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Los tontos útiles

En Cultura martes, 27 de febrero de 2024

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

Todo déspota necesita tontos útiles que se enfanguen y se manchen las manos haciendo aquello que ellos no quieren, o no deben. Todo populismo requiere de la mezquindad, que es a veces más peligrosa que la propia maldad, por aquello de que no se la ve venir. Toda estrategia de demolición del adversario precisa de la deshumanización del contrincante, hasta naturalizar conductas que en un contexto medianamente sensato nos parecerían aberraciones. Y lo mismo da que estemos hablando del siglo pasado que de este, porque si algo ha probado la humanidad es su irrefrenable tendencia a repetir sus errores históricos, su espiral autodestructiva.

Toda esta reflexión parte de dos películas que he visto recientemente, y que ya fueron detalladamente pormenorizadas aquí en EL HYPE desde una perspectiva crítica: Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese, y La zona de interés, de Jonathan Glazer. No han llegado a coincidir estrictamente en cartelera, porque la primera la vi en un cine de reestreno y la segunda en uno convencional, pero la cercanía en el tiempo ha estimulado mi percepción de que son dos filmes que en realidad nos están hablando sobre lo mismo, aunque sus herramientas y los estilos que emplean sean claramente divergentes, a veces casi opuestos, y también su emplazamiento histórico y geográfico. Si alguien aún desconoce el significado real de la expresión “la banalidad del mal”, haría bien en acudir a ellas. Lo mismo da que una nos hable de los indios Osage y la otra de los judíos en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Dos colectivos a los que se intentó borrar del mapa, sometidos a una limpieza étnica. Los mecanismos mentales son los mismos, y ambas nos aluden desde el presente. Tienen una pertinente lectura en clave de siglo XXI. O mejor dicho, de años veinte del siglo XXI. De ahora mismo.

La maldad en estado puro requiere de una cierta astucia, de una sagaz inteligencia puesta al servicio de un fin maquiavélico, siempre turbio. Es propia de quienes manejan los hilos. La mezquindad es mucho menos exigente: se suele definir como “cualidad de quien reduce excesivamente el gasto que debería hacer, de quien carece de principios éticos o acción o cosa tacaña o ruin”. Pero es mucho más necesaria para llevar adelante los planes de quienes en verdad son viles como la tiña. Tanto el personaje de Leonardo DiCaprio en Los asesinos de la luna como el del matrimonio protagonista de La zona de interés comparten esos rasgos. Son deliberadamente incultos, pero sobre todo, son pobres de espíritu, que tampoco la cultura nos hace necesariamente mejores. Uno es imprescindible para ejecutar la visión de Robert Hale (Robert De Niro) y los otros para cumplir con los designios de un Adolf Hitler a quien ni se ve. Y he ahí su principal diferencia: lo que en la peli de Scorsese es subrayado, en la de Glazer es elipsis. La primera muestra de más, la segunda nos muestra de menos. Una es a ratos excesiva, la otra es escueta. A una puede que le sobre media hora, a la otra puede que le falte un ratito, para quienes no están acostumbrados a tal depuración de estilo.

los asesinos de la luna - killers of the flower moon- tontos útiles

Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023).

Pero ambas nos muestran los estragos ocasionados por esas personas —podríamos ser cualquiera de nosotros, no nos libramos ninguno en una sociedad tan individualista como esta— que no tienen inconveniente alguno en mirar para otro lado ante la injusticia, con tal de que no les toquen lo suyo. Son gente legal y respetuosa con las normas y la convivencia, que quiere a los suyos (aunque pueden llegar a ser más cariñosos con sus animales de compañía que con sus propias parejas), pero suele actuar basándose en intereses estrictamente propios y cuatro latiguillos mal repetidos, que suelen tener línea directa con la codicia: la suya y la de aquellos que les hacen creer que el ascensor social reserva hueco para todos. La idea de que todos debemos aspirar, como mínimo, a ser clase media. Si no alta. Y si no llegamos es porque no nos hemos esforzado lo suficiente.

Scorsese nos interpela desde el detalle histórico, el didactismo de una situación de exterminio de una etnia que enlaza con la historia de violencia, a través de la cual se fueron edificando históricamente los Estados Unidos. Necesita una buena dosis de explicitación. Por el contrario, Glazer sabe que el contexto de su historia lo conocemos de sobra (¿otra película de nazis?, dirán muchos), y por eso se permite ponernos en una situación más comprometida: la de espectadores pasivos de un horror que, como en algunas de las mejores pelis de Michael Haneke, ni siquiera se ve. Se intuye. Se escucha. Se nos hace partícipe de ella como si la contemplásemos a través de una mirilla. ¿Vamos a quedarnos impasibles?

La zona de interés - tontos útiles

La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023).

Identifico con los protagonistas de ambas películas a toda esa gente que, convencida de que el mundo es tal y como ellos lo ven, tal y como si fuera un dogma inmutable, gastan la mejor de sus energías en apoyar discursos de odio que deshumanizan y denigran a quienes ven como enemigos, y no como legítimos (y normales) antagonistas en lo ideológico. Ocurre aquí, en Brasil, en Argentina, en Rusia, en Reino Unido, en Francia, en Alemania, en EE.UU. y en medio mundo. Seguramente, son padres y madres de familia ejemplares, individuos que pagan sus impuestos y cumplen con sus deberes y obligaciones con la sociedad, pero apoyan decididamente a meridianos jetas (suelen ser hombres) que se revisten del aura de lo antisistema cuando, en realidad, lo que pretenden es valerse del mismo en beneficio propio sin importarles a quién tengan que llevarse por delante.

Toda esa gente que vota esgrimiendo cuatro frases hechas cazadas al vuelo, casi siempre silogismos y equivalencias de muy baja estofa, cuñadismos aparentemente inofensivos, que apelan al mismo denominador común al que se dirigen muchos de los eslóganes de una clase política que nos toma por irremediablemente imbéciles. Son necesarios muchos tontos útiles, no siempre malintencionados, para sostener ese entramado del mal, que no por discurrir ahora por cauces democráticos deja de ser peligroso. Porque la democracia no hay que darla por supuesta: es algo —el menos imperfecto de los sistemas— por lo que las generaciones que nos preceden tuvieron que luchar. Y mucho.

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