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Ahorcados y decapitados en el Camino de Santiago

En Cultura domingo, 11 de mayo de 2025

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Si una historia viaja por las tierras del Camino de Santiago, desde los altos pirenaicos hasta las rías gallegas, es el famoso milagro del gallo y la gallina.

El argumento comienza de forma típica: un peregrino extranjero —teutón lo quieren— es falsamente acusado. ¿De qué esta vez? De robar una copa de plata de su mesonero. El castigo es el ahorcamiento; en esta clase de relatos, el castigo siempre es ahorcamiento, con bastante independencia de la mayor o menor gravedad del delito. Los padres del ajusticiado continúan el peregrinaje a Santiago de Compostela, con renovadas, aunque trágicas, razones. (No sabían que el casto zagal se había resistido a los encantos de la hija del mesonero, y que fue esta despechada la que ocultó la copa entre sus pertenencias). Al regresar les da —masoquismos del duelo— por buscar aquel árbol o patíbulo. Descubren al hijo vivo, aún colgando. Corren a informar al corregidor del pueblo y se lo encuentran almorzándose un gallo y una gallina asados, con pico y todo. Vida de corregidor medieval. Este replica, jocoso, que su hijo está tan vivo como las dos gordas aves que se dispone a engullir… las cuales, al oír esas palabras, dan un salto y comienzan a cantar. “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”.

Varios son los puntos de interés de esta historia, grotesca y a la vez susceptible de una lectura en clave de crítica social: la acusación falsa hacia el peregrino, la inquina del mesonero, el severísimo castigo del extranjero, la opípara pitanza del edil local… Es de lejos el milagro más perdurable del Camino, aunque solo fuera porque la iglesia del pueblo conserva, hasta el día de hoy, un gallo y una gallina, presuntos descendientes de las aves que resucitaron aquel santo mediodía.

La horca es al Camino lo que el bordón al peregrino. La historia que acabamos de relatar acompaña, con variaciones, la geografía caminera, ubicándose ya en Francia, ya en Alemania, ya en Barcelos o Castilla la Vieja. Era uno de esos milagros-tipo, milagros-modelo, y como tal aparece en las grandes antologías hagiográficas de los siglos XII y XIII. Nuestra versión favorita es aquella (en el Códex Calixtino, II, V) en la que otro peregrino alemán, acusado él también de robar una copa de plata —pero esta vez en Toulouse— se dispone a ir al patíbulo cuando su hijo se ofrece a sustituirlo. El confuciano vástago sobrevive a la horca, gracias a que el apóstol Santiago lo sostuvo durante el tiempo que el padre tardó en ir y volver de Compostela. Sacrificado por su padre, acogido por el Patrón de las Españas, este peregrino sí tendrá el gozo de ver cumplirse justicia: el anfitrión acusica será ahorcado de inmediato.

Camino de Santiago

Gallinero que recuerda el milagro, en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada.

En las leyendas del Camino ruedan cabezas. Ahorcamiento y decapitación son los dos métodos de ejecución preferidos en la ruta: no es un misterio, pues estaban entre los métodos más empleados también fuera de ella. Y en ambos sistemas se sobrevive más de lo que desearían ciertos pérfidos posaderos: la tecnología medieval era la que era, y estas historias sobre milagrosas supervivencias nos suenan un poco más creíbles cuando imaginamos lo caótico que podía ser a veces cortar una cabeza o quebrar un cuello en aquellos días.

Según todos los testimonios, el Camino mismo comenzó con una degollación. En algún momento posterior a la Resurrección de Jesús, el apóstol Santiago el Mayor era decapitado por orden de Herodes en Jerusalén, junto a un escriba, Josías, que eligió el martirio de último minuto. Sus santos restos serán trasladados hasta la remota Iberia en dos partes, y, según tradición, en dos momentos distintos: tronco (siglo I) y cabeza (siglo XVII). El resto es historia románica.

Así los orígenes, era inevitable que más de uno perdiera la cabeza por el Camino o sus inmediaciones. Personajes célebres son la princesa Orosia de Aquitania, San Guillén de Obanos, San Eutropio, San Vítores, las hermanas Nunilo y Alodia del monasterio de Leyre y aristócratas tanto o más legendarios de diversas regiones de la península. El heresiarca Prisciliano fue ajusticiado en Tréveris, pero, en una incierta leyenda, su cadáver decapitado regresa a Gallaecia para encontrar sepulcro allí, como lo hará el del Apóstol.

camino de santiago

Al entrar en la catedral compostelana por la Fachada de las Platerías, se divisa el relieve de una mujer sosteniendo en sus manos un cráneo humano, que —nos glosa la “Guía del Peregrino” del Códex Calixtino— resulta ser la cabeza putrefacta de su amante. Según el Códex, tiene la obligación de besarla; en una compilación italiana de imaginería caminera (publicada por Jakob Ulrich en 1906), bebe de ella.

Aymeric Picaud, autor de la “Guía”, pasó por Navarra, para su horror, donde de hecho es común beber de cabezas decapitadas. Aunque el cronista no incluye esta entre las muchas costumbres navarras que helaron su sangre, sabemos que el cráneo de San Guillén, patrón del pueblo de Obanos, filtra vino que luego se comparte entre los lugareños. En Sorlada (Estella), la cabeza de San Gregorio filtra agua que se emplea para regar los campos. En tiempos mejores, los portugueses realizaban un rito semejante el 25 de julio, día de Santiago: rellenaban calabazas de agua y recitaban Santiago, Santiago, faz crescer o bago (el trigo).

Calabazas rellenas de agua, cabezas rellenas de vino… Si la calabaza representa al decapitado Santiago, que faz crescer o bago, ¿no será también su cabeza? La calabaza es fértil en pepitas y en asociaciones simbólicas; su vínculo con la testa humana es más que morfológico. Los pueblos celtas, en festividades relacionadas con el antiguo Samhain, como el Halloween o el Hop-tu-Naa de la Isla de Man, tallan rostros en calabazos o nabos. Todavía se discierne, camino a Santiago, algún peregrino sediento que cercena la calabaza de su bordón y garantiza que el agua, el vino, la sangre continúan fluyendo.

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