La muestra Ciencia fricción. Vida entre especies compañeras, que está activa actualmente en el CCCB, introduce un giro biocéntrico con el fin de salvar este planeta herido, visualizando formas de interconexión entre seres humanos y no humanos. En ella encontramos narrativas liminales entre ciencia y filosofía, entre ecología e imaginación dando voz a una sucesión de figuras heterodoxas y forajidos de la ciencia.
Ciencia fricción es el nuevo proyecto expositivo del CCCB, y fue concebido mucho antes de la llegada del coronavirus a nuestras vidas, pero bajo su efecto lupa cobra una especial relevancia. Se trata de un proyecto tentacular, abierto e inclusivo que concibe la exhibición como un sistema vivo, y que parte de la evidencia científica de que todas las especies terrestres están unidas por relaciones simbióticas e interdependientes, formando parte de un ecosistema integrado en el que convivimos como compañeras. Todo ello se narra a través de artistas, investigadores o escritores como Paula Brena, Donna Haraway, Max Reichmann, Paulo Tavares, Mary Maggic, John Feldman o Helen Torres.
Hemos tenido el placer de entrevistar a Jordi Costa, jefe de la exposición, y la comisaria Maria Ptkq, que por cierto, fue la responsable de poner esta Ciencia fricción en marcha en 2017 en formato virtual desde el Jeu de Paume de París y que tras Barcelona (hasta el 21 de noviembre) viajará al Azkuna Zentroa Alhóndiga Bilbao.
¿Cómo nace la exposición Ciencia fricción: un examen creativo a la interdependencia entre especies? ¿Cómo llegasteis a plantear una cuestión así en un momento donde el covid no estaba presente? ¿Qué os llevó a cuestionaros la posibilidad de otros mundos y especies posibles?
MP: El origen de esta exposición se sitúa en 2017 cuando el centro de artes visuales Jeu de Paume en París me invitó a comisariar un proyecto para su espacio virtual. En ese momento yo estaba sumergida en el último libro de Donna Haraway y decidí que esa exposición online fuera una manera de acercarse a su trabajo. Haraway es bióloga y filósofa de la ciencia y toda su obra gira en torno a las relaciones entre humanos y no-humanos, y entre estos y las tecnologías, así que es un buen punto de partida para observar el mundo desde un punto que no sea exclusivamente humano.
En la exposición del CCCB a la visión de Haraway, que ya es de por sí muy multi-especies, se une la bióloga Lynn Margulis, que afirma que la simbiosis es el motor de toda la vida en la tierra. Ella nos dice que todos somos organismos simbióticos, que en realidad la vida, en un sentido biológico, es siempre el resultado de alianzas entre especies. Es algo que la pandemia ha puesto de manifiesto pero que está ahí, con pandemia o sin ella. La exposición Ciencia fricción nace de estas evidencias científicas y cuestiona sus implicaciones culturales y sociales.
Ciencia y ficción son dos formas de pensamiento en busca de hibridación.
JC: Mi llegada al departamento de exposiciones del CCCB coincidió con la publicación de la magnífica traducción al castellano, por parte de Helen Torres, de Seguir con el problema, el último libro de Dona Haraway, que para mí fue una de esas lecturas realmente transformadoras. Una obra que te hacía reevaluar y cuestionar toda una serie de discursos dominantes, al tiempo que esbozaba unas posibilidades de futuro en clave positiva, pero en absoluto complaciente. Haraway constata que vivimos en un planeta herido, pero que está en nuestra mano emprender acciones y cambios de mirada capaces de posibilitar un porvenir más responsable. Por otro lado, uno siempre tiene en la cabeza a una serie de personas con las que le gustaría trabajar y, precisamente, María estaba ahí: es alguien cuyas propuestas me han parecido desafiantemente provocadoras, inteligentes, siempre con un pie por delante.
Descubrir que Haraway había inspirado su propuesta de exposición virtual en el Jeu de Paume nos llevó a preguntarnos si existía la posibilidad de desarrollar esa propuesta —no de replicarla— en forma de exposición física. La covid aún no estaba ahí cuando arrancamos el proyecto, pero el problema del que hablaba Haraway en su libro lleva mucho tiempo entre nosotros. También es cierto que al CCCB siempre le ha interesado abordar algunas de las cuestiones más urgentes del pensamiento contemporáneo y no creo que sea exagerado decir que, en el presente, el ecofeminismo está claramente a la vanguardia de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo.
¿Hasta qué punto podría funcionar Ciencia fricción como una lectura de la situación pandémica que hemos sufrido?
MP: La pandemia nos ha hecho entender que no estamos solos en este planeta y eso ha creado un clima favorable para base de esta exposición: que los humanos estamos unidos a todos los demás seres vivos por relaciones de interdependencia. También en lo que se refiere a los microorganismos: las bacterias y los virus que son los grandes olvidados pero están en todas partes. Lo microscópico es una parte fundamental de los ecosistemas.
JC: Puede sonar algo repelente decir que anticipábamos la situación pandémica o que esta no nos ha pillado por sorpresa. No es exactamente así, pero sí es cierto que los factores que nos han llevado a esto -la crisis climática, la sintomatología del Antropoceno- planeaban sobre el tipo de diálogos que se desarrollan en una institución como la nuestra, no sólo en el formato expositivo, sino también en el resto de su programación, con una particular huella en el ámbito de debates, cursos y programas públicos. En todos los proyectos que habíamos programado previamente al confinamiento hay posibilidades de habilitar nuevos espacios de reflexión sobre lo que hemos vivido en los últimos meses, desde Marte, el espejo rojo hasta La máscara nunca miente (que se inaugurará en diciembre), pasando por Urban Nature y, por supuesto, Ciencia Fricción. Dedicar una exposición al covid sería un gesto apresurado y oportunista, pero el hecho de que las exposiciones que teníamos previstas estimulen la reflexión sobre lo que ha ocurrido desde distintos ángulos armoniza con una filosofía de programación que cuestiona los discursos prescriptivos: en el fondo, inaugurar una exposición no es más que abrir una conversación en la que los visitantes serán quienes tengan la última palabra.
Pensar que lo que está en curso es el fin del mundo es una visión antropocéntrica.
¿Pensáis que es necesario, y más en un momento como el actual, imaginar otros mundos posibles, así como otras formas de vivir y de convivir en nuestro planeta? ¿Hasta qué punto es pertinente cuestionar la hegemonía humana en un momento como el actual?
MP: Ahora estamos más receptivos para escuchar lo que el movimiento ecologista nos viene diciendo desde hace décadas. No es solo que, para sobrevivir, debamos proteger los há,bitats de las otras especies. es que esas otras tienen tanto derecho al planeta como nosotros. Si no las valoramos y respetamos por sí mismas no vamos a ser capaces de protegerlas ni por tanto de protegernos a nosotros.
JC: Lo que proponen Margulis y Haraway es entender la diversidad de la vida en nuestro planet no como un árbol en el que los humanos ocupamos la cúspide, sino como una densa red de interrelaciones y de equilibrios precarios, en la que únicamente somos un elemento más; un elemento en ocasiones poco consciente de que su forma de vida está estrechamente asociada a su pulsión de muerte. Por otro lado, una de las grandes aportaciones del pensamiento de Haraway es la equivalencia entre la evidencia científica y la capacidad imaginativa: ciencia y ficción son dos formas de pensamiento en busca de hibridación. Y María ha encontrado una excelente manera de ilustrar eso a través de un lenguaje expositivo que no jerarquiza entre objetos que podrían figurar en un museo de la ciencia y piezas de arte contemporáneo.
¿Por qué reflexionar mejor sobre el inicio de los mundos posibles en vez de su final?
MP: Solemos pensar que la historia de la evolución culmina con el ser humano. Primero fueron las bacterias, luego las plantas, luego los animales, los mamíferos, los primates y por fin los humanos. Como si todo lo anterior y todo no-humano fueran borradores de esa forma de vida perfecta que somos nosotros. Es una visión errónea. La evolución está ocurriendo constantemente. Ahora mismo se están extendiendo multitud de especies (se habla abiertamente de sexta extinción) y a la vez estamos evolucionando, por ejemplo para adaptarnos a los microplásticos o a las hormonas sintéticas o a los antibióticos o al coronavirus. Pensar que lo que está en curso es el fin del mundo es una visión antropocéntrica: en todo caso, será el fin de nuestro mundo, de un mundo dominado por la especie humana, pero no de la vida en la Tierra.
JC: Hay muchas voces que últimamente sancionan, y con razón, el pensamiento distópico como una forma de pensamiento conservador. Quizás no haya gesto más político que no darse por vencido en el terreno de la posibilidad y la utopía.
¿Qué artistas, filósofos, científicos y activistas os ha parecido interesante reunir en la muestra Ciencia fricción y por qué? ¿Qué les une, qué tienen en común cada uno de ellos?
MP: La exposición reúne obras muy diferentes pero todas tienen en común dos aspectos. Por un lado, que incorporan una dimensión científica fuerte, ya sea porque vehículan conocimiento científico o porque reflexionan sobre él. Y por otro, que incluyen un aspecto especulativo, de ficción, que ponen a trabajar la imaginación y nos proponen nuevos relatos sobre nuestra relación con las otras especies. Por ejemplo, en la instalación inmersiva Treehugger el visitante sigue el viaje de una gota de agua a través de una secoya: en parte, la experiencia está basada en datos científicos y en parte es una especulación sobre la experiencia de atravesar el interior de un árbol. Lo mismo sucede con Myconnect que es un traductor entre los latidos del corazón humano y un cultivo de micelios que responde con luz, sonido y movimiento: la comunicación humano-hongo es real pero nos hace imaginar posibilidades que van mucho más allá de ese intercambio físico de señales.
JC: Si hay algo que une a las voces científicas y artísticas que ha convocado María es su condición forajida. En todos ellos hay un modelo de pensamiento que se escapa de los discursos hegemónicos, que juega, en el mejor sentido de la palabra, a esbozar posibilidades y que propone formas inesperadas y transformadoras de contemplar lo que nos rodea.
¿Qué aporta cada uno, Jordi Costa y Maria Ptqk, en Ciencia fricción?
MP: Como curadora, a mí me corresponde la selección de los artistas y la elaboración del guión de la exposición pero él es quien tiene en todo momento la visión de conjunto. Es consciente de qué falta, qué aspectos están suficientemente desarrollados y cuáles habría que enfatizar un poco más… dándome a la vez toda la libertad para desarrollar mi idea. Pero sobre todo, él tiene la perspectiva amplia sobre el gran relato cultural en el que se inscribe esta expo. Como jefe de exposiciones del CCCB, tiene la inteligencia de entender que, hoy en día, un centro de cultura contemporánea debe participar en la conversación sobre el discurso científico, porque la ciencia se ha convertido en un aspecto central de nuestra sociedad. Yo, con su ayuda, soy responsable del relato de la exposición mientras que él, a través de su programa de exposiciones, escribe el relato general en el que se inscribe, la ubica en un contexto que le da sentido y la hace crecer.
JC: Lo que tiene que aportar el departamento de exposiciones a un proyecto tan sólido como el de María Ptqk son los mecanismos, recursos y estrategias para hacerlo posible, sin devaluarlo. También es importante que se inserte con una cierta lógica dentro de la filosofía de programación del centro, pero sin que tenga que pasar por ningún proceso de homogeneización y limado de aristas. Ha sido muy enriquecedor trabajar con María. Toda exposición es un trabajo de equipo, en el que la figura curatorial encarna, por decirlo de algún modo, el centro de gravedad. Ha sido fantástico ver a todo el departamento tan entregado a un proyecto como este, que se proponía algo tan difícil como habilitar un territorio común entre ciencia, imaginación, arte y activismo.
Con Ciencia fricción, ¿qué queréis reivindicar? ¿Hacia qué dirección os gustaría que se encauzara la reflexión?
MP: Por un lado, está el objetivo de cuestionar esa mirada antropocéntrica que tenemos tan interiorizada y que nos impide vernos rodeados de criaturas vivas, que tienen formas de existir fascinantes, totalmente distintas a las nuestras. Es una invitación para mirar a nuestro alrededor con ojos nuevos: aunque suene ingenuo, creo que ahí hay algo profundamente transformador. Y por otro, como decía, también me gustaría que esta exposición contribuyera a llevar el discurso científico a las instituciones culturales. La ciencia tiene una carga profundamente social y por lo tanto debe ser objeto de debate en la esfera pública. Para conseguir eso que Bruno Latour llama hacer entrar a la ciencia en democracia es importante perder el miedo al conocimiento científico y hacerlo accesible, y ahí las instituciones culturales juegan un gran papel.
JC: Como dice María, la accesibilidad es la palabra clave. No hay ninguna vocación mesiánica en lo que propone Ciencia fricción. Una exposición no debe tener la ambición de propiciar un salto colectivo de conciencia. La cuestión es, simplemente, proporcionar herramientas, no sólo intelectuales, sino también lúdicas, para poder discutir una serie de temas que están sobre la mesa y que no por acuciantes tienen por qué amargarnos necesariamente la merienda.
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