Arrancó el 58º Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, que, a priori, presenta muchos más alicientes que ediciones anteriores. Ahí están nombres como los de Guillermo del Toro, Julia Ducournau, Ethan Hawke, Benedict Cumberbatch o Stephen King, por nombrar solo algunos de los que podrán leerse en los créditos de las películas que van a proyectarse aquí en los próximos días.
Alpha (Julia Ducournau, 2025)
Precisamente el de Ducournau fue el protagonista de la inauguración del festival con su más reciente propuesta, Alpha, película que se vio en la pasada edición del Festival de Cannes y que fue acogida por la crítica con comentarios más bien dispares. Ducournau, y esto por fin queda meridianamente claro con su tercer largo, es una perfecta representante de esa hornada de creadores encumbrados en circuitos de festivales, pero con escasa relevancia fuera de ellos. Para entendernos, en el espectro opuesto tendríamos a Coralie Fargeat, que con La sustancia logró una sólida presencia en Cannes y Sitges, pero luego la revalidó con una notable repercusión industrial materializada, por ejemplo, con estrenos generalizados en los principales mercados o presencia en premios importantes como los Oscars.
Sin embargo, el caso de Ducournau es diferente. Ni Crudo ni Titane lograron traspasar las fronteras de los festivales en los que generaron polémica. Polémicas, además, del todo estériles, puesto que se circunscribían al connaisseur de festivales y no empaparon al público de calle, que es lo que sí ocurrió precisamente con La sustancia. Con Alpha se adivina un recorrido similar puesto que, como propuesta, no se aleja demasiado de lo que la directora gala nos había explicado ya, especialmente en Crudo.
La acción se sitúa en un mundo en el que existe un extraño virus que convierte a las personas en algo así como estatuas de piedra, matándolas al final. Es un virus que se contagia por contacto con fluidos (sangre, saliva, etc.), de ahí la preocupación de Maman cuando Alpha, su hija adolescente de 13 años, aparece una mañana con un tatuaje en el brazo sin saber muy bien cómo ni quién se lo hizo. Maman acoge en su casa a su hermano Amin, un irrecuperable adicto a la heroína al que ella trata de mantener con vida pese a que él está tan enganchado que ya no tiene demasiada voluntad para vivir.
Y este sería el cóctel con el que Ducournau monta un artefacto que poco tiene que ver con el fantástico, puesto que lo que se desarrolla ante nuestros ojos es una parábola acerca del VIH (el virus de la película es obviamente su trasunto), que está mucho más centrada en explorar temas como el dolor de las relaciones familiares, la redención o la culpa, que en transitar sendas fantásticas. De hecho, se nota mucho que a Ducournau le importa bien poco el (tangencial) componente fantástico de Alpha: el virus es un aspecto que asoma puntualmente en la trama y que no tiene mayor relevancia ni presenta impacto alguno sobre el argumento principal. Podría ser un virus que convierte a las personas en estatuas de mármol, como es el caso, o podría ser el VIH, o podría ser cualquier otra enfermedad similar. La película no explora esa línea argumental, apenas la toca, con lo que Alpha acaba deviniendo un correcto pero vulgar retrato familiar con la adicción y el miedo al contagio como ejes principales de relación. Es una cinta, eso sí, con interpretaciones portentosas de sus tres protagonistas (Tahar Rahim, Golshifteh Farahani y Mélissa Boros) y con pequeños aciertos parciales, como la interesantísima manera en la que se visualiza la enfermedad en las personas.
Pero, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, es una muy mala elección para inaugurar Sitges. La película de inauguración, irremediablemente, es una película sobre la que recae un foco importante y hay que considerar muy cuidadosamente la elegida porque es la tarjeta de presentación de todo el festival. Y Alpha, con su más que dudosa adscripción al género fantástico, no es ni de lejos la película más adecuada para inaugurar un festival de género como este.
The Home (James DeMonaco, 2025)
Seguramente más apropiada para abrir un festival como este habría sido The Home, la última propuesta de James DeMonaco, el creador de la saga The Purge. Por lo menos, y advirtiendo por anticipado que ni mucho menos esta es una película que vaya a cambiar en gran cosa al género fantástico, sí que nos encontramos aquí con una apuesta plenamente integrada a todos los niveles dentro de los márgenes de sus márgenes. Desde el minuto uno se perciben aquí muchos de los códigos que suelen encauzar las películas de terror: Max es un joven adoptado que no para de meterse en líos, aún imposible de superar el suicidio de su hermano cuando era pequeño. Sus padres adoptivos obtienen el favor de un juez amigo suyo y, a cambio de no ir a la cárcel, tendrá que realizar cuatro meses de servicios sociales en una residencia de ancianos. Pero Max pronto comienza a darse cuenta de que algo muy extraño sucede con los ancianos de la cuarta planta, lugar al que tiene prohibido acceder.
The Home no engaña a nadie: su primera mitad, aunque rutinaria, adopta las maneras de un thriller de misterio bastante aceptable. El espectador más avezado, claro, verá venir algunos de los caminos que sigue la historia, pero eso no le resta a la propuesta un sabor clásico, agradable: la manera de fotografiar los pasillos de la residencia de noche, la música tenebrosa, y una muerte ciertamente impactante, hacen de esta primera mitad una película en absoluto novedosa pero sí amable con el aficionado al género, al que se dirige casi siempre con respeto. Digo lo de casi siempre porque DeMonaco abusa en esta parte del trillado recurso de intentar hacer pasar los sueños por realidad para llegar al consabido jump scare, seguramente el mayor reproche que se le puede hacer a la cinta.
Pero, y digo esto con mucho cuidado, creo que la última media hora de The Home sí que consigue pillar al espectador con el pie cambiado, hazaña nada desdeñable en estos tiempos en los que casi todo está inventado. Sin desvelar nada, es en esta parte donde DeMonaco guarda algunas sorpresas relacionadas con la vida personal de Max, sorpresas que le relacionan con esa residencia de ancianos de una manera mucho más retorcida de lo que nadie pueda imaginar. Es aquí cuando la película pisa el acelerador y no solo se nos revela qué ocurre exactamente en esa residencia, sino que DeMonaco se permite una reflexión absolutamente desmadrada acerca de lo que significa ser viejo. Como repite uno de los principales personajes, el peor enemigo de la vejez no es la muerte, sino el aburrimiento.
Esta es una frase clave para entender toda esta locura que se desata cuando la película definitivamente deja de caminar con el freno de mano puesto. Que es, también, cuando las formas de thriller casi depalmaniano dejan paso al fantástico y, en los últimos cinco minutos, ya directamente al slasher más desbocado con una secuencia magnífica en la que la sangre se adueña del relato.
The Home es, pues, una estupenda película de terror en la que resuenan ecos de Society y de El resplandor, por bien que me es imposible explicarlos más a fondo sin el riesgo de destripar estas inesperadas sorpresas que nos depara la segunda mitad de la cinta. Basta decir que, al final, la película logra con éxito doblegar, incluso fracturar, la mayor parte de los clichés y lugares comunes narrativos que aparecen en la primera mitad de la historia. Ni tan mal para una cinta cuya única pretensión es hacerse un pequeño pero respetable hueco dentro del moderno cine fantástico jugando con códigos de género bastante clásicos.
Good Boy (Ben Leonberg, 2025)
Good Boy, por su parte, es una propuesta que también coquetea con los códigos del género fantástico, aunque desde una perspectiva ciertamente novedosa. Y es que la película dirigida por Ben Leonberg está totalmente narrada desde la perspectiva de un perro, Indy, que ve cómo su dueño se traslada a una casa familiar y es acosado por fuerzas maléficas que solo el perrete percibe.
Lo interesante del asunto es la manera en la que la película adapta los resortes del género al particular cauce narrativo que ha escogido. Ahí está la casa con ruidos extraños en la noche, la tormenta con rayos y truenos, las sombras, las posesiones, todo está ahí, pero lo vemos a través de los ojos de Indy. La novedad es incuestionable, incluso admitiendo que Leonberg, muy astutamente, copia recursos narrativos tan clásicos como colocar la cámara a la altura de los ojos de Indy y no mostrar a los adultos más que de cintura para arriba, o en segundo plano y borrosos. Lo mismo que hizo Steven Spielberg en la excelsa E.T., el extraterrestre.
Aún con todo, la efectividad de Good Boy como artefacto de terror es realmente limitada. Básicamente porque Leonberg no es capaz de superar un cierto bucle narrativo en el que Indy reacciona ante estímulos inquietantes. Así pues, casi toda la película se limita a ver a Indy observando sombras, figuras misteriosas en la casa de su dueño, y la verdad es que la acción nunca acaba de avanzar más allá de ahí hasta los últimos compases de la película, que es cuando la maldición de la familia y la propia enfermedad terminal que padece su dueño cristalizan en una entidad aterradora que precipita el, esta vez sí, devastador desenlace de la película.
Good Boy es, pues, una película ciertamente interesante beneficiada en buena medida por el hábil trabajo del perro protagonista, Indy. Leonberg consigue integrar sus reacciones físicas dentro del propio relato, un esfuerzo que le llevó tres años de rodaje. Hay que celebrar esa pasión por la narrativa audiovisual que demuestra Leonberg, y también el carisma cinematográfico del encantador perrete. Pero también es Good Boy una propuesta muy limitada por su propia apuesta narrativa, que es a la vez su principal virtud y un gran lastre. Pero eso sí: Leonberg parece ser plenamente consciente del escaso recorrido de la propuesta y entrega una película de una duración anómalamente breve, poco más de una hora y diez minutos. Ahí reside una de las mejores bazas de Good Boy, que si hubiera durado más habría arruinado todas sus loables virtudes. Y esto no carece de importancia, porque el problema de no ser consciente de las posibilidades de tu propuesta y alargar en exceso la duración de la película es, por desgracia, un defecto demasiado habitual en el cine moderno.







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