente Dune, Life, Gattaca… Pero lo del triángulo amoroso estaría un poco más complicado. A mí uno de los que más me trajo de cabeza, como a muchos de los seguidores de la primera trilogía, la clásica, de Star Wars, sería el protagonizado por Luke Skywalker, Han Solo y la Princesa Leia. Finalmente se descubrió que no era tal por el parentesco entre los protagonistas, pero nos mantuvo en vilo a más de uno/a.
En cada una de estas puntas de estrella se desarrolla una fase del proceso de elaboración del vino. En la primera se realiza la fermentación del vino en unos enormes depósitos de acero inoxidable que también podrían ser tanques de combustible. La segunda es utilizada para la crianza del vino que se apila en unas barricas de roble. Y en la última es donde se produce el envejecimiento y almacenaje de las botellas, que duermen en una estructura vertical única en el mundo.
Por su parte, el núcleo central que acoge los espacios de coordinación, así como aquellos destinados a la vertiente enoturística del complejo: tienda, sala de catas, auditorio y cafetería, también sería el espacio perfecto para utilizarse como tren de aterrizaje de cualquiera de los emblemáticos cazas estelares TIE, los Ala-X, los transbordadores imperiales clase Lambda, embarcaciones imperiales icónicas utilizadas tanto por el Imperio como por Darth Vader para viajar entre las naves capitales imperiales y la Estrella de la Muerte.
Si os fijáis, en los exteriores de la bodega de Norman Foster se han utilizado dos tipos de acero corten e inoxidable. En su exterior, la incidencia de la luz natural en el acero corten nos remite al rojo de la tierra castellana y a las tonalidades del vino y, por qué no, también podría recordarnos a la espada láser de Darth Vader y el lado oscuro o incluso a los paisajes de Dune tan terrosos rojizos y ocres. Sin embargo en el interior utiliza hormigón, roble y cristal.
En contraposición a lo anterior, los rojos del lado oscuro. En el interior tendríamos los azules y verdes producidos por luz sobre el acero inoxidable de una fachada cuyas ondulaciones semejan tinas, así como las llamativas formas angulosa del conjunto, un potente reclamo, podrían representar a la Fuerza, a la Alianza Rebelde. Aunque, en ocasiones, se cuela el rojo… ¿espías, traición?
Las dos alas restantes, cuya estructura está resuelta con gruesos muros de contención de hormigón in situ y elementos prefabricados también de hormigón, un ejemplo de arquitectura brutalista, podrían utilizarse como los interiores del Palacio imperial donde diseñar estrategias y conspirar. No me resulta difícil imaginar a Darth Vader dirigiéndose a un numeroso ejército de los soldados imperiales perfectamente alineados en las llanuras castellanas desde uno de los miradores de hormigón.
Cambiamos de género y nos pasamos a la animación. Si hay una bodega que debería protagonizar alguna de las películas de Tim Burton es la del Marqués de Riscal, situada en la rioja alavesa, obra del arquitecto canadiense Frank. O. Gehry.
Un edificio innovador, una explosión de acero y titanio cuyo aspecto exterior lleno de formas sinuosas me recuerda al pelo de Eduardo Manostijeras o el de Víctor Van Dort, el protagonista de La novia cadáver. En ambos casos se advierte una perfecta sintonía con el paisaje de la zona y con los personajes que representan.
El nuevo volumen y su estructura, integrados dentro del complejo bodeguero de Marqués de Riscal, emergen de la tierra, del inframundo, y se abren paso entre los viñedos como raíces rebeldes, ramas retorcidas de vides como el séquito de fantasmas y muertos vivientes que ha llegado a la tierra para defender a Emily, nuestra novia cadáver, y atormentar a nuestro joven y rico heredero Víctor Van Dort que quiere volver con su antigua novia, Victoria. Un triángulo amoroso diferente entre el mundo de los vivos y los muertos como nuestro singular edificio.
Su fantasmagórica estructura está compuesta por tres macizos prismas ortogonales, revestidos con piedra caliza típica del lugar, un guiño a la arquitectura autóctona, y que emergen del sótano como lápidas de un cementerio hasta atravesar el forjado de la cota de acceso y alcanzar el primer piso, donde con la ayuda de unos pilares inclinados sostienen y aguantan los voladizos, una gruesa losa de hormigón.
Desde este primer nivel parten una serie de huesudos pilares metálicos de pequeña sección, que se ocultan entre las sombras de la noche detrás de las sinuosas paredes, que soportan el resto de las plantas de perímetro irregular.
El entramado metálico de la estructura se prolonga al exterior mediante pérgolas onduladas que proporcionan sombra. Como en esta historia de amor frustrado, una mezcla de dulce luz y rebelde oscuridad, nuestro edificio aúna la delicadeza de las placas de titanio, que recubren y dan forma al edificio, y la rebeldía de los imponentes macizos de piedra caliza.
Los sinuosos voladizos, tan característicos del edificio, están revestidos con dos tipos diferentes de titanio: titanio rosado, que alude al vino, titanio dorado, que hace referencia a la malla de las botellas y, por último, acero inoxidable con acabado de espejo, en alusión a la cápsula que cubre el gollete. Al igual que ocurre con la bodega de Norman Foster, los materiales nos remiten a los colores más representativos del vino de esta bodega, rosado, tinto, oro, como la malla de las botellas de Riscal, y plata, como la cápsula de la botella.
Me imagino al pobre Víctor deambulando por los espacios solitarios dedicados a la elaboración, cuidado, y estudio, por el balneario donde se proporcionan tratamientos de vinoterapia, por esas 43 suites exclusivas, cada una diseñada de forma individual ocupadas por muertos vivientes hasta llegar al restaurante donde el resto de muertos vivientes, de fantasmas procedentes del inframundo se dan un festín con las creaciones clásicas e inéditas de la gastronomía riojanas sin parar de beber vino, burlándose y divirtiéndose a costa del pobre Víctor e impidiendo que deje a su nueva y cadavérica esposa.
Hoy en día, la cultura del vino se ha instalado en nuestra sociedad como un factor más de esa cultura general que nos gusta exhibir: Nos gusta hablar de denominaciones de origen, de variedades de uva, de sulfitos, de taninos… pero también nos gusta visitar las bodegas y viñedos y sobre todo participar en catas.
Imagino que por ese motivo, o por otros, los tradicionales vinateros, convertidos en empresarios enológicos, además de investigar sobre métodos y técnicas para producir mejores caldos han querido invertir en los contenedores productores del vino en los que, además de avanzar en la técnica de elaboración del vino, apuestan por dotarlos de diseños atractivos.
Bodegas Marqués de Riscal en Álava, (La Rioja). Arquitecto Frank O’Gehry. © Fotografía Thomas Mayer.
Estos diseños están muy alejados de las tradicionales y anodinas naves a dos aguas hasta tal punto que, parecen cualquier cosa menos una bodega. Por eso pienso que, al igual que sucede con las arquitecturas de vanguardia, son el escenario perfecto para rodar en ellos más de una película.
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