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“20 días en Mariúpol”, la atrocidad de la guerra en 30 FPS

En Cine y Series lunes, 22 de enero de 2024

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

Desde la consolidación del periodismo, y la expansión de las tecnologías que le dan soporte, no ha habido contienda bélica que no quedara expresada por una imagen-símbolo. Instantáneas que si bien no cambiaron el curso de la guerra, sí ayudaron a generar corrientes de opinión contrarias a estas desde la retaguardia civil. Desde la del miliciano republicano muerto por el impacto de bala que capturó Robert Capa hasta la niña afgana de los ojos verdes que Steve McCurry logró publicar en la célebre portada de National Geographic, pasando por otra infanta, esta desnuda y quemada por el napalm lanzado por el ejército estadounidense en Vietnam, que desfiló corriendo y horrorizada por delante del objetivo de Nick Ut, y con la cual este ganaría el Pulitzer en su categoría.

20 días en Mariupol

También los conflictos más cercanos siguen alimentando el atroz registro fotográfico. De la guerra que sigue despellejando el territorio ucraniano en su frontera con Rusia desde hace casi dos años (y sin resolución aparente en el horizonte)  se dispone ya de una candidata para terminar convertida en la imagen símbolo de la barbarie que tiene lugar ahí. Se trata de la instantánea disparada por el fotógrafo Evgeniy Maloletka a una mujer embarazada a la que transportan en una camilla tras el salvaje bombardeo ruso a un hospital de maternidad. Ni el nonato ni la madre, quien clamó a los médicos que acabaran con su vida al enterarse de la suerte que había sufrido la criatura que esperaba, sobrevivieron a la repugnante acción militar contra vidas civiles.

Ahí se encontraba este fotógrafo de AP, rodeado de escombros, para captar ese horrible instante. Un disparo de cámara de trascendencia mundial por el que que meses después se le distinguiría con el World Press Photo. Parte de esa intrahistoria forma parte de 20 días en Mariúpol, el documental gestado por Mstyslav Chernov, otro periodista y cineasta, ganador del Pulitzer, que junto a Malotetka, se encontraba en el lugar de los hechos cuando el horror se desató. De hecho, fueron los dos únicos periodistas que quedaron en Mariúpol cuando las tropas rusas empezaron su asedio a esta ciudad estratégica.

20 días en Mariupol

El esfuerzo de Chernov, producido por la agencia Associated Press, recupera el material que grabó en esas horrendas jornadas para darle longitud y formato documental. Veinte jornadas que empiezan con los primeros rumores de una invasión y que se desarrolla con el progresivo acercamiento de las tropas rusas y el asedio y estrangulamiento a los residentes que no pudieron, o quisieron, abandonar este enclave al sudeste del país.

En medio de ese infierno, agravado por los cortes de luz, la falta de agua y acopio alimenticio, el nerviosismo, el estrés y la angustia creciente, y el sinvivir de no saber el destino de la próxima bomba, o del angustioso acercamiento de las tropas y tanques de la división Z, se sitúa Chernov con la temeraria misión de narrar el horror en vivo. De dar voz a todos aquellos atrapados en el averno para que el mundo exterior reaccionase ante la barbarie. Y lo hace sin ningún tipo de filtros ni contención.

20 días en Mariúpol es un trabajo lacerante, de una crudeza insoportable, que seca los lagrimales y comprime la laringe hasta la asfixia. Chernov se propone lanzar al espectador, sin chaleco antibalas ni casco, a las entrañas de ese conflicto. Como dice un médico a la cámara siempre atenta del documentalista, La guerra es como una radiografía. Las personas buenas son más buenas, y las malas son más malas. Se percibe en las ráfagas de humanismo y solidaridad (especialmente entre el personal sanitario trabajando en la peor de las condiciones), pero también en la sinrazón que edifica el desolado paisaje bélico.

En otro momento, otro médico le insta a grabar el cuerpo inerte de una niña de cuatro años que han intentado reanimar sin éxito. Si la cámara de Chernov empieza titubeante y respetuosa, a medida que transcurren las jornadas, y la infamia y el dolor se apoderan de todos los ángulos, su cámara se vuelve más agresiva e invasiva, dispuesta a capturar el desgarro de la contienda por muy desagradable que sea su manifestación y que esta no sea soportable para los estómagos que no han atravesado sus brumas de desesperación.

Esas imágenes de la atrocidad, captadas por la nerviosa cámara de un periodista contrariado entre la labor informativa y su supervivencia, es guiada por una reflexiva y serena voz en off que expone esta lucha interna entre documentar el castigo terrorífico —en definitiva, apoyar a su manera a las víctimas—, y a su vez regresar con vida al lado de los suyos. Sin resultar para nada necesario, también acompaña la narración de una música inquietante, y hasta terrorífica, que redobla la crudeza y la tensión de lo expuesto.

Ganadora del premio del público en el Sundance Festival, y más que probable nominada al Oscar en su categoría, 20 días en Mariúpol se establece como un desasosegante y espeluznante testimonio de ese horror que se esparce como el lodo con la llegada de las bombas y los proyectiles. Chernov rehúye del estilo narcisista que opera en otras líneas editoriales y en otros frentes, sabedor de que el desgarro sin consuelo acontece delante de la cámara, y que su único amarre con la humanidad y la razón es su propia visión y consciencia, la que transmite como contrapunto lúcido al horror con su voz en off; como esa guía para salir con vida de las brasas de la guerra. El resultado es probablemente el más punitivo que se haya registrado nunca. Y si For Sama fue la crónica de la destrucción de Raqqa, esta lo es de Mariúpol. O cómo aquello que parecía firme y vivaz, de forma impensable, y en un tiempo muy reducido (20 jornadas), se convierte en pasto del fuego, los escombros y la muerte.

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