Una postal sobre el panorama vinícola de Mallorca, por si además de por sus calas te pierdes por sus bodegas.
Querido papá, te escribo desde la isla que un día el destino quiso que nos regalaras.
Ajenas a las arenas masificadas, las uvas de la zona de Binissalem ya han terminado el envero. En apenas un mes volverán las fiestas de la vendimia y en los cellers y en las casas se podrá comer los Fideos de Vermar a base de carne de cordero, sobrasada y tomate de ramallet. Una receta tan antigua como la variedad tinta manto negro que crece en la parte más llana de la isla, protegida de los vientos por la Sierra de Alfabia y Tramuntana, entre los municipios de Consell, Santa Maria del Camí, Binissalem, Sencelles y Santa Eugenia.
Quince bodegas de esta denominación de origen, más las que están fuera de ella, como Bodegas Ribas, son las que perpetúan la tradición vitivinícola que empezó siglos y siglos atrás junto al cultivo del olivo y del almendro. Vinos con aromas que recuerdan a la confitura de higos o moras incluso a la algarroba. Ese aroma tan particular que junto al salitre, la piedra seca y la umbría de los bosques de encinas te transporta de inmediato a Mallorca.
Te imagino camino de la fábrica de Lloseta reconfortado por la vista de estos campos. En casa siempre solía haber unas botellas de José Luis Ferrer Franja Roja de los de toda la vida, aunque a mí me empezaban a interesar los vinos que se hacían en pueblos como Felanitx, Porreres, Muro o Petra. Bajo la denominación de origen Pla i Llevant, numerosas bodegas se ampararon en su regulación e incorporaron variedades foráneas como cabernet sauvignon, merlot o shiraz aunque donde empezaban a despuntar eran en los coupages con variedades autóctonas, como manto negro, fogoneu y sobre todo callet.
Curiosamente, fue la bodega Anima Negra, fuera de la denominación, la responsable de que se empezara a hablar de los vinos mallorquines en la península. Vinos singulares con carácter mediterráneo propio, donde el terruño es el propio paisaje sin apenas domar, con manto vegetal en muchas ocasiones y caminos flanqueados por pinos, cipreses y alguna pita, palmera o chumbera aislada.
Veranos acompañados por un Muscat frío de Miquel Oliver, la primera bodega en nuestro país que comercializó un moscatel seco. O inviernos compartidos con los vinos de Jaume Mesquida, Miquel Gelabert o Pere Seda y esos platos típicos de tertulia y chimenea. Esta vez también quiero visitar la bodega 4kilos. No sólo porque recibió el Premio a la Bodega del Año por la Guía Gourmets en el 2012 sino porque adivino que detrás de sus vinos con nombres divertidos hay mucha frescura y un amor por la tierra sin aditivos.
Sabes que este viaje no podría terminar sin pasear por los marges del pueblo de Banyalbufar, esa costa que siempre nos enamoró con los bancales de piedra descendiendo hasta el mar, como si fueran el anfiteatro de una oda griega. Allí las cepas de uva malvasía han recuperado su espacio y lucen como jardines colgantes. Pararemos en Son Vives para comprar un par de botellas de Juxta Mare y por la noche brindaremos por vosotros rodeados de estrellas y naranjos en Fornalutx, donde seguramente alguno de nosotros no podrá evitar besar el culo de la botella por este regalo de los dioses.
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