La italiana Hungry Hearts y la estadounidense 99 Homes, lo mejor de una sección oficial que ha perdido algo en calidad e interés.
Ramin Bahrami con 99 Homes vuelve a la Mostra dos años después de At any Price, con una nueva historia de miseria humana, esta vez sobre la crisis inmobiliaria americana, en la que centenares de familias son desahuciadas de sus viviendas por ser incapaces de pagar las hipotecas impuestas por los bancos. La película centra primero su mirada en una de estas familias –la de Dennis Nash, obligada a vivir en un motel y en serias dificultades económicas– para pasar después a la de los que se aprovechan de estas desgracias, con el mismo Dennis que se convierte en socio de negocios de un agente inmobiliario.
Este, Mike Carver, gracias a la crisis –en las ruinas de centenares de vidas destruidas– consigue ganar enormes cantidades de dinero. El duelo moral es entre una vida digna pisoteada por la arrogancia del poder económico y otra que se basa en superar las dificultades aprovechándose de los fallos del sistema, en una batalla para la supervivencia del más fuerte y del que está dispuesto a todo.
Bahrami y su guionista Amir Naderi, nos lo muestra utilizando un ritmo narrativo rápido y siempre tenso que, sin embargo, como pasa a menudo en el cine americano, conlleva una moral algo simplista: que quien tiene una conciencia nunca podrá llegar a ser un tiburón.
De esta forma, 99 Homes funciona mejor cuando describe los problemas de los desahuciados y el despiadado mundo de los negocios, mientras que pierde fuerza en el momento en que se centra, sobre todo en la segunda parte, en las dudas y los remordimientos de Dennis, una vez que ha pasado “al lado obscuro”. Andrew Garfield deja de lado su traje de Spiderman para ofrecer una actuación llena de intensidad, pese a que su recitación a lo largo del metraje sea algo monótona, mientras que un siempre inquietante Michael Shannon consigue maravillas, con sus gestos y su mirada, actuando como desenvuelto y cínico agente inmobiliario.
Una fotografía obscura y álgida envuelve Anime Nere, la película de Francesco Muzi basada en las tensiones y desgracias que atañen la vida delictiva de una familia mafiosa del sur de Italia, perteneciente a la Ndrangheta. La imagen es sin embargo lo único verdaderamente destacable en una obra que se hace muy larga, debido a un ritmo exageradamente lento, con secuencias muy prolongadas que no consiguen producir una verdadera tensión narrativa.
El inicio parece prometer una reflexión sobre las relaciones de la mafia calabresa con el mundo del narcotráfico internacional y el mundo empresarial del norte de Italia, pero con pasar de los minutos el relato se convierte en una historia poco original (pese a un final algo inesperado) de tensiones familiares entre clanes en un pueblo del sur profundo.
Los tres amigos protagonista de la novela de Giocchino Criaco, que ha servido como base de la película de Muzi, se convierten en tres hermanos, cada uno en conflicto con el otro y con un pasado de violencia (la muerte por asesinato del padre) del que no tienen escapatoria. En esto el director sigue su discurso sobre las relaciones padres-hijos empezado con Saimir (presentado en la Mostra de 2004 en la sección Orizzonti) sin conseguir el mismo convincente resultado. Los personajes resultan algo falsos, el entramado familiar genera aburrimiento, los actores y actrices no atraen demasiado, y los diálogos y las situaciones acaban por no ser interesantes.
Mucho mejor el segundo largometraje italiano en competición, Hungry Hearts de Saverio Costanzo. Inspirado en la perturbadora novela del escritor italiano Marco Franzoso, Il bambino indaco (publicada en 2012) la película consigue transmitir la escritura lúcida y seca que caracteriza la obra literaria. Sus imágenes viven en la piel y los nervios del espectador dejando una sensación de desasosiego que avanza sin pausa a lo largo de todo el metraje.
Mina (una perfecta Alba Rohrwacher) es una joven italiana en Nueva York, algo tímida, que se enamora de Jude (Adam Driver). Después de tener un sueño recurrente perturbador y haber visitado a una vidente, casi por juego, se transforma en una mujer obsesionada por preservar a su hijo de la contaminación del aire y de la comida, que caracteriza el mundo contemporáneo.
El cambio, casi repentino, viene descrito, secuencia tras secuencia, con una inquietud progresiva e inexorable a la que se une una sensación continua de ineludible claustrofobia, física como emocional. Algo ya anunciado al comenzar la película, cuando Mina y Jude (Adam Driver) se conocen encerrados por casualidad en el servicio de un restaurante. Un espacio angosto, entre olores y funciones biológicas, que parece perseguir, de forma casi subliminal, la pareja.
Costanzo consigue todo esto de forma espléndida con una cámara que no se aleja nunca de la piel de los protagonistas, siguiendo y trazando su respiro y sus gestos con mano ligera, pero que al mismo tiempo hace patente una sensación de amenaza continua.
Poco que decir de 3 Coeurs de Benoit Jacquot y Mangelhorn del estadounidense David Gordon Green. En la primera, el triángulo que se instaura entre un hombre corriente (Benoît Poelvoorde), empleado de Hacienda, y dos hermanas muy unidas (Chiara Matroianni y Charlotte Gainsbourg) no añade mucho a lo ya visto en anteriores y mejores películas francesas basadas en historias amorosas llenas de conflictos irresueltos, traiciones y desenlaces trágicos. El conflicto entre un enamoramiento inmediato, pasional y destinado a la tragedia y el que surge con el tiempo hasta llegar a una aparente serena vida matrimonial, resulta excesivamente recargado y con pasar de los minutos poco creíble, hasta llegar a un desenlace al borde de lo ridículo. Poco relevante la participación de Catherine Deneuve, como madre de las dos hermanas.
El largometraje interpretado por un siempre convincente Al Pacino tampoco destaca por originalidad. El actor interpreta a Angelo, un cerrajero que vive una vida ordinaria con su gato, obsesionado por el recuerdo de Clara, una mujer amada en su juventud y que no responde a sus repetidas cartas. Pese a una corte visual en momentos original, aunque un poco confuso, con la factura y el tono que caracteriza al cine independiente, Mangelhorn no brilla y se hace pesada aunque pretenda ser lírica y bronca.
Finalmente, sólo dos palabras sobre las muy poco interesantes Loin des hommes, del realizador francés David Oelhoffen, y The Cut dirigida por el turco alemán Faith Akin. Ambos largometrajes desarrollan su argumento de forma muy plana, sufriendo asimismo de una presentación visual nada original y absolutamente no compensada por los bellos paisajes, en su mayoría desérticos, que enseñan. La relación entre Daru (un pasable Viggo Mortensen) y Mohammed en el film inspirado en El Huésped de Albert Camus, así como la tragedia familiar y la odisea del de un joven (interpretado de forma bastante sosa por Tahar Rahim), antes y después del genocidio armenio de 1915, en The Cut resultan de hecho poco interesantes, excesivamente estereotipadas y a momentos francamente aburridas.
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