El 62 Thessaloniki International Film Festival proyectó fuera de concurso el drama rumano ganador de la Concha de oro en el Festival de San Sebastián, Blue Moon, escrito y dirigido por la actriz y debutante tras la cámara Alina Grigore y protagonizado por Ioana Chitu (Irina) y Mircea Postelnicu (Liviu). La historia de una familia disfuncional que regenta un hotel rural y trata de retener a la joven Irina, para que siga trabajando en la empresa familiar y no vaya a la universidad debe gran parte de su efectividad a la interpretación de Chitu, ya que teniendo un potencial sugerente se pierde en una multitud de conflictos que no necesariamente se tejen bien en su objetivo, sobrecargando la trama con cabos sueltos que sugieren pero no aportan ni resuelven.
No obstante, este prometedor debut nos sobrecoge de principio a fin, pero sin abandonar esa sensación de déjà vu o esa tensión forzada por los movimientos de cámara empapados de nerviosismo, que nos hacen sentir que todo está a punto de saltar por los aires. La doble vida de Irina, como obediente hija y sobrina, trabajadora y responsable, o como joven rebelde en lucha por su educación y su independencia es la que genera el suspense por saber quién de las dos será la vencedora de una lucha desigual sin aliados, y no será hasta el final de los 85 minutos de metraje cuando lo averigüemos o quizá lo adivinemos.
La nueva sección a competición del Festival de Thessaloniki >>Film Forward presenta la obra de nuevos y arriesgados realizadores, que renegocian su relación con la narrativa cinematográfica más allá de los límites de los géneros. En dicha sección destacamos la griega Magnetic Fields y la estadounidense Superior. La primera, dirigida por Yorgos Goussis y coescrita por el director y sus protagonistas, Elena Topalidou y Antonis Tsiotsiopoulos, toma la forma de una road movie de una extraña pareja, que se encuentra por azar. Elena, bailarina y coreógrafa, ha sufrido un breakdown y ha abandonado a su marido e hijo con lo puesto, y se ofrece a llevar a Antonis al lugar en el que dará definitivo reposo a los restos de su tía, que lleva en una caja metálica bajo el brazo, tras haber dejado su coche averiado.
La química instantánea de la pareja, que evidentemente ya proviene de la preproducción convierte en un delicioso trayecto lo que no pasa de ser un previsible recorrido de abandonos, separaciones y reencuentros, que siempre confía en la tremenda empatía que despiertan sus protagonistas y la falta de ambición (en el mejor sentido) de su propuesta argumental, que nos ahorra la demasiado tópica monserga de quien rompe con todo por tres días solo para volver al redil o ver su vida cambiada para siempre.
Por otra parte, Superior es una propuesta más atrevida, enraizada en el cine de Hal Hartley y David Lynch ambientada a finales de los ochenta. La mochila que carga el filme de Erin Vassilopoulos es aligerada por una dirección fluida y juguetona que, de acuerdo con las premisas de la sección en que se proyectó, navega entre géneros, entregando un seductor thriller de aroma ochentero que nos mantiene alerta durante todo el metraje, seduciendo sin ambajes. La historia narra la huida de Marian del maltrato de su pareja, para refugiarse en casa de su hermana gemela, Vivian, un ama de casa y un modelo de mujer totalmente antagónico a la líder de una banda de rock. La reconciliación de las hermanas y la solidaridad, que se traduce en un intercambio de roles y la venganza, fluye con ingenuidad y un peculiar encanto, sin que falte el humor deudor de sus maestros.
Otra caja de metal conteniendo huesos es la que carga el joven Hatzín en la película de Lorenzo Vigas La caja. Producida por Teorema con el apoyo de Michel Franco, esta película mejicana narra con austeridad y desde el punto de vista de su joven protagonista una realidad brutal del sistema de producción de las “maquilas”. Presentada en el pasado Festival de Venecia, la película narra a ritmo de elipsis y con deliberados agujeros negros en su trama, la historia de un adolescente que viaja desde el DF para recoger la caja con los huesos de su padre, hallados en una fosa común. El encuentro fortuito con un hombre que Hatzín cree reconocer mezcla la duda y la esperanza y cambia sus planes de regresar junto a su abuela y seguir sus estudios. El paisaje imponente de inacabables horizontes, las llanuras nevadas y el polvo del desierto tienen un protagonismo absoluto, marcando las estaciones y el desarrollo de la trama. La violencia cotidiana, incorporada con naturalidad a una forma de vivir y hacer negocios se imbrica con una historia familiar de lealtades y traiciones, en la que el mantenimiento de las propias convicciones representa una lucha permanente para un joven en plena búsqueda de su destino.
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