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“Bird”, realismo social y realismo mágico

En Cine y Series martes, 26 de noviembre de 2024

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

La directora británica Andrea Arnold, tres veces ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes con Red Road (2006), Fish Tank (2008) y American Honey (2016), ha presentado Bird a competición en la 77ª edición, dos años después de estrenar el magnífico documental Cow (2022) y dirigir varios episodios de Transparent y Big Little Lies. El reparto está encabezado por Nykiya Adams, interpretando a la protagonista, Bailey, junto a Barry Keoghan, como su joven padre y Franz Rogowski, encarnando al joven que le da la vuelta a su mundo, su insatisfactoria vida cotidiana e insufla un aliento de confianza a sus ansias de “volar”.

Los retratos de Arnold son tan certeros como meticulosos y fluidos y en el caso de los personajes que pueblan Bird, nos presenta una familia okupa con dos hijos que intenta seguir adelante como puede, dentro de los esquemas de la pequeña delincuencia, de la que solo se nos proporciona una información anecdótica, pero que mantiene la cohesión gracias a un padre (que lo fue adolescente) amoroso y paciente, dentro de sus limitaciones. Por otra parte, la madre de Bailey vive con sus hijos pequeños en otro hogar, desentendiéndose de ella, manteniendo una relación abusiva con un hombre violento, mientras todos los hermanos parecen tener una relación próxima, a pesar de todo. Sin embargo, el personaje que encarna Keoghan no acaba de estar bien definido, su bonhomia e inmadurez son dos rasgos poco desarrollados y en cuanto a la protagonista, debemos decidir creer en su precocidad. La ganadora de un Oscar por su corto Wasp (2003), se interna a través Bird en el terreno de la metáfora y el realismo mágico, con una protagonista que evoluciona a lo largo del filme, recreando en su interpretación un arco emocional, que resulta en un coming-of-age muy particular.

Bailey vive en un mundo dividido entre aquello que refleja su sensibilidad y lo que estimula su rebeldía, sin que sea aún capaz de conjugarlo de una forma satisfactoria, debido a que con doce años apenas está abandonando la pubertad.

Bird

La aparición en su vida de un extraño —el perfecto, ambiguo y adorable Rugowski—, recibido con recelo y antipatía, será la piedra de toque de una evolución inesperada para Bailey. El personaje misterioso que surge en plena naturaleza —donde ella se siente segura— ha regresado tras muchos años a su ciudad, para retomar el contacto con su familia, pues había desaparecido cuando era un niño. El paralelismo emocional con la situación de la joven comienza a ser más evidente cuando el padre lo rechaza. Pero será a través de sus encuentros, que podrían perfectamente ser típicos de un filme de Miyazaki, cuando ella comienza a vislumbrar un diferente panorama y sentirse cada vez más segura de sí misma.

El despliegue de fantasía de Bird, lejos de desconcertar parece orgánico, de la misma manera en que simbólicamente percibimos la realidad. Y es así como lo vive Bailey, como un reflejo y un modelo de resiliencia, cuando su identidad en cuanto a todo lo que la define está borroso. Niña y mujer, femenina pero masculina en la emulación de un modo de supervivencia, madura pero infantil, con medio hermanos de sangre, descubre que sus estrategias ya no le sirven, que la entrada en el mundo adulto no puede ser una lucha por ser la más dura, porque la amargura la limita y también la confunde. Bird irrumpe como salido de la nada, vestido con faldas, una pequeña mochila y toda la serenidad y paciencia del mundo, en contraste brutal con Bailey. Después, será su pura presencia en el alero de la azotea, donde espera impávido, un mensaje tan evidente como un neón, tan revelador como un manual.

La angustia ante la boda de su padre es la piedra de toque que pone a Bailey contra las cuerdas, una oportunidad para ser asertiva y rebelde, pero es ese mismo acontecimiento el que al final revelará la transformación que ha experimentado gracias a esa presencia benéfica y alada que la protege con su sola presencia. Andrea Arnold muestra en Bird que hay esperanza, y que ser especial y sensible en un mundo tan cruel no es necesariamente una condena, aunque quizá para ello sea necesario echar mano de la fantasía.

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