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Benidorm, una última vez

En Lifestyle 29 agosto, 2015

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Vivimos una última fiesta benidormiana para despedir el verano y para descubrir que (casi) todo sigue en el mismo sitio.

Cuando bajas la ventanilla del coche, Benidorm te recibe con un aroma que mezcla la fritura de restaurante de segundo nivel con un despunte salado, que viaja desde la playa hasta las pobladas calles paralelas al paseo marítimo. Cuando uno aparca y empieza a pasear por las pegajosas (y misteriosamente encharcadas) aceras, el olor a orina ya es el malogrado protagonista de cualquier otro trayecto que se proponga el cronista hacer ese día. Para él, el último día; La última aventura de otro turista en la Newyorklasvegasatlanticity europea.

Porque en Benidorm todos somos turistas. Incluso los que llevamos siglos conviviendo con su suciedad y su autoconciencia de ciudad de vacaciones asequible sabemos que allí todos somos turistas. En Benidorm sólo te reconocen el camarero norteño que dejó su pueblo moribundo porque se sentía más atraído por el ajetreo levantino, la señora a la que siempre le has comprado esos diarios deportivos repletos de rumores estivales infundados y el anciano que promete haber nadado hasta la boya amarilla temprano en la mañana, para ser recibido con vítores a la vuelta.

Turismo de Imserso, turismo de británicos garrulos, turismo de apartamentos para hormigas y turismo de pulserita. En Benidorm se juntan todas las clases de veraneos posibles, y sin embargo, al coincidir en sus playas, se homogeneizan como uno solo. Todos curiosean a la gogó de la discoteca playera de turno; Todos sonríen, prenostálgicos, al baile pausado de los jubilados en el último bar de baile de la primera línea de playa; Y todos musitan al encontrarse dormido, a las ocho de la tarde, al pelirrojo etílico vestido con su preciada equipación del Newcastle.

Benidorm día El Hype

Benidorm día El Hype

La noche, en cambio, dista un poco de los ordenados estamentos de la mañana. En la nocturnidad benidormiana quedan de lado los currantes y los casados y restan tan solo los estudiantes, los macarras y los balas perdida. Ellos, o con camisetas de tirantes o con polos de etiqueta; Ellas, o con vestidos de pon-y-cuelga o con escotes de ahogársete los adentros. Puede uno diferenciar con facilidad las clases que los dividirán luego en su Madrid, su Bilbao o su Alcoy, pero nadie puede negarle a Benidorm ciertas propiedades mágicas a la hora de cruzar rottweilers con caniches. Hay un sentido comunitario envidiable y el objetivo absoluto es uno solo: Pillar. En Benidorm todos quieren pillar; Droga, un buen pedo o con alguien, pero pillar a fin de cuentas.

En su última noche, el cronista siguió la peregrinación que le fue enseñada desde el bautismo lúdico-festivo que se le hizo conocer al cumplir la mayoría de edad. Casi como una jungla de la que necesitas conocer sus pozos de agua dulce y sus nidos de serpientes, Benidorm tiene también su travesía nivel experto. Empiezas en el casco antiguo, bebes lo suficiente como para evitar sentir náuseas al oler la mezcla de sudor de batidos de proteínas y vómito de las discotecas Penélope o KM, en la playa; Y acabas por emigrar a la zona guiri cuando ya sabes que los ingleses de ciudades portuarias de hooligans ya hace rato que están secos en sus dormitorios de hotel barato. El del Newcastle, quizá todavía en la calle.

Pub de Benidorm. El Hype

Pub de Benidorm. El Hype

Pero incluso en ese cosmos tan patético, Benidorm no deja de tener sorpresas para sus visitantes nocturnos. Las calles están animadas e iluminadas hasta largas horas de la noche, las copas son lo suficientemente baratas y con suerte puede que hasta te topes con gente simpática dispuesta a pillar contigo; O a pillarla muy grande; O a pillar del encapuchado de la esquina; Pero pillar a fin de cuentas.

Según las propias anécdotas de los que tiempo ha abandonaron la noche benidormiana, no hay mucho que diferencie a la Benidorm de hace 20 años de la de ahora, salvo porque cada vez hay más hoteles, más turistas y más capitalistas dispuestos a arruinarse edificando rascacielos y parques temáticos inútiles.

Al final uno abandona Benidorm con ganas de desquitarse de ese pudor insoportable y de vaciarse de arena los bolsillos una última vez, pero también con la certeza de que, pase el tiempo que pase, Benidorm seguirá siendo lo mismo que fue al principio, cuando éramos tan jóvenes. Y será un alivio volver a ella, porque la nostalgia será recompensada con el premio que te esperabas: Un torso sudado al viento, una pisada en el charco equivocado y un borracho del Newcastle pidiendo una última cerveza.

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