A todo cerdo le llega su San Martín, y en la música pop suele llegar pronto. Mientras que las vanguardias pictóricas del siglo XIX y principios de XX tardaban años, incluso décadas, en ser absorbidas (neutralizadas) por el paladar mayoritario, el capitalismo tardío forzó a la cultura a una renovación constante, que implica un hacer caja constante. La música pop nace en una época en la que ya el arte («contemporáneo», llaman a ese viejo chiste) se encuentra en una búsqueda frenética de la próxima ocurrencia. Cada innovación resultona, cada ingenio en materia de estilo, temática, peinado o pase de manos escénico, será tendencia, será imitado en cuestión de semanas… de minutos, si está David Bowie entre el público.
Por esto, resulta complicado escribir una historia lineal de la música pop del siglo XX. Cuanto menos, habría que hacerla a dos columnas, dos carriles que se nutren mutuamente, entrecruzándose cual hélice de ADN: las innovaciones y el aprovechamiento comercial, a veces simultáneo, de las innovaciones.
Un buen ejemplo es la música psicodélica, esa banda sonora alucinógena del movimiento hippie de los años sesenta. La popularidad de este género a finales de la década le debe más a los Beatles que a las producciones bizarras de gente como The Holy Modal Rounders (los primeros que introdujeron la palabreja en una canción, en sus años de folk underground). Ni siquiera las bandas clásicas del género, la avioneta de Jefferson o el ascensor de 13th Floor Elevators, consiguieron auparlo hasta donde llegó. En cierto sentido, el primer disco de psicodelia mainstream pudiera ser el Sgt. Pepper’s de los Beatles, de 1967, que, por su audacia técnica y compositiva, se librará del calificativo destinado a la avalancha de psicodelia edulcorada que se avecinaba de la mano del sunshine pop.
El sunshine pop es el género que logró que hasta los musicales de la época, más allá del controvertido Hair, adoptaran motivos de la psicodelia; que te encontraras a tu tío tarareando una canción que, en su versión pretarareo, venía con órgano moog. Ecos de las temáticas y la atmósfera de los «hijos de las flores» para consumo del ciudadano de orden y regocijo de ejecutivos. El sunshine pop encauzó el rebosamiento de la psicodelia hacia un público mayoritario, con poca paciencia para autoindulgencias musicales y oídos con un límite de saturación y de cerumen inferior al de los hippies genuinos.
Este pop soleado lindaba y se solapaba a su vez con otros estilos: no solo la psicodelia, sino también el folk coral estilo The Mamas & the Papas, el pop bubblegum de unos The Lemon Pipers o el barroco de The Left Banke. Mientras que el bubblegum comparte con el pop sunshine el tono sonriente, la paz y el buenrollismo, la influencia barroca podía conjurar otras atmósferas, por ejemplo, las ruinas melancólicas de unos Procol Harum: la playa californiana frente al castillo gótico.
Bienvenidos los tópicos: sitares («Glass»), coros alternados («Would You Like to Go«), dramatismo barroco («You Know I’ve Found a Way», «Another Time»)... Cuidándose en todo momento de adentrarse en una psicodelia más intransigente, salvo por la lisérgicamente titulada «The Truth is Not Real» (compuesta por Usher, que consumía LSD antes de que se pusiera de moda). La sección de musique concrète del sencillo «My World Fell Down», esa teja caída del tejado Beach Boys, fue finalmente eliminada por autocensura radiofónica. Tras recular con un segundo álbum, The Blue Marble, el socio Boettcher reunió un supergrupo de músicos de sesión, ahuyentó toda preocupación que frunciera posibles ceños y escaló hacia la cima del género.
Si bien la producción musical de los años sesenta ya había dado el Gran Salto Adelante, Begin, hijo único de The Millennium, suena particularmente etéreo, artificial. La casa discográfica voló por la ventana, con el resultado de que terminó siendo el trabajo más caro hasta la fecha de la disquera Columbia (fundada en 1899). Las melodías de «I Just Want to Be Your Friend» o «Some Sunny Day» se pegan a la piel como sol californiano, cohabitando con las más audaces «Anthem» o «The Know It All». El single «It’s You« ha sido comparado con los Beatles, aunque el himno del álbum es sin duda «There is Nothing More to Say». Cuesta rentabilizar una producción así sin una gira de apoyo, idea rechazada por un productor que se habían esmerado en cada detalle sónico y se sentía ya quizás un poco beatle. La mayor apuesta de Columbia se terminó convirtiendo en un agujero para Columbia.
El sunshine pop exportó su calorcito a Europa (los Pic-Nic de España, por ejemplo), pero todo ello duró más o menos lo que el Verano del Amor, ese interludio, ese respiro, esa tregua total que, en su brevedad, más que verano pareció un veranillo… de San Martín.







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