El Don Carlo, estrenado por primera vez en París con el título francés de Don Carlos, en 1867, no ha llegado nunca a ser una ópera popular como otras de Giuseppe Verdi. Los motivos son las objetivas dificultades ligadas a su duración (cinco horas) y los enormes costes de producción que exige, como la necesidad de seis cantantes de primera fila. No menos importantes son los conocidos problemas dramatúrgicos que presenta la partitura. Pese a ser sin duda una de las obras clave del compositor y una cumbre en la evolución de su lenguaje musical y de su dramaturgia, la ópera no está exenta de desequilibrios, sobre todo en la distribución de las escenas y en la forma en que las estructuras formales se suceden a lo largo de la obra. Hecho del que era consciente el propio Verdi que se vio forzado a realizar cinco versiones en casi veinte años. Entre ellas, la que sin duda refleja mejor las ideas de concisión y validez dramática típicas del compositor (aunque con problemas todavía evidentes), es la de 1884 en cuatro actos, estrenada en el Teatro alla Scala en traducción italiana.
Sólo este motivo puede justificar que el Teatro alla Scala haya optado por esta versión para la inauguración de su nueva temporada, como había hecho ya en 1992, bajo una impactante dirección de Riccardo Muti. La ausencia del primer acto, presente en la versión original, algunos ajustes de escenas clave y la eliminación del ballet, proporcionan sin duda a la obra una eficacia dramática más firme, manteniendo asimismo toda su novedosa escritura musical. No obstante, ha sido la enésima ocasión perdida para poder ver en Scala la versión original francesa en cinco actos (en lengua francesa), que nunca ha subido al escenario del famoso coliseo milanés.
Firme en su decisión de presentar la versión en cuatro actos, Riccardo Chailly ha conseguido ofrecer una interpretación impactante y muy acertada en cuanto a la elección de las sonoridades y el color orquestal oscuro que esta obra exige, pero algo frágil en los tiempos dramáticos. Si por un lado el director milanés consiguió evidenciar en todo momento la sutileza tímbrica y la elegancia de fraseo que dominan ciertos momentos de la partitura, por otro lado, faltó en orquesta el justo gesto escénico que imprimiera fuerza teatral a los diferentes momentos dramáticos.
Algo de lo que careció todavía más la puesta en escena de Lluís Pasqual, muy pobre a nivel escénico (una torre de alabastro esencial, pero vacía, y con movimientos nada pertinentes con el dictado verdiano, obra de Daniel Bianco), pero con unos magníficos trajes negros de Franca Squarciapino inspirados en Velázquez; lo mejor del espectáculo. Bajo una iluminación absolutamente plana (a cargo de Pascual Mérat) el trabajo de Pasqual fue previsible y lleno de fuertes incongruencias entre la letra del libreto, las indicaciones en partitura y la actuación de los intérpretes, generalmente bastante anodina.
Los problemas de la puesta en escena terminaron por contagiar también a los cantantes, todos de buena calidad, pero despojados de la posibilidad de lucir plenamente sus capacidades interpretativas. Entre ellos, los mejores fueron sin duda el veterano bajo Michele Pertusi, como Felipe II, que sin embargo luchó con sendas dificultades en las zonas graves y agudas de la voz, Francesco Meli, un excelente Don Carlo (hoy en día el tenor de referencia para el repertorio verdiano), así como el barítono Luca Salsi, interprete de un eficaz Marqués de Posa, gracias a la necesaria intensidad expresiva que el personaje exige. Algo menos logradas las voces femeninas: la Éboli de Veronica Simeoni (que sustituyó en las últimas funciones Elina Garanča), pese a algunas dificultades en la sección aguda fue muy incisiva en su interpretación y presencia escénica, mientras la Elisabet de Valois de Maria José Siri (en el papel que en el estreno del 7 de diciembre fuera de Anna Netrebko) lució una bella voz, pero fue pobre de matices interpretativos. Apenas suficiente y totalmente anodino en escena fue Jongmin Park en el papel, corto pero fundamental, del Gran Inquisidor: un fraile dominicano y no un cardenal como lo prestó la puesta en escena de Pasqual. Pese a los problemas indicados, al final de la velada hubo igualmente aplausos convencidos para todos los intérpretes, con picos de agradecimiento para Luca Salsi, Francesco Meli y Riccardo Chailly.
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