El mundo está lleno de rivalidades. Todas las disciplinas (arte, moda, deporte, música, ajedrez, etc.) tienen la suya. En arquitectura, la más conocida fue la existente entre los arquitectos italianos Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini, en su lucha por conquistar Roma.
Sin embargo existen otros arquitectos cuya supuesta rivalidad no está confirmada, pero es muy probable que existiera más allá del ámbito profesional. Es el caso de Adolf Loos y Le Corbusier y su amor por Joséphine Baker, la cantante y bailarina de cabaret más emblemática del París de la década de 1920.
Esta mujer sensual, que danzaba salvajemente en los escenarios ataviada únicamente con un cinturón de bananas, encandiló a nuestros queridos arquitectos e hipnotizó al público europeo.
Adolf Loos nació en 1870 en Brno, República Checa. Fue arquitecto, escritor, crítico de arquitectura y profesor, entre otras cosas. Le Corbusier nació en 1887 en La Chaux-de-Fonds, Suiza. Fue un arquitecto y teórico de la arquitectura, urbanista, pintor y escultor.
Mientras que Loos dominaba varias lenguas y vestía como un dandi que viajaba por Europa en tren exprés, Le Corbusier físicamente era un tipo normal, de carácter impredecible, difícil y arrogante, hasta el punto de que aunque sus colegas que lo admiraban, como amigo lo querían lejos y como jefe dicen que era espantoso.
En cuanto al ámbito profesional, ambos son considerados como grandes precursores del Movimiento Moderno junto con Walter Gropius o Mies van der Rohe. Pero la propuesta de Loos era mucho más radical y agresiva, porque defendía la desornamentación y la ruptura con el historicismo hasta el extremo. Aunque realizó numerosos proyectos y construcciones de tiendas de moda, cafés, hoteles y bancos y su nivel de popularidad en Viena fue alto, nunca llegó a alcanzar en vida el estatus de estrella que logró Le Corbusier. Ambos fueron innovadores en cuanto a la organización espacial para dar cabida a los espacios de vida.
Adolf Loos basaba su arquitectura en la creación de una concepción libre de los espacios. La composición de todos ellos, relacionados entre sí, daba como resultado un cubo armónico e inseparable. Una estructura que creaba más superficie habitable con el mismo material, a la vez que ahorraba espacio al incluir más habitaciones en el propio cubo, manteniendo la cimentación, cubiertas y fachadas. Y lo consiguió gracias al Raumplan o planta espacial, que consiste en distribuir las estancias en diferentes niveles según su función, sin estar unidas a ninguna planta.
Le Corbusier fue un paso más allá con su famosa L’Unité d’habitation, un gran complejo residencial que daba cabida aproximadamente a unos 1.600 residentes. No solo se centró en los espacios interiores sino también en los espacios públicos comunales. Era una auténtica ciudad jardín vertical integrada dentro de un volumen en el que los habitantes tenían sus propios espacios privados, pero a su vez disponían de espacios donde poder realizar las compras, comer, hacer ejercicio y reunirse. La mayoría de los aspectos comunes no ocurren dentro del edificio, sino que se colocan en la cubierta.
Para Loos los espacios interiores opulentos y exquisitos fueron lo primero, porque allí era donde se desarrollaba la vida privada, mientras que las fachadas de sus edificios eran sobrias, discretas y mínimas.
Adolf Loos quedó fascinado la primera vez que vio bailar a Joséphine Baker en el Thêatre des Champs-Elysées pero parece ser que, según las fuentes consultadas que la relación no llegó nunca a consumarse. Sin embargo, Le Corbusier y Joséphine Baker sí que es posible que tuvieran una relación más estrecha, o al menos coquetearon, cuando ambos coincidieron en un crucero volviendo de Sudamérica.
Esta fuerte atracción inicial hizo que Joséphine Baker se convirtiera en la musa y objeto de las ensoñaciones de ambos arquitectos.
En el caso de Loos, el sentimiento fue mucho más profundo y veraz hasta tal punto que, tras conversar con ella en una fiesta, le diseñó una casa. Una declaración de amor con forma de casa, un espacio generador de una fantasía amorosa y erótica que nunca se construyó. Los datos que se tienen sobre el proyecto son una maqueta y algunos planos de 1927. Nunca ocurrió nada, porque ella nunca fue conocedora de la existencia de él ni mucho menos que existiera un proyecto en su honor.
En el caso de Le Corbusier todo se redujo a un tonteo que dio como resultado numerosos bocetos de ella, vestida y también desnuda, que fueron recogidos en su libro Precisiones (1930), y fueron la excusa para hablar de curvas cóncavas y convexas y hasta le escribió un ballet. La historia con Le Corbusier quedó en nada, porque ella no tenía mucho interés en él.
El anhelo y amor de Loos adoptó la forma de un proyecto que transformaba y unía dos casas existentes, en esquina. A la entrada de la casa estaba situada una gran escalera. Aunque más que una escalera, podría ser el escenario de un espectáculo de cabaret robado para disfrute de un único espectador, el distinguido señor Loos.
En el primer piso se situaba el vestíbulo y, tras él, el salón. Junto a éste había un salón más pequeño y un rincón secreto donde poder leer en la intimidad. La cocina estaba ubicada en el subsuelo. Desde el salón, por otra escalera más pequeña, se accedía al siguiente piso, donde se encontraba el comedor, separado del resto de los espacios de la casa. Y por último, la piscina, situada en el centro de la casa. Esta zona estaba iluminada cenitalmente y tenía la peculiaridad de estar rodeada por una serie de ventanas que daban al salón.
Podemos imaginarnos la fantasía de Loos recreando esa secuencia de espacios, de una noche placentera e idílica en la que empezarían tomando una copa de champán para abrir el apetito en el salón, para pasar después a una exquisita cena en el comedor y terminar fumando y tomando la última copa, un licor, en la enorme pecera que había diseñado para ella.
Loos se deleitaría observando el cuerpo, la piel negra reluciente y perfecta de Joséphine nadando desnuda en el agua bañada de luz. Resulta sorprendente que un arquitecto que definía la ventana como un elemento que sirve para dejar entrar la luz, nunca la mirada , se permitiría en su proyecto esta licencia al más puro voyeurismo…, pero el amor no entiende de conceptos ni elementos arquitectónicos.
Sin embargo, pese a todo este despliegue en el interior, la fachada de la casa Baker habría tenido un aspecto más bien sólido, discreto y sosegado, desnudo de cualquier artificio, con pequeñas y escasas ventanas, que nos invita a mirar lo esencial de las formas y los movimientos que como una segunda piel envuelven la casa. Una fachada revestida de mármol en forma de franjas horizontales, blancas y negras, sin ninguna función aparente, más que el ornamento que simbolizarían lo que a juicio del arquitecto constituían la anatomía y el lenguaje corporal de la bailarina en cada una de sus coreografías.
Parte de estos pensamientos de Adolf Loos, están recogidos en su artículo Ornamento y delito, en el que hablaba sobre el origen del arte primitivo en la edad de las cavernas, concretamente la cruz.
El primer ornamento que nació, la cruz, tuvo un origen erótico. Una línea horizontal: la mujer que yace. Una línea vertical: el hombre que la penetra.
Para él, el arte nacía como un impulso erótico. Y esta casa es un fiel reflejo de eso porque Loos plasma su anhelo de ser el elemento vertical que complete a la horizontal Joséphine. En realidad, toda la casa es una especie de mecanismo fantástico que permite a Loos aprisionar a la bailarina, esconderla del resto de miradas, deleitarse observándola de varios puntos y, finalmente, poseerla. La residencia proyectada transciende lo puramente arquitectónico, ya que las emociones se convierten en motor creativo.
Aunque dicho proyecto nunca se llegó a materializar, podemos imaginar cómo hubiera sido, si contemplamos la vivienda situada en el número 1 de Goedehoopstraat (Amberes) frente al río Escalda y construida en el año 1986 por el arquitecto belga Bob Van Reeth. Una vivienda que, a grandes rasgos, recoge el legado estético del edificio original de Loos, cuya fachada está revestida horizontalmente por losas de mármol negro y blanco.
Por último, debo añadir que de haberse conocido ambos arquitectos, estoy segura de que habrían sido rivales a nivel personal y profesional, porque Loos no tuvo la repercusión que sí tuvo Le Corbusier. Pero, sobre todo, porque este último sí que había podido disfrutar de la compañía y el cuerpo de una mujer que él deseaba y amaba en silencio.
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